-
«cum angelis tuis». En compañía de tus ángeles
En presencia de tus ángeles cantaré para ti
Señor, delante de tus ángeles te cantaré el Salmo 2: quiero cantar este salmo mesiánico, y meditarlo en todas sus dimensiones. Y quiero hacerlo coram angelis tuis: en presencia de tus ángeles, mezclando mi voz con sus voces, mis sentimientos concordes con los suyos.
Alguna vez, Orígenes dijo que fueron los ángeles quienes empezaron a recitar el Salmo 2; y a ellos les atribuye los cuatro primeros versículos: «Videntur mihi angeli, indignabundi ob invisibilium regum ac principum contra Christum insidias, primos istos quator versículos pronuntiasse, et simul subdubitasse ad quid ista fierent»: llenos de admiración e indignados a la vez, los ángeles se preguntan: ¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos meditan planes vanos? Se levantaron los reyes de la tierra, y los príncipes se pusieron de acuerdo contra Dios y contra su Cristo: rompamos sus cadenas —decían—, sacudamos de nosotros su yugo.
Los ángeles habían presenciado ya, alguna vez, una rebelión semejante en las alturas; habían visto cómo Luzbel y sus seguidores, ante la idea de tener que adorar al Hombre-Dios (3), se rebelaron, y de un confín al otro del cielo resonó una voz malhadada: non serviam!: no lo serviré, no lo adoraré, no me postraré ante él.
Astiterunt... Fremuerunt... Meditati sunt inania...: Se levantaron..., se enfurecieron..., trazaron sus planes... ¡Pero todo fue inútil!
En ese momento fue creado el infierno, y los ángeles que se rebelaron contra Dios y contra su Cristo, fueron sepultados en él.
Por eso, ahora, al ver a los reyes de la tierra a una con los príncipes, al ver a los pueblos y a las gentes aunadas adversus Dominum et adversus Christum eius —contra Dios y contra Cristo—, los ángeles no pueden menos de exclamar: ¿Quare? ¿Por qué? ¿Se repite en la tierra la misma historia? Sí, las naciones, los pueblos, al igual que los demonios, rechazan a Cristo, diciendo: Nolumus hunc regnare super nos (4): no lo aceptamos como Rey, no le serviremos, no lo adoraremos.
Lloran amargamente los ángeles de la paz
Los ángeles protegen a los pueblos, velan sobre las naciones.
Dice Orígenes que «Dios estableció los límites de las naciones según el número de los ángeles, y a cada nación le ha dado un ángel custodio». Lo mismo afirma Eusebio de Cesárea, y San Agustín, y San Hilario y otros muchos: los pueblos todos de la tierra fueron entregados a la tutela y cuidado de los ángeles.
Pero las naciones y los pueblos, los reyes de la tierra y los príncipes, se rebelaron contra Dios y contra su Ungido: Yo era como manso cordero llevado al matadero, y no sabía que urdían tramas contra mí, que unos a otros se decían: Destruyámoslo, arranquémoslo de la tierra de los vivos, y que su nombre no sea recordado jamás.
Cuando esto ocurre, cuando luchan contra Dios, los hombres dejan de entenderse entre ellos mismos: La pasión, una vez que ha concebido, engendra el pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte: Muerte y desolación en la tierra, en las almas...
Y entonces, como profetiza Isaías, angelí pacis amare flent —lloran amargamente los ángeles de la Paz—.