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CONSERVAR Y PERFECCIONAR LA UNION
En el sufrimiento del cuerpo
Es necesario sufrir.
Está escrito de nuestro Jefe; Era necesario que Cristo padeciese y así pudiese entrar en su gloria. Y esto es cierto también de los miembros: Todos los que quieren vivir virtuosamente según Jesucristo, han de padecer persecución. Subimos al cielo como se sube un calvario, llevando la cruz: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame.
Por lo tanto, es esencial saber sufrir.
No todo dolor es bueno. Algunos dolores son inútiles; otros, perjudiciales. Hay almas buenas que tienen una tendencia enfermiza a buscar el sufrimiento por sí mismo, a amarle y a complacerse en él. Van contra los designios de Dios, olvidando que el sufrimiento nunca es un fin, sino siempre un medio, uno de los procedimientos para hacer brotar el amor. Lo que le hace santo y meritorio es la disposición íntima del que sufre. No es la obra de Dios, sino del pecado. Si el amor no le penetra para rehabilitarle y hacerle servir a la purificación de nuestra naturaleza pecadora, seguirá siendo un fruto diabólico. En el Calvario había a ambos lados de Cristo un ladrón crucificado: al uno, el dolor le abrió el paraíso; al otro, consumando su malicia, fue el preludio de la desgracia eterna.
Se trata, pues, no tanto de sufrir, sino de sufrir bien, en conformidad con la voluntad divina, de sufrir con Cristo y como Cristo.
Ahora bien, en este camino real de la Cruz tenemos tres etapas que recorrer: sufrimientos del cuerpo, dolores del corazón y desolaciones del alma.
En primer lugar, los sufrimientos del cuerpo: Ofreced a Dios vuestro cuerpo como una hostia viva, santa y agradable a sus ojos.
El sufrimiento se apodera principalmente del cuerpo y de las potencias inferiores del alma, mientras que el dolor propiamente dicho llega al corazón. Es la primera participación del cristiano, participación todavía elemental, de la santa Pasión de Cristo. Sin embargo, puede alcanzar un grado ya muy elevado, porque hay sufrimientos corporales, enfermedades, dolencias, etc., cuya tole rancia puede hacerse durísima a la naturaleza, y, por lo tanto, muy meritoria para el alma y muy glorificadora para Dios.
En este camino nos ha precedido Jesús, y ha ido mucho más lejos de lo que nosotros podemos ir.
Como El venía con miras al Calvario, el Espíritu Santo organizó especialmente su Humanidad para el sufrimiento, dándole un cuerpo de una delicadeza exquisita y de una extremada sensibilidad para que pudiera sufrir hasta el exceso. Su misma perfección llevaba su capacidad de sufrir a límites inauditos. En efecto, en los días de la Pasión pareció esto como un desbordamiento de sufrimientos y torturas. Isaías no sabe cómo pintarle:
Muchos se han admirado al verle.
Estaba tan desfigurado, que su aspecto no era el de un hombre, ni su rostro era como el de los hijos de los hombres...
No es de aspecto bello ni esplendoroso...
Era como un objeto ante el que se cubre uno la cara.
Le vimos despreciado, por lo que no hicimos ningún caso de El...