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Siguen —LOS CHICOS PROFETAS
Santa Ana Catalina Emmerick Me dijeron alegremente que se estaba cumpliendo el tiempo de sus profecías, pues estos chicos eran figuras de profetas. Yo tenía conmigo el cilicio desmesurado de aquella persona que me habían traído ayer. Lo enseñé, no sé por qué, a uno de estos chicos profetas, que era Elías, y me dijo:
—Esto es una banda de martirio que no está permitido llevar. En el Monte Carmelo yo también he preparado y llevado un cinturón, y se lo he dejado a todos los hijos de mi orden, los carmelitas. Ése es el que debe llevar esa persona, y le resultará mucho más útil.
Acto seguido me mostró un cinturón tan ancho como la mano donde estaban pintados toda clase de letras y líneas que significaban distintas luchas y vencimientos y señaló distintos puntos con las palabras:
—Esto lo puede llevar esa persona ocho días; y esto, uno.
¡Ay!, ¡quisiera que esa buena persona supiera esto!
Cuando nos acercamos a casa de la madre Ana y quise entrar, no lo conseguí, y mi guía, el ángel de mi guarda, me dijo:
—¡Antes tienes que dejar mucho, solo tienes que tener nueve años!
No sabía cómo hacerlo, pero él me ayudó ya no sé cómo; tenía que soltar tres años de mi vida, los tres años que estaba tan orgullosa de mis vestidos y siempre quería ser una tía muy fina [Brentano dulcifica la expresión pero añade entre paréntesis la expresión de Ana Catalina, eine so zierliche Dirne, que es más vigorosa.]
En consecuencia, de repente tuve nueve años y entonces pude entrar en la casa con los chicos profetas. La Niña María salió a mi encuentro, tenía tres años y se comparó conmigo; era tan alta como yo si se ponía encima de mis pies. ¡Era tan amistosa, tan cariñosa y sin embargo, tan seria!
Inmediatamente después de esto estuve con los chicos profetas en la casa. Nadie parecía reparar en nosotros y nosotros no molestábamos a nadie. Ellos, que ya hace muchos siglos eran ancianos, no se maravillaban nada de estar allí presentes como chicos jóvenes, y yo, que ya era una monja de cuarenta y tantos años, tampoco me maravillé de ser ahora una pobre aldeanita de nueve años. Cuando se está con gente santa, una solo se maravilla de la ceguera y el pecado de los hombres.
[A continuación, como todos los años por esta época, contó la preparación del viaje de María al Templo. Que tuviera que entrar en el cuadro con la sensación de ser una niña de nueve años pudo deberse a que ni ella ni los profetas estuvieron realmente presentes allí y por eso los cambiaron a la edad infantil; los chicos representaban el cumplimiento de las profecías, y Ana Catalina la contemplación de ese cumplimiento. Ella sintió sobre todo que tenía que perder los tres años en que fue algo vanidosa con su ropa. Esto parece deberse a que María estuvo vestida en esta ceremonia con varios trajes de fiesta, y Ana Catalina debía contemplarlo con parecida humildad y únicamente según su significado espiritual. Que la Niña María se comparase con ella pudo significar: «Solo puedes contemplar esta sagrada ceremonia con sencillez y dignidad en esta edad de inocencia infantil», o también: «Tengo tres años y tu nueve y sin embargo soy tan alta como tú, pues en mi interior estoy muy por encima de mis años».]
COMIENZO DEL VIAJE DE MARÍA AL TEMPLO
Al romper el día emprendieron viaje a Jerusalén; la niña María estaba tan deseosa de ir al Templo que se precipitó a salir de la casa para ir al burro. Los chicos profetas y yo estábamos en la puerta y la vimos; los chicos me mostraron más pasajes de sus rollos; uno decía que el Templo era magnífico pero aún más magnífico lo que encerraba.
En la comitiva había dos animales de carga. Un criado que precedía siempre a la comitiva llevaba del ronzal a uno los burros, que estaba muy cargado. El otro burro, que también estaba cargado, estaba delante de la casa y tenía preparado el asiento donde sentaron a María. Iba vestida con el primer trajecito amarillento y envuelta en un gran mantilla o pañolón ceñido al cuerpo de modo que pudiera descansar los brazos dentro. Joaquín guiaba al burro y llevaba un bastón largo como un báculo de peregrino que terminaba en un gran pomo redondo. Ana iba un poco por delante con la pequeña María Cleofás. Una criada las acompañó todo el viaje. Además, algunas mujeres y niños los acompañaron un trecho del camino.
