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CONSERVAR Y PERFECCIONAR LA UNION
En el dolor del corazón
Esta es la segunda etapa. Muy diversa en sus causas y en sus modos, el dolor ataca directamente al corazón: disgustos, enojos, separaciones, penas, tristeza hasta la agonía.
Es más temible a la naturaleza que el sufrimiento, más purificador porque obliga a más duros renunciamientos, y, por lo tanto, más rico en frutos de santidad. Se entra más adentro en la Pasión de Cristo por el dolor que por el sufrimiento. Los sufrimientos corporales de Jesús fueron atroces; pero, ¿quién podrá decir lo que fue la profundidad de su dolor, de la agonía de su Corazón? Porque este Corazón sagrado fue un abismo de amor, fue un abismo de dolor. Se sabe con qué nombre llama Isaías a Cristo: El varón de dolores. Su vida terrestre ha sido una larga agonía que ocupaba su ciencia, su santidad y su amor infinitos. Desde la Encarnación comenzó esta agonía, ya abrumadora, para alcanzar su paroxismo en los días de la Pasión. Indecible martirio de treinta y tres años que consumó en todo momento su capacidad de sufrir. Habitó en el dolor, comenta santa Ángela de Foligno.
Quien aspire a la unión perfecta debe entrar valerosamente en el dolor de Cristo Jesús y soportar con El todas las molestias, dolores y agonías del corazón. San Pablo deseaba conocerle, participar de sus penas y asemejarse en su muerte.
Al que cree es entonces muy fácil permanecer en Dios, porque en cualquier pena que entre, en cualquier agonía a que sea lanzado, aunque sea extrema y sin remedio, siempre, ante sí, encontrará a Jesús, cargado con la misma pena, sufriendo la misma agonía, y más terribles aún, pero que El santifica y deifica, para que, habitando con El en el dolor, no cesemos de permanecer en el amor.
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¡Aleluya!
Mi corazón está dispuesto, Señor.
Cantaré y haré resonar la alabanza: ésta es mi gloria.
¡Despierta, lira mía!
¡Apresúrate, arpa mía!
Quiero alabarte, ¡oh Señor!, porque tu miserirdia es más grande que los cielos, y más elevada que las nubes de tu verdad..
Ayúdanos en la tribulación.
El socorro del hombre no es más que vanidad; pero con la ayuda de Dios haremos grandes cosas.
Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
¡Aleluya!
Salmos