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MODELO DE TRATO CON JESÚS (1 de 4)
No es difícil comprender que, después de la Virgen, nadie ha tratado a Jesús con la intimidad y la intensidad de san José.
Con Jesús, empleó san José el cariño de padre y el respeto que debía a su Dios.
Si Dios nos ama, como enseña san Juan1, y es un vínculo de amor el que une a las tres personas que forman la Trinidad divina, también sería el amor el que uniese y vinculase a esa otra trinidad de la tierra formada por la sagrada Familia de Nazaret: Jesús, María y José.
Tanto desde el punto de vista humano como desde el punto de vista sobrenatural, los tres vivirían totalmente compenetrados en una mutua donación del uno para el otro.
San José, veremos en otro lugar, que era un hombre justo, santo, compenetrado con la voluntad divina de quien recibió toda la ayuda necesaria para cumplir fielmente la misión para la que Dios le había elegido. Un hombre que estuvo siempre a la altura de las circunstancias.
La Iglesia alaba a san José porque le fue concedido ver y oír a quien por siglos otros desearon ver y no vieron, desearon oír y no lo oyeron. No solo lo vio y lo oyó, sino que también lo custodió, lo cuidó, lo tuvo en sus brazos y, en lo humano, le enseñó.
A san José se le llama maestro de la vida interior porque, si esta consiste esencialmente en tratar a Jesús, nadie en la tierra le trató con mayor amor y más intensa intimidad, fuera de la Santísima Virgen. Él es el hombre bueno que nos enseña a tratar a Jesús para quererlo con el más intenso amor, con total generosidad.
San José pasó muchos días con Jesús y muchas horas cada día y, en ese trato diario, alcanzó la más subida oración. San José estaba en el centro del misterio y, desde que el ángel se lo descubrió, era conocedor profundo del mismo. Cada vez que se dirigiese a Jesús, no vería en Él a quien todos tenían por su hijo; vería con absoluta claridad a quien era su Dios y, por ello, crecería en él, día a día, la intensidad en el trato con el Padre y el Espíritu Santo en una oración personal intensa y rica.
Contemplando su vida junto a Jesús y María, es fácil comprender lo que nos recomendó santa Teresa de Jesús cuando afirmó que las personas de oración siempre le deberían ser aficionadas, que no sé como se puede pensar en la Reina de los ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a san José por lo bien que le ayudó en ello.
Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará en el camino.
La oración, el trato con el Señor, es imprescindible, si queremos enamoramos de Jesús, respondiendo así a la llamada que el mismo Dios nos hace al Amor, a la santidad.
Benedicto XVI recordaba esta necesidad de tratar a Jesús hablando a los jóvenes y a los seminaristas de Nueva York. Les decía: lo más importante es que ustedes desarrollen su relación personal con Dios. Esta relación se manifiesta en la oración. Dios, por virtud de su propia naturaleza, habla, escucha y responde.
Es lo que haría san José con Jesús: le hablaría y escucharía sus respuestas, y eso es lo que habremos de hacer nosotros, si queremos enamorarnos de Dios, ser santos: hablar con Jesús y escuchar en el hondón del alma su respuesta, que nunca falla.
San José, en el trato continuo con Jesús, fue descubriendo las maravillas de Dios, sus designios para con él, y aprendiendo a desarrollarlos con entereza y vigor. El mismo camino hemos de recorrer nosotros si queremos enamoramos de Dios.
Sin duda, san José se relacionaría con Jesús como cualquier padre de la tierra se ha relacionado siempre con su hijo. Si cualquier padre, desde que existe la paternidad, ha dirigido a su hijo las palabras de cariño de siempre, que no por antiguas pierden actualidad, lo mismo haría san José con el Niño Jesús. Si cualquier padre enseña a su hijo a ir descubriendo el mundo a través de las bellezas de la naturaleza, lo mismo haría san José. Si todo padre ayuda a su hijo a aprender las primeras letras, san José no sería una excepción. Si es normal en las relaciones entre padres e hijos que estos pregunten cuanto ignoran y aquellos respondan cuanto saben, lo mismo ocurriría en la familia de Nazaret; como sería normal que hablasen de los acontecimientos ocurridos a diario en la aldea o de las noticias traídas desde Cafamaún por viajeros y trajinantes. La relación entre san José y Jesús sería la propia de cualquier padre con su hijo, siempre impregnada de amor y cariño y siempre distinta, como distintas son las circunstancias marcadas por la edad o los acontecimientos.
