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«ADVERSUS DOMINUM ET ADVERSUS CHRISTUM EIUS» ¡contra Dios!
Dios es el adversario: adversus Dominum et adversus Christum eius; el que hace sombra, el que estorba, el que frena la marcha del mundo, el que impone barreras y prohibiciones, el que dicta mandamientos anuladores de la libertad.
Por eso se lucha contra El. Se pretende borrar la idea de Dios y el dominio de Cristo: Nolumus hunc regnare super nos (Lc 19, 11): no queremos que Cristo reine sobre nosotros.
Quizá no se ponían de acuerdo para otras cosas: en esto, empero, sí: convenerunt in unum:
Los fariseos no se entendían con los saduceos. Pero para acusar a Cristo, sí;
Los escribas y los sacerdotes, los sanedritas y los herodianos, se despreciaban mutuamente, tenían discordias y divisiones entre ellos. Pero para acusar a Cristo y condenarlo se pusieron de acuerdo: convenerunt in unum: Habéis oído la blasfemia, ¿qué os parece? Y dijeron todos: Es reo de muerte (Mc 14, 54).
Pilato y Herodes se odiaban profundamente y era pública su enemistad. Pero a la hora de dar muerte a Cristo, convenerunt in unum: se hicieron amigos (Lc 23, 12).
Y la historia se repite:
Julián el Apóstata: «¡Venciste, galileo!»
Voltaire: «Aplastemos al infame»: el infame es Jesucristo.
Sartre: «Si hubiera Dios, ¿cómo no iba a ser yo mismo Dios?»
No se trata simplemente de la actitud del necio que dijo en su corazón: «No existe Dios» (Sal 13, 1); no se trata meramente de vivir como si Dios no existiera... Es más: Es la lucha de las tinieblas contra la luz, es el ateísmo militante, las luchas programadas, propaganda, filosofías, novelas, cine, pornografía comercializada... Es la lucha contra el plan de Dios, realizado en Cristo.
Por eso, al leer el Evangelio, no deja de ser sorprendente la saña que se despliega contra Jesús desde Belén hasta el Calvario.
¿Quién es éste al que buscan con tanta saña?
Buscan ad perdendum eum —para perderle— a un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre (Lc 2, 7).
Buscan ad tradendum eum —para entregarlo con traición— a un Hombre manso y humilde de corazón (Mt 11, 19).
Buscan ad delendum eum —para destruirlo— al Autor de la vida (Hech 3, 15): Una lucha sin cuartel adversus Dominum et adversus Christum eius.
«Non praevaleat homo!»: ¡Señor, que no prevalezca el hombre!
Volvamos de nuevo a Pío X, que en él encontraremos unas pistas de actuación y nos ayudará a hacer algún propósito concreto. Por ejemplo, éste: convicción profunda de que «el bramido de las gentes y los planes vanos de los pueblos contra su Autor», no pueden ser impedimento para que cada cristiano procure ser instrumento de los planes de Dios en el mundo: y ello no sólo mediante la oración asidua que grita: Levántate, Señor: que no prevalezca el hombre (15), sino también con obras y palabras, abiertamente, a la luz del día: y afirme y reivindique, para Dios y su Cristo, el supremo dominio sobre los hombres y las cosas todas de la Creación.
Es decir, que ante aquellos que rechazan a Dios y a Cristo, nosotros debemos afirmarlo con más fuerza. Debemos crecernos ante los obstáculos: inter médium montium pertransibunt aquae (Sal 103, 10): a través de los montes, las aguas pasarán.
Vamos a terminar nuestra meditación haciendo alusión a una leyenda griega, según la cual Prometeo robó a los dioses el fuego para dárselo a los hombres. Conocemos el mito, y sabemos que ese mito se repite a lo largo de la historia. El hombre lucha adversus Dominum et adversus Christum eius: ¡contra Dios! No considera que si Dios crea el fuego es para dárselo a los hombres: pues Dios no lo necesita para nada; no considera que Dios es dives in ómnibus invocantibus eum (17): rico en misericordia con todos los que le invocan; no considera que esa imagen mezquina, tacaña, empobrecida, no corresponde a la realidad de Dios.
A cuántos y cuántos, que actúan como Prometeo, se les podrían aplicar las palabras de monseñor Escrivá de Balaguer: «Ese Cristo que tú ves, no es Jesús. Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡El!» (Rom 10, 12).
Magníficat, anima mea, Dominum: Mi alma engrandece al Señor.
Si Prometeo roba la gloria de Dios, la Virgen glorifica a su Señor.
Por eso, mientras Prometeo es encadenado por el odio, la Virgen canta enamorada: Fecit mihi magna qui potens est (Lc 1, 46): El Todopoderoso hizo obras grandes en mí.