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5 abril 2024

Suárez. La Pasión, de Nuestro Señor Jesucristo

3. ¿Jesús o Barrabás?

Cuando Pilato vio a Jesús, devuelto por el tetrarca con la vestidura blanca con que se solía cubrir a los locos, debió experimentar dos sentimientos contradictorios. Por una parte veía confirmada la inocencia de Jesús, de la que él estaba convencido desde el primer interrogatorio. En realidad, el proceso debía haberse resuelto cuando después de oír a Jesús, Pilato se dirigió al pueblo y a los dirigentes religiosos congregados ante el pretorio y sentenció: «No encuentro ningún delito en este hombre».

Por otra parte, al devolver a Jesús al tribunal del procurador romano, Herodes no le había resuelto el problema, que de nuevo recaía sobre él. Lo que Pilato tenía de formación en el Derecho romano le impulsaba a dejar a Jesús en libertad; lo que tenía de político le impelía a un apaciguamiento de la turba, pues tenía experiencia de la terquedad de los judíos y de las dificultades que podían ocasionarle. Buscando una solución que le resolviera aquel enojoso problema tranquilizando su sentido del deber y contentando a la vez a aquella turbamulta y vociferante, se dirigió de nuevo al pueblo manifestando una decisión que resulta desconcertante. Convocando, pues, «a los príncipes de los sacerdotes, a los magistrados, y al pueblo», les dijo:

Me habéis presentado a este hombre como alborotador del pueblo. Y he aquí que yo le he interrogado delante de vosotros, y no he hallado en este hombre delito alguno de los que le acusáis; ni tampoco Herodes, pues nos lo ha devuelto. Por tanto, nada ha hecho que merezca la muerte, así que después de castigarlo, lo soltaré (Le 23, 13-16).

Esto era una incongruencia. Si era inocente, ¿por qué castigarle? Y si tenía culpa, ¿por qué ponerle en libertad? Pilato esperaba que castigando a Jesús aplacaría a los judíos, con lo que dejarían de importunarle y podría soltar a Jesús, pero con ello estaba demostrando que, a pesar de llevar como siete años ya de procurador en Palestina, todavía no acababa de conocer el tesón de los judíos, y menos aún la animosidad que tenían contra Jesús.

Cada vez más se afirmaba en la inocencia de aquel hombre que, contra lo usual entre los reos, en lugar de grandes protestas de inocencia, guardaba silencio, como si estuviera convencido de antemano de la inutilidad de su defensa. Y así era. El juicio se iba desarrollando de un modo que tampoco era ortodoxo, debido sobre todo a la presencia de una multitud bien dirigida que presionaba al procurador. Así, cuando Pilato proclamó la inocencia de Jesús, corroborada por Herodes, y determinó imponerle un castigo (esto por contentar, o más bien, porque así creía que aplacaría a los judíos) para luego dejarle libre, «toda la multitud clamó diciendo: Quita de en medio a ése y suéltanos a Barrabás» (Le 23, 18).

Barrabás era, según atestigua el propio San Lucas, un malhechor que estaba encarcelado por haber cometido un homicidio en una sedición, tal como dice también San Marcos (15,7). Era conocido, pues de él dice San Mateo que era un «preso famoso» (27,16).

No se pueden rehacer con seguridad los detalles de esta reacción de los congregados ante el pretorio. Es cierto que, como escribió San Mateo, «en el día de la fiesta, el procurador tenía costumbre de soltar un preso al pueblo, el que quisieran» (27, 15); era costumbre bien conocida, pues «subió la turba y comenzó a pedirle lo que les solía conceder» (Me 15, 8); pero resulta muy extraña esta unanimidad pidiendo la libertad de Barrabás. Quizá sólo algunos —los que verdaderamente dirigían la masa— pronunciaron el nombre y los demás lo corearon; o quizá lo sugirieron de antemano conociendo la costumbre de soltar un preso y anulando así la posibilidad de que fuera Jesús a quien dieran la libertad. Lejos de resultar descabellada esta hipótesis, parece lo más razonable, porque puesto a comparar a Jesús, que había curado enfermos, limpiado leprosos, devuelto la vista a ciegos y el oído a sordos, y hecho andar a paralíticos, con un malhechor como Barrabás, ladrón, sedicioso y homicida, ¿cómo era posible dudar de cuál de los dos sería elegido por el pueblo para beneficiarle del indulto?

Quizá debió pensarlo así el propio Poncio Pilato. Según San Juan, después de afirmar que no encontraba delito alguno en Jesús, dijo Pilato: «¿Queréis, pues, que os suelte al Rey de los judíos?»:

Pues sabía que los príncipes de los sacerdotes lo habían entregado por envidia. Pero los príncipes de los sacerdotes soliviantaron a la turba para que les soltase más bien a Barrabás. Pilato, respondiendo de nuevo, les decía: «¿Y qué queréis que haga con el Rey de los judíos?» Ellos volvieron a gritar: «¡Crucifícale!» Pilato les decía: «¿Pues qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban más fuerte: «¡Crucifícale!» (Me 15, 10-14).

Todavía se le complicó más la situación a Pilato cuando, estando en el tribunal, recibió un recado de su mujer: «No te mezcles en las cosas de ese justo, pues hoy en sueños he sufrido mucho por causa suya». Como muchos de sus contemporáneos, no creía en la verdad; pero lo de los sueños era otra cosa: quizá fuera una advertencia de los dioses, pues aunque no creía en la verdad era, como suele ocurrir en estos casos, supersticioso. La desazón de Pilato aumentó a la par que su irritación ante la terquedad y el fanatismo de la turba. Se veía impotente ante la astucia de los príncipes de los sacerdotes, y cada vez se encontraba más enredado en aquel diálogo que, en mala hora, había entablado con la multitud para resolver el problema queriendo satisfacer a la vez a la justicia y evitando un tumulto que, de cierto, no iba a favorecer su carrera política. «¿Qué mal ha hecho?» preguntaba. ¡Si al menos hubieran dado alguna razón, aunque sólo hubiera sido medianamente convincente! Pero no daban ninguna; sólo gritos, como de gentío enfurecido que repite irracionalmente una consigna: «¡Crucifícale!» ¿Hasta dónde podía llegar el odio de aquellos hombres?

Dos de los tres Evangelios sinópticos resumen en breves palabras el desenlace. Marcos y Lucas son brevísimos: «Pilato, queriendo contentar a la muchedumbre, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado» (Me 15, 15). «Pilato —relató San Lucas— decidió que se cumpliera su decisión; soltó, pues, al que pedían (...) y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos» (23, 24 y 25). San Mateo añade algo más:

Al ver Pilato que no adelantaba nada, sino que el tumulto iba a más, tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo diciendo: «Soy inocente de esta sangre: vosotros veréis.» Y todo el pueblo gritó: «¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, se lo entregó para que fuera crucificado (Mt 27, 24-26).

Esta convicción de Pilato, así como sus tentativas para ponerlo en libertad, vienen confirmadas por unas palabras de San Lucas, al referir que, después de la resurrección, Pedro habló a los israelitas diciendo que Dios había glorificado «a su siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis en presencia de Pilato cuando éste juzgaba que debía soltarle» (Hch 3, 13).