El trato de san José con Jesús es modelo y paradigma del trato que cualquiera de nosotros debe tener con el Señor. Distinto porque todos somos distintos, pero idéntico en la sencillez, el cariño y el amor.
Nuestro trato con el Señor viene marcado por el modo de relacionamos entre los hombres.
Nosotros nos dirigimos a nuestros semejantes a veces con frases hechas, consagradas por el uso o la costumbre, acuñadas por no se sabe quién, pero expresivas de nuestros sentimientos de alegría o pesar, según las circunstancias del momento; otras hablamos con nuestros interlocutores de los acontecimientos del momento: políticos, deportivos, económicos, sociales; en otras ocasiones, cuando la simpatía o la amistad son hondas, simplemente estamos juntos, sin necesidad de hablar, porque entonces los sentimientos fluyen y se comunican sin necesidad de palabras. Esto haría san José con Jesús y esto debemos hacer nosotros con el Señor.
A veces emplearemos al dirigirnos a Él frases hechas, acuñadas en algún momento y refrendadas por la autoridad de la Iglesia. Es el caso de las oraciones vocales que todos aprendimos de niños y con las que nos dirigimos a Dios desde siempre. Algunas las inventó el mismo Jesús, como ocurre con el «padrenuestro»; otras fue la Iglesia la que les dio la estructura actual sirviéndose de palabras del Evangelio u otro libro de la Escritura Santa: tal ocurre con el «avemaría» o el «gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo»; de algunas ignoramos su origen pero sabemos que las recitan los cristianos desde hace muchos siglos: es el caso del «Bajo tu amparo nos acogemos»..., que ya usaban los cristianos del siglo m para dirigirse a la Virgen.
Otras veces nos dirigimos a Dios con expresiones propias, salidas del corazón, impregnadas de angustia si las inspira el dolor, o de alegría y acción de gracias, tras el hecho gozoso y alegre.
En ocasiones solicitamos su ayuda y otras nos llegamos a Él para darle gracias por los beneficios recibidos. Todo esto es oración; trato con Dios.
Habrá momentos en los que no se nos ocurre nada y habremos de recurrir a la ayuda de un libro o de la predicación de un sacerdote, o nos ayudará la aptitud de alguna persona que con su recogimiento nos invita a escuchar al Señor. A veces tendremos que rogar al Señor como los apóstoles: Señor, enséñanos a rezar; para que ponga Él en nuestro corazón los sentimientos y, en nuestros labios, las palabras que desea le digamos.
Pero también puede ocurrir que no se nos ocurra nada, que de nada nos sirvan los auxilios requeridos, pero que nos sintamos muy a gusto acompañando a Jesús, estando con quien sabemos que nos ama, en expresión de santa Teresa de Jesús.
Son modos diversos de hacer oración; maneras distintas de tratar al Señor, emanadas todas de nuestro amor a Él y fuente, a la vez, de crecimiento en ese amor. Solo se ama lo que se conoce y solo el trato acrecienta el conocimiento.
¡Cómo gozaría san José estando con el Niño! Contemplándolo dormido plácidamente en la cuna cuando todavía era un bebé; jugueteando con los trozos de madera desperdigados por el suelo del taller; correteando con otros niños por las calles de la aldea; encargándole algún pequeño servicio cuando empezaba a ser algo mayor; introduciéndole en los secretos del oficio cuando había iniciado su adolescencia o contemplando la madurez con que ejecutaba los encargos cuando ya era uno más en el taller. La cercanía y el trato con Jesús fue aumentando por momentos su amor a quien todos tenían por su hijo y él sabía que era su Dios.