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15 junio 2024

Santa Ana Catalina Emmerick. La vida oculta de la Virgen María.

Sigue —LA DEDICACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

Cuando veía en este cuadro, detrás de la Santísima Virgen, turbia y ennegrecida toda la pompa y ornamentación del Templo y sus paredes hermosamente adornadas; el Templo mismo parecía no estar allí y María y su gloria lo llenaban todo.

Mientras estas apariciones desarrollaban ante mis ojos todo el significado de la Santísima Virgen, ya no la vi como Niña María, sino como la Santísima Virgen, grande y flotante. Sin embargo a través del cuadro veía los sacerdotes, la ofrenda de perfumes y todo lo que pasaba, y era como si el sacerdote que estaba tras ella profetizara y anunciara al pueblo que debía rezar y dar gracias a Dios, y que esta niña se convertiría en algo grande. Aunque todos los que estaban presentes en el Templo no veían el cuadro que yo vi, estaban solemne y silenciosamente conmovidos.

Poco a poco desapareció el cuadro de la misma manera que lo había visto surgir y al final solamente veía la gloria bajo el corazón de María donde relucía la Bendición de la Promesa, cuando de repente desapareció también esta aparición, y yo volví a ver a la santa niña engalanada y ofrecida, sola en el Templo entre los sacerdotes.

Los sacerdotes le quitaron a María el cirio de la mano y las guirnaldas de los brazos, y se las dieron a sus acompañantes, quienes entonces la pusieron una toca color marrón en la cabeza y la guiaron por unos escalones a una puerta que daba a otra sala donde estaban seis chicas del Templo, ya mayores, que salieron a su encuentro esparciendo flores. Detrás de ellas estaban sus profesoras Noemí, hermana de la madre de Lázaro; la profetisa Hanna y una tercera mujer. Los sacerdotes las hicieron entrega de la Niña María y se volvieron.

Sus padres y los parientes próximos fueron también hacia allí. Los cánticos habían terminado, y María se despidió de los suyos. Joaquín sobre todo, que estaba hondamente conmovido, levantó a María, la apretó contra su corazón y la dijo entre lágrimas:

—¡Delante de Dios, piensa en mi alma!

Tras esto, María, sus profesoras y algunas de las niñas fueron al alojamiento de las mujeres en el lado septentrional del Templo propiamente dicho. Tenían sus moradas en cuartos practicados en el interior de los gruesos muros del Templo, y podían subir por pasadizos y escaleras de caracol a los pequeños oratorios situados junto al Santo y el Santísimo.

Los padres y parientes de María volvieron otra vez a la sala de la Puerta Dorada donde habían aguardado al principio y donde ahora comieron con los sacerdotes. Las mujeres comieron en una sala aparte.

He olvidado muchísimo de todo lo que he visto y oído y, entre otras cosas, la causa próxima de por qué la fiesta había sido tan rica y solemne, que no sé si fue a consecuencia de una revelación de la voluntad de Dios. Los padres de María eran realmente pudientes, y solo vivían pobremente para hacer limosnas y para mortificarse. No sé cuánto tiempo estuvo Ana tomando solo comidas frías. Pero a sus criados los mantenían bien y los dotaban ricamente.

He visto todavía mucha gente rezando en el Templo; muchos habían seguido la comitiva hasta el portal del Templo. Algunos tuvieron que tener algún presentimiento del destino de la Santísima Virgen pues me acuerdo de algunas cosas que Ana dijo a algunas mujeres con alegre entusiasmo, y que aproximadamente venían a decir:

—Ahora entra en el Templo el Arca de la Alianza, el Vaso de la Promesa.

Los padres y los demás parientes de María se volvieron hoy a Bezorón.

Entonces vi la fiesta de las jóvenes del Templo. María tenía que preguntar una tras otra a las niñas y las profesoras si la soportarían entre ellas, pues ésta era la costumbre. Luego tuvieron una comida y después bailaron entre sí; se ponían frente a frente por parejas y bailaban entrecruzándose y haciendo toda clase de figuras. No brincaban, era como un minué. De vez en cuando hacían con el cuerpo un movimiento ondulante y balanceante, del tipo de los movimientos de los judíos en oración. Algunas de las niñas además hacían música con flautas, triángulos y campanillas.

Había un instrumento que sonaba especialmente agradable y extraño: era un cajoncito inclinado por ambos costados en los que había cuerdas tensas donde se rasgueaba y en el medio del cajoncito había unos fuelles que, al apretarlos arriba y abajo, hacían sonar unos silbatos rectos o rizados entre los sones del arpa. Las que tocaban este instrumento lo tenían en las rodillas.

Por la tarde, la profesora Noemí llevó a la Santísima Virgen a su celda, desde la que podía ver el Templo. No era completamente rectangular, y las paredes estaban adornadas con figuras triangulares de distintos colores. En el cuarto había una mesita y un taburete, y en las esquinas, estantes con departamentos para poner cosas encima. Delante de este camarín había un lecho y un armario ropero, así como la alcoba de Noemí. María habló con ésta de levantarse más veces por la noche, pero Noemí no se lo permitió por ahora.

Las mujeres del Templo llevaban trajes largos, amplios y blancos con cinturón y mangas muy amplias que se recogían para trabajar. Iban veladas.

No recuerdo haber visto nunca que Herodes reconstruyera completamente el Templo; durante su gobierno solo vi cambios de toda clase. Ahora, cuando llegó María al Templo, once años antes del nacimiento de Cristo, ya no se construía nada en el Templo propiamente dicho, pero sí, como siempre, en el entorno exterior; no terminaban nunca.

[El 21 de noviembre, Ana Catalina dijo:]

Hoy he echado un vistazo a la habitación de María en el Templo. En el lado Norte del muro del Templo, hacia donde está El Santo, se encuentran arriba varias camaretas que dependen de las habitaciones de las mujeres; la habitación de María era una de las más cercanas al Santísimo. Levantando una cortina se pasaba del pasillo a una especie de antesala separada del cuarto propiamente dicho por un tabique semicircular o en ángulo. En los rincones a derecha e izquierda había estantes para guardar los trajes y enseres.

Frente a la puerta del tabique, unos escalones subían a una abertura desde la que se veía el Templo allí abajo; la puerta estaba cubierta con gasa y un tapiz. A la izquierda, apoyada en la pared de la cámara, estaba arrollada una alfombra que cuando se extendía formaba el lecho donde descansaba María para dormir.

En un nicho de la pared estaba puesta una lámpara de brazos. Hoy he visto a la niña de pie en un taburete junto a la lámpara y rezando oraciones de un rollo de pergamino con los pomos rojos. Verla era muy conmovedor. La niña llevaba un vestidito a rayas blancas y azules bordado con flores amarillas. En el cuarto había una mesita baja y redonda. Hanna entró y puso en la mesa una bandeja con frutas del tamaño de alubias y una jarrita. María era muy aplicada para su edad y enseguida la vi trabajar en pañitos blancos para el servicio del Templo.

[Estas contemplaciones Ana Catalina las comunicaba habitualmente en la Fiesta de la Presentación de María, pero otras veces contó además lo siguiente de los once años que estuvo María en el Templo:]