Llevaban consigo un farol, pero su luz desapareció completamente para mí ante la luz que siempre veo en los cuadros de viaje que acompaña a la Sagrada Familia y a otros santos para iluminarles el camino, pero no sé si ellos también la veían. Al principio, para mí era como si yo caminara con los chicos profetas detrás de la Niña María. Luego, cuando María fue a pie, yo fui a su lado.
A los chicos los oí cantar varias veces el salmo 44: «Eructavit cor meum verbum» y el 49: «Deus, deorum dominus, locutus est», y me enteré por ellos que los dos coros cantarían para recibir a la niña en el Templo; los oiré cuando lleguen.
El camino empezaba bajando un cerro y luego volvía a subir. Cuando ya era de mañana y el día estuvo claro, la comitiva descansó en una fuente en la que nacía un arroyo y había un prado. Los viajeros descansaron junto a un seto de balsameros. Debajo de estos setos siempre había cuencos de piedra para recoger las gotas de bálsamo con que los viajeros se refrescaban y llenaban sus jarritas. En los setos había allí también otras bayas que los viajeros recogieron y comieron; también comieron panecillos. Aquí desaparecieron ya los chicos profetas. Uno de ellos era Elías, el otro a mí me parecía Moisés.
La Niña María los veía bien, pero no decía nada; los veía en la forma que de niña una ve aparecer junto a sí niños santos, o ya de mayor, jóvenes o vírgenes santas, y no se lo dice a los demás porque en tal estado una está muy tranquila y recogida.
Más tarde los vi entrar en una casa solitaria donde los acogieron bien y comieron. Me dio la impresión que aquí vivían parientes. Desde aquí enviaron a casa a la pequeña María Cleofás. A lo largo del día todavía di algunos vistazos al viaje, que era bastante pesado; tenían que pasar valles y montañas. En los valles con frecuencia había niebla fría y rocío, pero también vi sitios soleados que ahora estaban en floración.
Antes de llegar a su alojamiento nocturno atravesaron un riachuelo. La noche la pasaron en un albergue al pie de un monte sobre el que hay una ciudad; desgraciadamente ya no estoy segura del nombre, pero esta ciudad la veo muchas veces en relación con otros viajes de la Sagrada Familia y por eso me puedo equivocar fácilmente de nombre².
Yo solo puedo decir, pero no completamente segura, que viajaron en la dirección del camino que Jesús recorrió en septiembre de su trigésimo año de Nazaret a Betania para ir al bautismo de Juan y el mismo camino que siguió la Sagrada Familia en su huida de Nazaret a Egipto. En la huida, el primer albergue estuvo en Nazara, una aldea que está entre la ciudad situada en lo alto y Masaloz, y ciertamente cercana a ambos. Veo constantemente tantos lugares a mi alrededor y oigo tantos nombres, que muy fácilmente los trastrocó.
Mientras se sube al monte hay varios barrios que pertenecen todos ellos a la ciudad de arriba. En la ciudad están escasos de agua y tienen que subirla con cuerdas. Por allí hay viejas torres en ruinas. En la cumbre del monte hay una torre como de vigía, con un armazón de vigas y cuerdas que sirve para subir cosas de la parte baja de la ciudad, con tantas cuerdas que casi parece la arboladura de un barco.
Desde el pie del monte hasta arriba hay más de una hora; la comitiva se metió en el albergue que está debajo. Desde este monte se puede ver hasta muy lejos. En una parte de la ciudad vivían paganos que los judíos tenían esclavizados y que estaban obligados a todo género de prestaciones como, por ejemplo, trabajar en el Templo y en otras construcciones.
[El 4 de noviembre de 1821 dijo:]
Al anochecer de hoy he visto que Joaquín y Ana, la Niña María, una criada y el criado que muchas veces va delante con el burro más cargado, llegaron a un albergue que está a doce horas de Jerusalén. Aquí encontraron a los rebaños que habían enviado por delante, los cuales reanudaron inmediatamente su marcha. A Joaquín lo tienen que conocer bien por aquí, pues estaba como en su casa. Sus ofrendas de ganado siempre las mete aquí. También estuvo aquí cuando volvió a Nazaret después de llevar vida escondida con sus pastores. La Niña María durmió aquí con su madre. Estos días he tenido tanto quehacer con las pobres ánimas que me parece que he olvidado algo del viaje al Templo.