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CONSERVAR Y PERFECCIONAR LA UNION
Vivir la alegría:
Vivid siempre alegres en el Señor; vivid alegres, repito. Dios ha creado a sus hijos para la alegría. Ha hecho todo para que vivan en alegría. ¿Qué es la creación, qué es la santificación sino una ordenación a la felicidad natural o sobrenatural, una efusión de la alegría divina? ¿Qué es la Eucaristía sino una fuente inagotable de alegría abierta en la Iglesia y en cada alma? Quiere que vivamos en alegría. Jesús lo ha pedido en su oración suprema: Padre santo, Yo ruego por ellos a fin de que tengan en sí mismos el gozo cumplido que tengo Yo.
El dolor mismo debe convertirse y resolverse en la alegría. El alma santa de Cristo contenía al mismo tiempo alegrías inmensas e inmensos dolores. Por la parte inferior se sumergía en la extrema agonía; por su parte superior penetraba en la alegría divina. Mas la alegría dominaba cualquier otro sentimiento: en ella venían a fundirse todos sus sufrimientos e inmolaciones, porque Jesús sabía que sus inmolaciones, cuanto más duras eran, más gloria daban a Dios y preparaban a su Humanidad una exaltación más sublime.
También nuestra alma puede estar desolada y gozosa: desolada en aquella parte inferior que se acerca a los sentidos; gozosa en aquellas cimas que gobierna sólo la voluntad. Aun en las horas más terribles el dolor no habita solo en nosotros: tenemos también a Aquel que consuela: Yo rogaré al Padre, y os dará un Consolador para que esté con vosotros eternamente. Es el Espíritu de verdad... Y morará con vosotros.
Permanezcamos en la alegría: esto será permanecer en el Espíritu Santo. Acordémonos que la Comunión nos ha sumido en Aquel que Santa Catalina de Siena se complacía en llamar el Océano de la paz. «¡Oh Dios eterno!, exclamaba ella. Sois un océano tranquilo donde viven y se alimentan las almas. En él encuentran su descanso en la unión del amor».
La alegría es un culto que hay que tributar a Dios. Es el barómetro del alma: su grado indica el grado del amor. En la perpetua prueba y en la persecución, la Iglesia tipo sublime del alma, no cesa de alegrarse. Su liturgia es una fiesta que cada día se renueva. Cuenta sus días por sus fiestas; camina en el dolor, pero con los ojos levantados al cielo, cantando las perfecciones y el amor del Esposo. Vive en la alegría: alegría libre, fuerte y serena, fruto del amor.
El cristiano es un sembrador de alegría, y por esto realiza grandes cosas. La alegría es uno de los más irresistibles poderes que hay en el mundo: calma, desarma, conquista, arrastra. El alma alegre es un apóstol: atrae a Dios a los hombres, manifestándoles lo que en ella produce la presencia de Dios. Por esto el Espíritu Santo nos da este consejo: Nunca os aflijáis, porque la alegría en Dios es vuestra fuerza.
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¡Alegría y júbilo sean a Vos, en mi nombre, oh Dios de mi vida, por la soberanía de vuestra Trinidad, por la esencial unidad de vuestra substancia, por la propiedad de vuestras personas, por su unión y sus íntimas relaciones, manantial de vuestra inefable felicidad!
¡Alegría y júbilo sean a Vos por vuestra incomprensible grandeza, por vuestra inmutable eternidad, por vuestra suprema santidad, que excluye toda mancha y es la fuente de toda pureza, y por vuestra gloriosa y perfecta felicidad!
¡Alegría y júbilo sean a Vos por vuestra incomprensible grandeza, por vuestra inmutable eternidad, por vuestra suprema santidad, que excluye toda mancha y es la fuente de toda pureza, y por vuestra gloriosa y perfecta felicidad!
¡Alegría y júbilo sean a Vos por la carne purísima de vuestra Humanidad, por la cual me habéis purificado; por vuestra alma augustísima; por vuestro corazón divino, que el amor ha herido por mí hasta en la muerte!
¡Alegría y júbilo sean a Vos en ese corazón amantísimo y lleno de tierna solicitud hacia mí, tan conmovido en su amor por mí que nunca descansará hasta que me haya recibido en él mismo por toda la eternidad!
¡Alegría y júbilo sean a Vos por el corazón y el alma dignísimos de la gloriosa Virgen María, vuestra Madre, que a mí misma me habéis dado por madre en las necesidades de mi salvación, abriéndome para siempre el tesoro de su bondad maternal!
¡Alegría y júbilo sean a Vos de parte de todas vuestras criaturas que llenan el cielo, la tierra y los abismos! ¡Que os den esa alabanza eterna que sale de Vos y a Vos vuelve como a su principio!
¡Alegría y júbilo sean a Vos de parte de mi corazón y de mi alma, de mi espíritu y de mi carne, de parte de todos lo seres del universo!
¡Vos, de quien son todas las cosas, por quien son todas las cosas y en quien son todas las cosas, a sólo Vos, honor y gloria por todos los siglos! Amén.
Santa Gertrudis