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13 mayo 2024

El Purgatorio. Una revelación particular. Anónimo.

Prisionera de la Misericordia y guardada por la Justicia

En numerosas visiones interiores que me concedió el Señor a propósito del Purgatorio, pude penetrar algo de este gran misterio, en tanto juzgo que era necesario para mi indignidad y para la edificación personal de los que leerán estas páginas; sin duda ha pensado san­tificarles confiando los secretos de Su Corazón a un instrumento de tan poca monta... Permitirá que recen por mí al leer estas páginas.

He visto el Purgatorio como una prisión mística, le­vantada por la Misericordia divina y guardada por la Justicia; pero esta cárcel tiene ciertas peculiaridades que hacen de ella un lugar único. El Purgatorio es como una cárcel de luz y fuego, construida por la Mi­sericordia divina: el alma debe purgar allí la pena de­bida a su pecado, para poder entrar después en la bea­titud eterna; tiene que dejarse purificar de todo lo que retrasa todavía su entrada. Pero lo más notable de esta cárcel es que no tiene ni paredes ni celdas, tampoco guardianes, el alma sola se guarda libremente, sin más coacción que su total conformidad con el Puro Querer divino. El alma no está encerrada: se queda por sí sola en el Purgatorio, libremente. Teniendo una clara visión de ella misma y de su incapacidad actual para entrar en el Cielo, se deja cautivar y atraer por el Amor divino que la invita, y que la retiene en su expiación para ser digna —por mucho que le cueste— de las exigencias de la justicia divina, a la cual debe satisfacer.

De manera que la única clausura de esta cárcel mís­tica es la Justicia divina: la única condición del alma es el de entregarse amorosamente a Dios, que la atrae poderosamente con sus impulsos de amor y con su exi­gencia de justicia. El alma arde del deseo de arrojarse en el Amor infinito, pero no lo puede hacer mientras no ha satisfecho sus deudas hacia la justicia divina: eso es el Purgatorio.

He visto que un alma preferiría mil veces quedarse en el Purgatorio hasta el juicio final, que arriesgarse (si eso fuera posible) a entrar en la intimidad de Dios sin haber pagado la totalidad de su deuda a la Justicia divina: prefiere ser purificada, y ver su traje lavado más y más veces, antes que llegar al banquete de Dios con alguna sombra de mancha. Pero, de hecho, no es algo que se preguntan, porque ven la Misericordia y se ven con tal claridad, que se remiten a Dios entera­mente para todas las cosas, dejándole conducir su pu­rificación y la iniciativa de su liberación.