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EL FIN DE LA UNION EUCARISTICA
Hijos adoptivos por Cristo Jesús
La Comunión y nuestra vocación sobrenatural.
La Comunión nos hace entrar en este misterio de nuestra predestinación y santifiación. Cuando comulgamos, todo este misterio pasa a nosotros y en nosotros permanece. El Padre está en nosotros para comunicarnos su Pensamiento y repetirnos su Verbo; el Espíritu Santo, para fijarlo en nosotros. Y si nuestro fervor responde a la buena voluntad de Dios, cada Comunión provoca una comunicación más íntima en el secreto de nuestra alma iluminada por la fe, fija un nuevo rasgo de semejanza con Jesús grabado por su divino Espíritu.
Todos hemos bebido un mismo Espíritu, dice San Pablo. En efecto, la Comunión no nos da solamente la carne de Jesús, sino también su espíritu, que se insinúa en nosotros como una sangre purísima para hacer en nuestra alma lo que la sangre hace en nuestro cuerpo. El es principio de vida. Como ha dirigido al hombre en Jesús, desde el primero al último día de su vida mortal, e inspirado su pensamiento y su amor, el Espíritu Santo se hace nuestro gobernador y preside en nosotros nuestra transformación sobrenatural. En Jesús y en el que comulga hay el mismo Espíritu de vida, el mismo Principio de actividad. Si el que comulga es dócil a sus inspiraciones, habrá pronto asimilación perfecta, porque la misma gracia debe producir las mismas virtudes, el mis mo Espíritu suscitar los mismos actos.
Así se ve a los Santos llegar a tal semejanza con Jesús que, verdaderamente, forman una sola cosa con El, un solo corazón y una sola alma. Ven todas las cosas como Jesús; juzgan como El; tienen los mismos deseos, las mismas voluntades, el mismo amor. Cor Pauli, cor Christi, decía San Juan Crisóstomo; «el corazón de Pablo es el corazón de Cristo». ¿No lo había ya declarado el mismo Apóstol? Si yo vivo, no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mi. «Cristo me hace las veces de alma», decía San Macario. Y Santa Catalina de Génova: «Yo no tengo alma ni corazón: mi corazón y mi alma son los de Jesucristo».
En Santa Catalina de Siena este misterio de transformación se realizó en circunstancias que manifiestan la singular ternura del Señor: «Un día, refiere el Beato Raimundo, en que repetía con más fervor la oración del Profeta: Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro y renueva en mis entrañas el espíritu de rectitud, suplicaba al Señor que le quitara su corazón y su voluntad propia. Y le pareció ver que su eterno Esposo venía a ella como de costumbre, que le abría el costado izquierdo, le quitaba el corazón y se marchaba, de suerte que quedaba sin corazón. La impresión de esta visión fue tal, y el testimonio de los sentidos la confirmó tan claramente, que Catalina dijo a su confesor que ya no tenía corazón en su cuerpo... Algún tiempo después se le apareció el Señor teniendo en sus sagradas manos un corazón humano, rojo y resplandeciente... Acercándosele el Señor le abrió de nuevo el costado izquierdo e introduciendo el corazón que te nía en las manos le dijo: «Hija mía dulcísima, así como el otro día te he llevado tu corazón, así hoy te entrego el mío, que te hará vivir siempre».