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Visión de esperanza y de paz
Fiesta de San Pascual Bailón, el santo de la Eucaristía. En la Misa le he pedido especialmente por los consagrados que, en el Purgatorio, esperan el socorro y los consuelos de nuestras oraciones. Durante la acción de gracias he rezado el Via Crucis por esa intención. Al final de esta oración, el Señor me ha mostrado una visión interior con imágenes impactantes, impresionantes. Vi esta lluvia de almas de la que he hablado en dos o tres ocasiones. La mayor parte iba al Purgatorio en un sereno silencio. Vi al mismo tiempo que miles y miles de almas se elevaban del Purgatorio como estrellas brillantes y entraban en la gloria del Paraíso, escoltadas por una luz. Fue durante toda esta visión, un incesante movimiento de almas, la caída ligera de copos de nieve hacia el Purgatorio, la ascensión fulgurante a la conquista del Cielo de almas que me eran mostradas como brillantes estrellas. Todo esto era como un ballet extraordinario, esplendor de luz, de amor y de gracia.
No creo que sea irrespetuoso comparar, de una manera muy imperfecta, el Purgatorio a una colmena de oro situada en el jardín de Dios y animada por un incesante vaivén. Colmena de expiación en la que las abejas liban en los parterres florecidos de la misericordia, colmena de oración en la que ellas hacen la miel de su gloria celeste gracias a la oración de la Iglesia y a sus intenciones, y desde donde emprenden su vuelo hacia el Cielo para siempre. Me ha sido mostrado que en el seno del Purgatorio hay constantemente un número de almas muy superior al de las personas que están todavía en la tierra. Y masas y masas llegan cada día: otras lo abandonan para lavarse en los esplendores del Cielo. He visto igualmente que hay muchas más almas en el Purgatorio que en el infierno, aunque éste esté, desgraciadamente, demasiado poblado. No se puede hacer uno idea del número tan grande de almas que se pierden: y si la certeza de que hay más elegidos que condenados ha de consolarnos y movernos a dar gracias a Dios, no debe, sin embargo, hacernos olvidar que el infierno existe, y que se pierden demasiadas almas; si supiéramos esto, cambiaríamos radicalmente de vida. Mi Santo Ángel de la guarda se mostró, y me dijo varias cosas que anoto en parte aquí, por su valor instructivo:
Un número de almas demasiado grande
está en los abismos del infierno eterno...
El peligro de condenaros va siempre creciendo,
debido a las aberraciones
de vuestra manera de vivir,
de lo que vosotros llamáis, equivocadamente,
con tanta ceguera como vanidad,
progreso de la civilización.
¿Es un progreso que esta sociedad
dé más importancia a lo que pasa,
a las satisfacciones efímeras y engañosas
que a las verdades eternas
y a la vida del alma en Dios?
No hay ni una alma de cada diez
que trabaje para su salvación.
El ángel continuó muy seriamente con otro tema que él aborda muy raramente, sin duda, por su aspecto profético:
Estáis ante un periodo muy grave: a causa de los atentados perpetrados directamente contra la vida y contra las fuentes mismas de la vida, Dios está presto a castigar a la humanidad a la medida de sus crímenes tan tremendos. ¡Estáis ante los rigores de la Justicia divina!
Él me mostró, entonces, una lluvia de almas que se elevaban hacia una especie de claridad muy dulce; comprendí que eran los cientos y miles de niños asesinados en el seno de sus madres. Estos pequeños inocentes no van al Cielo, sino a lo que se llama de manera tradicional el limbo. Es un Cielo sin la gloria de la visión beatífica de Dios, o un infierno sin ningún sufrimiento —no sé cómo explicarlo—. Hay ahí una forma de felicidad que no es sin embargo la beatitud celeste. Allí van estos pequeños que no han conocido la vida fuera de sus madres, y también los niños pequeños muertos que no han recibido el bautismo.
El limbo es un poco como el Cielo de la inocencia, donde todas estas pequeñas almas disfrutan de la felicidad que les es accesible pero limitada; ellos no lo saben. Yo creo que al final de los tiempos el limbo será como recapitulado en el Cielo, pero no sé cómo. Todos estos pequeños seres cantarán, si se pude decir, la gloria de Dios por el hecho de estar vivos y participar en la Vida que es don de Dios.
Esta visión del limbo fue para mi alma un poco triste. Después, el Ángel dijo, antes de desaparecer:
La Santidad de Dios tiene para vosotros grandes exigencias. Olvidáis muy a menudo ¡que sois creados a imagen y semejanza de Dios! Olvidáis también que habéis sido rescatados en la Sangre de Cristo.
Pero la Trinidad divina va a suscitar entre vosotros
un ejército de santos,
un gran número de adoradores,
que despreciarán todos los vanos atractivos
del mundo
para consagrarse únicamente a la glorificación de Dios, y para trabajar en el silencio y la oración por la salvación de todos sus hermanos.
Sí, la Misericordia divina tocará a muchas almas
que cerrarán los oídos a los clamores del mundo
y oirán al fin las llamadas a la conversión
que no cesa de dirigiros el Señor.
Y con el único deseo de la gloria de Dios,
las benditas almas del Purgatorio
trabajan para obteneros
esta floración de santidad
para el tiempo que se acerca...
Ya lo comprenderéis más tarde.
El Ángel se calló y desapareció de mi vista interior, dejándome en la paz y el consuelo. Que nuestras oraciones aceleren esta floración de santidad.
Nota: Se llama «limbo de los Patriarcas» o «Seno de Abraham» el lugar donde estaban los justos de la Antigua Alianza antes de la venida de Cristo y la realización de la salvación de los hombres por el Sacrificio de la Cruz. Allí no sufrían los justos, pero su reposo era incompleto, por ausencia de la visión beatífica que iba a obtenerles el sacrificio de Jesús. El misterio de la Redención hizo que todos los justos dejaran este lugar para entrar en la gloria acompañando a Jesús.
No hay que confundir el Seno de Abraham, con los «limbos», donde según una tradición, largamente apoyada en la enseñanza común, iban las almas de los niños muertos sin bautismo. Pero es importante notar que el Catecismo de la Iglesia Católica no hace ninguna alusión a esta tradición, contentándose con declarar: «En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia no puede más que confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf. Timoteo 2, 4), y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: «Dejad que los niños se acerquen a Mí, no se lo impidáis» (Me 10, 14), nos permite confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por eso es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo» (Catecismo de la Iglesia Católica, n.° 1261).