Página inicio

-

Agenda

18 junio 2024

Ignacio Domínguez. El Salmo 2. Ed. Palabra, Madrid, 1977

«Superbierunt!» La soberbia del hombre.

Se enfurecieron las gentes, los pueblos medita­ron planes vanos, los reyes de la tierra se levantaron, y los príncipes se pusieron de acuerdo en la lucha.

Desde el comienzo mismo, el salmista nos dice quiénes han sido los autores de la rebelión contra Dios y contra Cristo: gentes, populi, reges terrae, et principes, es decir: los paganos, los judíos, los representantes del imperio, y los jefes de Is­rael. Todas las fuerzas del mal en el mundo, representadas por estas cuatro categorías de per­sonas. Varios son los Padres —Orígenes, Teodoreto de Ciro, Hilario, etc.— que siguen este esquema: «Gen­tes, id est, Gentiles; nopuli, scilicet, Israel, id est, Iudaei; reges terrae, scilicet Herodes et Pilatus; et principes Iudeorum, scilicet Annas et Caiphas». Por lo demás, cfr. Hech 4, 25-28 donde se da base a esta exégesis: «Hablando el Espíritu Santo por boca de David nuestro padre y siervo tuyo, dijiste: ¿Por qué se han alborotado las naciones, y los pueblos han forjado empresas vanas? Armáronse los reyes de la tierra, y los príncipes se coaligaron contra el Señor, y contra su Cristo. Porque verdaderamente se man­comunaron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gen­tiles, y las tribus de Israel».

El bramido de las gentes

El texto original y la versión griega no dice a las gentes» (con artículo), de modo que hayan de que­dar incluidos necesariamente todos y cada uno de los paganos, sino que, careciendo de artículo, hace referencia más bien a sectores indetermina­dos más o menos amplios.

El verbo es traducido de diversas maneras: tur­ban, alborotan, se manifiestan en contra... Pero posee más fuerza y es más expresivo en el origi­nal, que la Vulgata vierte correctamente por fremuerunt, es decir, bramaron, manifestaron un odio feroz, como seres irracionales carentes de sentido y razón. Y fremuerunt hasta límites in­sospechables: hasta la corona de espinas, y los golpes, y los vestidos de púrpura raída, y las reverencias blasfemas, y los insultos, y la cruz entre dos ladrones.

Novillos innumerables me rodean, me acosan los toros de Basán; leones que rugen y matan abren contra mí sus fauces; soy como agua de vertedero, mis huesos están dislocados, el corazón se vuelve como cera y se me derrite en las entrañas; mi gar­ganta está seca como una teja, la lengua se me pe­ga al paladar. Me rodean perros insaciables y una banda de malvados me acomete: me taladran las manos y los pies y se pueden contar todos mis huesos. Me miran triunfante; se reparten mis vestiduras y echan a suerte mi túnica (Sal 21, 13-19).

Los planes vanos del pueblo

Populi —pueblos— hace referencia a los judíos, a los hijos de Abraham según la carne, pero no según el espíritu, incircuncisos de corazón, de los que provenían aquellos planes tan llenos de vacío.

Pero también aquí es necesario hacer la misma salvedad que se hizo más arriba: no todos los ju­díos, no todo el pueblo trazó esos planes vanos sobre el Señor y sobre su Cristo. Es necesario ex­cluir de esa turba maldita, a los Apóstoles fieles, a los setenta y dos discípulos de Jesús, a los quinientos amigos a quienes se apareció

Cristo, después de la resurrección, a los que oyeron las palabras de San Pedro el día de Pentecostés, y aún quizá a los millares y millares que Santia­go enumera. Meditati sunt inania: Trazaron planes vanos.

Si no le damos muerte, vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo. Matémos­le.

Lo mataron. Pero fue en vano: las tropas de Tito y Vespasiano destruyeron la ciudad y quema­ron el Templo.

Démosle muerte, porque todo el mundo se va tras El.

Lo mataron. Pero fue en vano. Precisamente en­tonces, al ser levantado en lo alto, atrajo a todos hacia sí.

Matémosle y entonces será nuestra la here­dad (Mc 12, 7).

Lo mataron. Pero fue en vano. La palabra de Dios es como un mazazo para ellos: destruirá de mala manera a esos homicidas, y la herencia pasa­rá a los pueblos de la gentilidad, la Jerusalén de arriba, la Iglesia santa.

Debe morir, porque ha blasfemado: se hizo pasar por Hijo del Bendito, y que lo vería­mos a la derecha del Poder. Matémosle (Mc 14, 61).

Lo mataron. Pero fue en vano. Precisamente en­tonces Dios lo exaltó y le dio un nombre que es­tá sobre todo nombre: y toda rodilla se doblará ante El: también los que lo condenaron, aunque estén en lo profundo de los infiernos.

Meditati sunt inania: como el que arroja flechas contra el sol o tira piedras contra el cielo...: ina­nia, locura.

Puede el soplo de un hombre apagar la llama de una vela; pero aunque todos los hombres se pongan a soplar contra el sol, el sol no perderá un ápice de su luz y de su brillo. Si acaso, conse­guirán limpiar un poco la atmósfera para que el sol aparezca todavía más radiante y espléndido.