Página inicio

-

Agenda

6 mayo 2024

El Purgatorio. Una revelación particular. Anónimo.

La aurora del día eterno

«No habrá noche nunca más; y no necesitarán luz de lámpara ni luz de sol para alumbrar, porque el Se­ñor Dios derramará su luz sobre ellos y reinará por los siglos de los siglos» (Ap. 22, 5).

Así es la espléndida visión del Cielo que nos da el Señor en el Apocalipsis, visión de un día eterno de Dios. Al igual que cada día he leído y meditado un pa­saje de la Escritura y estas palabras del apóstol Juan me han ayudado mucho. Me quedé meditándolo, para sostener mi fe y nutrir mi esperanza, cuando de re­pente mi alma sintió una gran inclinación a rezar por la almas del Purgatorio y a pedir para ellas su libera­ción, para que saboreen en el Cielo esta suave luz de Dios.

Entendí que el Purgatorio es como la aurora de este día, una zona de penumbra en relación a la luz del Pa­raíso, y en relación a la fe aquí abajo, sobre la tierra. No fue una visión, ni una imagen, sino el fruto de una oración entregada a la inspiración del Espíritu Santo.

Me pareció que sobre la tierra era de noche y que trabajamos para alcanzar el día eterno del Cielo. Re­cibimos, en este trabajo, luces y consuelos en gran número, gracias a la Iglesia que nos enseña, nutre y asiste... Todo esto debe ayudarnos a llegar al Cielo. Si hemos terminado nuestra labor, de manera satis­factoria y a tiempo, entramos en el Cielo para recibir nuestra recompensa y nuestro reposo. Si nuestro tra­bajo no está bien hecho, porque lo hemos hecho sin cuidado, si no hemos aprovechado, o hemos despre­ciado y profanado las ayudas recibidas, es la conde­nación, la noche eterna... ¡Que el Señor nos preserve de eso!...

Si nuestra labor no está terminada, o necesita reto­ques, tenemos que ir al Purgatorio, en este alba que precede al día, zona de sombra antes de la luz del Cielo. Pero allí las almas ya no pueden trabajar: en el Purgatorio no se puede adquirir méritos. Tendremos que esperar allí a que nuestros hermanos de la tierra, con sus oraciones y sufragios, terminen, de cierta manera, nuestro trabajo inacabado y lo rectifiquen, ya que toda la labor de la humanidad es un conjunto a la gloria de Dios para la edificación en El de Su Reino.

Antesala de fuego de la Casa del Padre

Me fue mostrado, en una visión interior clarísima, que el Purgatorio es como la antesala de fuego de la Casa del Padre, antesala en la cual deben pasar más o menos tiempo ciertas almas, antes de tener acceso a la morada celestial. Lo entendí fácilmente gracias a una luz que se le dio a mi inteligencia. Al mismo tiempo vi una bellísima imagen.

Vi el Cielo como una casa espaciosa, con un conjunto de edificios magníficos unidos unos a otros mediante galerías de luz, y rodeados de un espléndido jardín cer­cado por una pared de luz guardada por centenares de ángeles. En medio se elevaba un magnífico árbol, de ho­jas verdes, suntuoso, cargado de una gran variedad de frutos exquisitos, y de guirnaldas de flores perfumadas. Era como una representación simbólica del Árbol de la Cruz, y de las gracias que derivan de él. Había allí un sol resplandeciente que derramaba su luz sobre toda la mansión en un manantial de siete fuentes.

Vi miles de almas que llegaban a las puertas del Cielo. Algunas eran introducidas en las mansiones del Padre; otras, más numerosas, eran conducidas por los ángeles al vestíbulo de fuego de estas mansiones celestiales: debían purificarse allí de las manchas, o más exactamente de las sombras que manchaban sus trajes blancos, restos de antiguas manchas lavadas pero no totalmente desaparecidas.

En el Cielo, unos ángeles y unos santos recogían toda clase y variedad de frutos y flores en el Árbol de la Cruz, para depositarlos en unos bonitos cestos de oro, que otros ángeles se llevaban hacia la Iglesia de la tierra, pero también a la Antesala de fuego, para ayu­dar a las almas que estaban en la tierra y en el Purga­torio. De la tierra, millares de ángeles volvían al Cielo con cestos llenos de granos de incienso que quemaban ante la Faz de Dios, incienso compuesto por las buenas obras y oraciones de la Iglesia de aquí abajo. Cierta cantidad de estos granos eran quemados sobre altares distintos, en donde ángeles recogían frutos y a veces flores destinados al vestíbulo de fuego.

Entendí que ese incienso representaba los sufragios en favor de las pobres y benditas almas del Purgatorio. Todo aquello se hacía en un ambiente de luz alegría y gozo... Vi también que cuanto más sufragios y oracio­nes hay, más numerosos son los frutos y las flores, es decir las gracias de indulgencia que consuelan las al­mas y les acortan su tiempo de purificación, o en cier­tas ocasiones suavizan sus tormentos. Llegaban sin ce­sar almas de la antesala de fuego, del Purgatorio, para entrar en el Cielo deslumbrantes de blancura. Se unían a la multitud de los santos cantando las alabanzas de Dios, unidas a Él para siempre exultantes de gozo.