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1 junio 2024

Santa Ana Catalina Emmerick. La vida oculta de la Virgen María.

LA CASA PATERNA DE ZACARÍAS DE HEBRÓN

Los viajeros y la niña se habían acercado a la ciudad por la parte Norte pero no entraron por allí sino por donde ya empiezan los jardines y palacios de la ciudad. Torcieron a Oriente y contornearon la ciudad siguiendo parte del Valle de Josafat dejando a su izquierda el Monte de los Olivos y el camino de Betania. Entraron en la ciudad por la Puerta del Cordero que lleva al Mercado de Ganado; junto a esta puerta hay un estanque donde se lavan por primera vez y le quitan lo más gordo a los ganados destinados al sacrificio. Sin embargo, éste no es el estanque de Betesda.

Después de un rato dentro de la ciudad, la comitiva volvió a torcer a la derecha y atravesó una muralla como para entrar en otro barrio. Iban por un barranco largo dentro de la ciudad, en uno de cuyos lados se alzaban los altos muros de un barrio más alto. Dentro de la ciudad siguieron más a Poniente, a la zona del Mercado de Pescado donde se encontraba la casa paterna de Zacarías de Hebrón. Zacarías siempre se alojaba en ella cuando tenía servicio en el Templo y ahora también estaba en la ciudad, pues justo acababa de terminar su servicio y se había quedado unos días en Jerusalén solo para asistir a la entrada de María en el Templo, pero ahora no estaba allí cuando entró la comitiva. Aquí en la casa estaban otros parientes de las comarcas de Belén y Hebrón con sus niñas; por ejemplo, dos hijas de una hermana de Isabel que no estaba allí.

Todas estas parientes, con muchas niñas pequeñas que llevaban coronas y ramitas, salieron casi hasta un cuarto de hora de distancia al encuentro de la comitiva que venía por el barranco. La recibieron con jubilosa alegría y los llevaron a la casa familiar de Zacarías, donde hubo una auténtica fiesta. Les dieron un tentempié y luego prepararon todo para guiarlos a un albergue de fiestas que hay cerca del Templo. Ya antes habían trasladado la ofrenda de ganado de Joaquín desde la zona del Mercado de Ganado a las cercanías del albergue de fiestas. Zacarías vino también de su casa paterna a buscar allí a la comitiva.

Pusieron a la Niña María el segundo traje de gala y la capita azul celeste, y todos se pusieron en procesión. Zacarías iba delante con Joaquín y Ana, luego seguía María rodeada de cuatro niñas vestidas de blanco, y cerraban la comitiva los demás parientes y las niñas. Pasaron por varias calles junto al palacio de Herodes y la casa donde más tarde vivió Pilatos. Fueron hacia la esquina nororiental del Monte del Templo, y dejaron a su espalda la fortaleza Antonia, un edificio alto y grande situado junto al lado noroccidental del Templo. Tuvieron que subir muchas escaleras a una alta muralla; la Niña María subió sola con jubilosa agilidad; la querían llevar, pero ella no lo consintió, lo que asombró mucho a todos.

La casa a la que iban era un albergue para fiestas no lejos del Mercado de Ganado. En los alrededores del Templo había cuatro de estos albergues y Zacarías había alquilado éste para ellos. Era un gran edificio con cuatro corredores alrededor de un gran patio, y en los corredores había lugares para dormir así como mesitas bajas y largas. También había una sala espaciosa con un fogón para cocinar. Muy cerca estaba el patio donde estaba el rebaño que traía Joaquín para la ofrenda. A ambos lados de este edificio vivían servidores del Templo, y empleados del sacrificio de ganados.

Cuando entraron en el albergue les lavaron los pies en su calidad de recién llegados; hombres a los hombres y mujeres a las mujeres. Luego los llevaron a una sala en cuyo centro colgaba del techo una lámpara de varios brazos encima de un gran caldero de bronce con asas lleno de agua y se lavaron en él cara y manos. Descargaron la acémila que traía Joaquín, y un criado se la llevó al establo. Joaquín, que ya se había apuntado para la ofrenda, siguió a los servidores del Templo al patio contiguo, donde éstos examinaron su ofrenda de ganado.

