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7 julio 2024

Bernadot. De la Eucaristía a la Trinidad.

PERFECCIONAR LA UNIÓN

Las misiones divinas invisibles


He aquí una verdad capaz de excitar al alma con deseos sin fin y provocarla al amor más insaciable.

Se sabe que la teología católica da el nombre de misiones divinas invisibles a uno de los más profundos misterios de la religión. Son nuevas efusiones de Dios: nuevas luces que el Verbo comunica a nuestra inteligencia e impresiones crecientes de amor de las que el Espíritu Santo llena nuestra voluntad. Son una semejanza y una extensión de las procesiones eternas del Hijo y del Espíritu Santo.

Pues bien, cada vez que un alma, por su fervor y generosidad, hace un nuevo progre­ so en el amor de Dios y merece una nueva gracia, otras tantas el Padre envía a esta alma el Verbo y el Espíritu Santo, que le confieren nuevos derechos a la intimidad divina. Y como los Tres son inseparables, el Padre viene sin ser enviado. Inundan al alma con una nueva efusión de vida; se establece un nuevo contacto, más personal, más real, más íntimo que el instante anterior.

Este misterio adorable puede reproducirse a cada momento. A cada acrecentamiento del amor responde la invisible visita de los Tres. Aunque esto sea a cada minuto, si el alma lleva a cabo un acto que aumenta su caridad, la adorable Trinidad se derrama de nuevo en ella y la inunda con nuevas olas de luz y de amor.

¿Hasta dónde no puede subir el alma en estas misteriosas ascensiones?

¡Oh cristiano, si conocieras el don de Dios!

* * *

¡Oh Trinidad! Dios altísimo, clementísimo, beneficentísimo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios uno, yo espero en Vos.

Instruidme, dirigidme, sostenedme.

¡Oh Padre! Por vuestro infinito poder, fijad en Vos mi memoria y llenadla de santos y divios pensamientos.

¡Oh Hijo! Por vuestra sabiduría eterna, esclareced mi entendimiento, concededle el conocimiento de vuestra soberana verdad y de mi propia bajeza.

¡Oh Espíritu Santo, que sois el amor del Padre y del Hijo! Por vuestra incomprensible bondad, transportad mi voluntad en Vos e inflamadla con el fuego inextinguible de vuestra caridad.

¡Oh Señor mío y Dios mío, principio mío y mi fin! ¡oh esencia soberanamente simple, soberanamente tranquila y soberanamente amable! ¡oh abismo de dulzura y de delicias! ¡oh mi amable luz y soberana felicidad de mi alma, océano de alegrías indecibles, plenitud perfecta de todo bien, Dios mío y mi Todo! ¿Qué me falta cuando os poseo?

Vos sois mi bien único e inmutable.


Yo no debo buscar nada más que a Vos. Yo no busco ni deseo más que a Vos solo. Señor, atraedme cerca de Vos.

Yo llamo, Señor; abridme. Abrid a un huérfano que os implora. Sumergidme en el abismo de vuestra divinidad. Hacedme un solo espíritu con Vos, para que yo pueda, en mi interior, poseer vuestras delicias.

San Alberto Magno