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EL FIN DE LA UNION EUCARISTICA
Hijos adoptivos por Cristo Jesús
¿Cómo podré llenar una vocación tan sublime?
Con la gracia y la cooperación del Espíritu Santo. Permaneciendo siempre con nosotros, el Espíritu Santo se hace el ejecutor de los designios del Padre, el obrero de la deificación del hombre, de la cual ha trazado el Padre el plan sobre el modelo del Verbo encarnado. Digitus paternae dexterae, canta la Iglesia. Vos sois, ¡oh Espíritu creador!, el Dedo de Dios Padre. Como el pintor o el escultor se sirve de su mano para expresar el ideal que ha concebido, el Padre celestial, para traducir su pensamiento, inscribir su Verbo y grabar en nosotros su imagen, se sirve del Espíritu Santo.
La primera obra que hace en nosotros este Espíritu creador y santificador es trans formarnos a semejanza del Hijo de Dios y hacernos vivir una vida conforme a nuestra filiación divina: Los que se rigen por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Porque no habéis recibido un espíritu de servidumbre para obrar todavía por temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción de hijos, por el cual clamamos: Abba! ¡oh Padre! Porque el mismo Espíritu está dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.
Espíritu de verdad, ilumina en nuestra alma el Pensamiento eterno del Padre. Nos le hace más claro, más preciso y más atrayente revelándonos a Jesús: Cuando venga el Espíritu os enseñará toda la verdad: El nie glorificará, haciéndoos conocer más mi gracia y mi divinidad.
Siendo El la consumación y la consagración de todo, sigue imprimiendo en nuestra alma este adorable Pensamiento del Padre, que es Jesús. Le hace fijo, permanente y, según nosotros queramos, irrevocable. Misterio que contemplaba David cuando cantaba: Impresa está, Señor, sobre nosotros, la luz de tu rostro, porque el Rostro del Señor, su Esplendor y su Gloria, es el Verbo.
Además, porque El es el Espíritu de vida y el motor de la vida sobrenatural, pone en obra el Pensamiento del Padre. Nos mueve a realizar la completa semejanza con Cristo. Nos excita y nos ayuda hasta que lleguemos al estado de un varón perfecto, a la medida de la edad perfecta según Cristo, según la cual Cristo se ha de formar en nosotros.
Por último, siendo personalmente el Amor, establece entre la Trinidad y nosotros relaciones de amor, una tendencia perpetua a la unión. Inclina la Trinidad hacia nosotros: nos atrae hacia Ella. Es el llamamiento incesante, la atracción viviente, la espiración irresistible que nos arrastra a Jesús; tanto que, a medida que el alma se abandona más al Pensamiento del Padre puesto en obra por el Espíritu Santo, la unión se hace más estrecha y más completa, hasta el momento en que, como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre, el alma está en Cristo y Cristo en el alma, los dos consumados en la unidad, según el anhelo supremo de la Cena.
Entonces, rescatado y santificado el hombre, puede presentarse con confianza al Padre celestial y decirle: ¡Oh Dios, mírame!
¡Contempla en mí el rostro de tu Cristo!".
* * *
¡Oh Trinidad eterna! Sois un mar sin fondo donde cuanto más me sumerjo más os encuentro, y cuanto más os encuentro más os busco todavía. De Vos nunca se puede decir: ¡Es bastan te! El alma que se harta en vuestras profundidades os desea sin cesar, porque siempre está hambrienta de Vos, ¡oh Trinidad eterna! Siempre está ansiosa de ver vuestra luz en vuestra luz. Como el ciervo suspira por el agua de las fuentes, así mi alma desea salir de la prisión tenebrosa del cuerpo para veros en verdad...
¡Oh Divinidad eterna, Océano sin fondo! ¿Podíais darme más que daros a Vos mismo? Sois el fuego que arde siempre, sin extinguirse jamás. Sois el fuego que consume en sí mismo todo amor propio del alma; sois el fuego que funde todo hielo y alumbra; por su luz me habéis hecho conocer la verdad. Vos sois la luz que está sobre toda luz...
Vos sois el bien supremo e infinito. ¡Bien que está sobre todo bien! ¡Bien que hace la felicidad!
¡Bien incomprensible! ¡Bien inestimable! Hermosura que sobrepuja a toda hermosura. Sabiduría que excede a toda sabiduría, más aún, la Sabiduría misma. Vos, el pan de los ángeles, en el ardor de vuestro amor, os habéis dado a los hombres. Sois el vestido que cubre toda desnudez, el alimento que alegra por su dulzura a todos los que tienen hambre. ¡Porque Vos sois dulce, sin dejos de amargura!
¡Oh Trinidad eterna! Vos me mostráis el camino de la gran perfección, para que os sirva en la luz y no en las tinieblas, para que sea un espejo de pura y santa vida, y renuncie, en fin, a esta miserable existencia, donde hasta aquí, y por mi culpa, os he servido en las tinieblas.
Revestidme, Trinidad eterna, revestidme de Vos misma, para que pase esta vida mortal en la verdadera obediencia y en la luz de la fe santísima de que habéis inundado mi alma.
Santa Catalina de Siena