Luego, Joaquín y Ana fueron con la Niña María a la vivienda de un sacerdote que estaba más arriba. También aquí echó a correr la niña como empujada por un espíritu, subiendo los escalones con maravillosa energía. Los dos sacerdotes que vivían en la casa, uno muy anciano y otro joven, les dieron una amistosa bienvenida; ambos habían asistido en Nazaret al examen y los estaban esperando. Tras conversar sobre el viaje y la inminente ofrenda, los sacerdotes mandaron llamar a una de las mujeres del Templo, una viuda de edad avanzada que se ocuparía de tutelar a la niña.

Esta viuda vivía cerca del templo con otras mujeres parecidas que hacían toda clase de labores femeninas y educaban a las niñas. Su vivienda estaba un poco más lejos del Templo que las edificaciones inmediatamente pegadas a él, donde estaban las celdas de oración de las mujeres y de las niñas consagradas al Templo, desde las cuales se podía mirar al Santo sin dejarse ver.

La matrona que llegó estaba tan completamente envuelta en su ropa que solo se la veía un poquito la cara. Los sacerdotes y los padres la presentaron su futura pupila, la Niña María; la matrona estuvo solemne pero amistosa, y la niña, seria, humilde y respetuosa. Padres y sacerdotes instruyeron a la matrona sobre el carácter de la niña y hablaron varias cosas referentes a la entrega solemne. La matrona los acompañó de vuelta al albergue de fiestas, donde recibió un fardo con los enseres pertenecientes al ajuar de la niña, y se fue con ellos a prepararlo todo en la habitación de la niña. La gente que había acompañado a la comitiva desde casa de la familia de Zacarías, se volvió a ella y en el albergue que había alquilado Zacarías solo quedaron los parientes que habían venido con la Sagrada Familia. Entonces, las mujeres se arreglaron y luego lo prepararon todo para la comida de fiesta del día siguiente.

[Ana Catalina contó el 7 de noviembre:]

Me he pasado el día contemplando los preparativos de la ofrenda de Joaquín y del ingreso de María en el Templo.

Desde muy temprano, Joaquín y algunos hombres más llevaron el ganado hacia el Templo pero antes de llegar, algunos sacerdotes volvieron a examinarlo y rechazaron algunos animales, que inmediatamente llevaron al Mercado de Ganado de la ciudad.

El ganado que fue aceptado lo llevaron al Patio de los Sacrificios, donde ocurrieron muchas cosas que ya no sé repetir como es debido. Recuerdo que, antes que lo sacrificaran, Joaquín ponía la mano en la cabeza a cada animal ofrecido. Tenía que recoger la sangre y algunas partes de los animales en unos recipientes. Allí había mesas, columnas y cacharros donde todo lo troceaban, distribuían y ordenaban. Tiraban la espuma de la sangre, y también apartaban la grasa, el hígado y el bazo. También lo salaban todo. Los intestinos de los corderos los limpiaban, los rellenaban con algo y los volvían a poner en el cordero, que así parecía que estaba entero.

A los animales les ataban todas las patas en cruz. Mucha de la carne la llevaron a otro patio, a las doncellas del Templo, que algo hacían con ella; quizá tuvieran que preparar la comida para los sacerdotes o para sí mismas. Todo esto se hacía con un orden inconcebible; los sacerdotes y levitas iban y venían siempre de dos en dos y aunque el trabajo era abundante y muy difícil, todo iba como la seda. Las piezas saladas y preparadas para la ofrenda se dejaban hasta el día siguiente que es cuando realmente se ofrendarían.

Hoy hubo fiesta y comida en el albergue; contando los niños, había allí casi cien personas. Estaban presentes 24 niñas de distintas edades y entre ellas Serafia, a la que llamaron Verónica después de la muerte de Jesús, que era una niña ya bastante crecida y como de diez o doce años.

Las niñas preparaban guirnaldas y coronas para María y las que la acompañaban, y también adornaron siete cirios o antorchas parecidos a candelabros, pero sin pie y en forma de cetro, en los que arriba ardía una llama que ya no sé si era de aceite o de cera.

Durante la fiesta, varios sacerdotes y levitas entraron y salieron del albergue y también participaron en la comida; y como se asombraron de la cuantía de la ofrenda de Joaquín, éste les dijo que quería mostrarse agradecido ahora en la medida de sus fuerzas, en consideración a la vergüenza que había sufrido en el Templo cuando no aceptaron su ofrenda, y de la misericordia de Dios que había escuchado su súplica.

Hoy vi a la Niña María pasear por el paraje donde estaba la casa. He olvidado muchas otras cosas.