Página inicio

-

Agenda

28 abril 2024

Bernadot. De la Eucaristía a la Trinidad.

CONSERVAR Y PERFECCIONAR LA UNION

En la tentación
.

¿Es más difícil conservar la unión en la tentación?

No lo es si sabemos sostenernos en la fe y acordarnos que muchas veces se esconde Dios en las tinieblas. Se esconde en nuestros corazones y permite al demonio que se nos acerque. Pero permanece en nosotros.

En la vida de Santa Catalina de Siena hay un hecho fecundo en enseñanzas luminosas. Catalina había estado sometida a tentaciones impuras extremadamente humillantes y de una violencia inaudita. Pasada la tormenta aparece Nuestro Señor. «¡Señor!, exclama ella, ¿dónde estabais cuando mi corazón estaba atormentado con tantas impurezas?

—Estaba en tu corazón.— ¡Ah, Señor! Vos sois la verdad misma, y me inclino ante vuestra Majestad. Pero, ¿cómo puedo yo creer que estabais en mi corazón cuando estaba lleno de tan detestables pensamientos?

—Esos pensamientos y esas tentaciones ¿te causaban alegría o tristeza, placer o pena?

—Una gran tristeza y una gran pena. —Pues sabe, hija mía, que tú sufrías porque Yo estaba escondido en medio de tu corazón. Si hubiera estado ausente, esos pensamiento te habrían penetrado y alegrado, pero mi presencia te los hacía insoportables. Yo obraba en ti, Yo defendía tu corazón contra el enemigo. Nunca he estado más cerca de ti».

Estas palabras nos señalan la línea de conducta que se debe seguir en la tentación: estar estrechamente unidos con Jesús. Cuando el demonio ataca nuestra vida sobrenatural ¿a quién ataca, en definitiva, sino al mismo Dios? Es a Cristo a quien persigue todavía en nosotros y a quien desearía sacrificar nuevamente. Es la vida de Cristo en nosotros la que desea extinguir. El secreto de la victoria no está en agitarnos, en rechazar directamente las sugestiones del Maligno o discutir sus artificios, sino en adherirnos con toda nuestra voluntad a Aquel que ya le ha vencido y está más interesado que nosotros mismos en salvar la vida que nos comunica. Ahora más que nunca es la ocasión de practicar el consejo de San Pablo: Seguid a Jesucristo, unidos a El como a vuestra raíz, y edificados sobre El como sobre vuestro fundamento, v confirmados en la fe.

Quien sin turbarse permanece unido a Cristo, penetra en El y se confía en El, no podrá ser vencido por el demonio. Porque el que está con nosotros es mayor que el que está en el mundo. Aunque se acampen ejércitos contra mí no temblará mi corazón. Aunque me embistan en batalla, entonces mismo mantendré yo firme mi esperanza. El Señor me tendrá escondido en su tabernáculo.

Santa Teresa, después de haber pedido la gracia de permanecer unida siempre con Dios, añade: «Entonces no tendré más que desdén y desprecio para todos los demonios, y serán ellos los que me temerán a mí. No comprendo esos miedos que hacen gritar: ¡El demonio! ¡el demonio!, cuando podemos decir: ¡Dios! ¡Dios!».

La unión confiada con nuestros Huéspedes interiores es, por lo tanto, la salvación en la tentación, porque ningún poder es capaz de arrancar a Dios un alma sin que ésta lo quiera: ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?... En todas las pruebas triunfamos por virtud de Aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados... ni otra ninguna criatura podrá separarnos del amor de Dios que se funda en Jesucristo nuestro Señor.

Santa Gertrudis exclamaba: «Doy gracias a vuestra protección, adorable e incomprensible Trinidad, que no permitís que seamos tentados sobre nuestras fuerzas, aunque alguna vez consentís que seamos tentados para que adelantemos en la virtud. Y cuando veis que toda nuestra esperanza no está apoyada más que sobre vuestro socorro, os cargáis con nuestras propias querellas, de tal suerte que por una generosidad sin igual, reservándoos la pena del combate, nos dais el premio de la victoria». (Insinuat., Lib II, cap. 11).

* * *

El Señor es mi luz y mi salvación:
¿A quién he de temer yo?
El Señor es el defensor de mi vida:
¿Quién me hará temblar?
Mientras que están para echarse sobre mí los malhechores,
para devorar mis carnes,
esos enemigos míos que me atribulan, esos mismos han flaqueado y han caído...
El Señor me tuvo escondido en su tabernáculo en los días aciagos.
Me puso a cubierto en lo más escondido de su pabellón;
ensalzóme sobre una roca...
Si, alma mía, sométete a Dios en paz. Porque de El viene mi esperanza.
Sí, El es mi fuerza y mi salvación, El es mi fortaleza; no vacilaré

Salmos XXVI y XVI