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27 abril 2024

Santa Ana Catalina Emmerick. La vida oculta de la Virgen María.

OFRENDA DE MARÍA. PREPARATIVOS EN CASA DE ANA

[LA autoridad de la Iglesia confirma la ofrenda de María y su estancia en el Templo, pues tanto la misa como el breviario del 21 de noviembre celebran generalmente la memoria de la ofrenda de María. Ya desde tiempos apostólicos el obispo Evodio afirma esta tradición según la Historia Ecclesiastica de Nicéforo, Libro 3.°, capítulo 3. Asimismo Gregorio de Nisa, Epifanio, Jorge de Nicomedia, Gregorio de Tesalónica, Juan Damasceno y otros santos padres testimonian lo mismo. La iglesia griega celebra esta fiesta por lo menos desde hace once siglos. Incluso el Corán (sura «Imram», aleyas 31 y siguientes) describe expresamente la estancia de María en el Templo.]

[El 28 de octubre de 1821, Ana Catalina contó despierta, pero en estado de visión:]

Pronto llevarán a la Niña María al Templo de Jerusalén. Ya hace algunos días que vi una vez, en un cuarto de su casa cerca de Nazaret, que Ana tenía de pie ante sí a la Niña María que tenía tres años, y la preparaba instruyéndola en la oración, porque pronto llegarían los sacerdotes a examinarla para el ingreso en el Templo.

{María tenía tres años y tres meses de edad cuando hizo voto de estar presente en el Templo entre las vírgenes que allí moraban.}

Hoy es la fiesta de los preparativos en casa de Ana. Hay huéspedes, parientes, hombres, mujeres y también niños. También están los sacerdotes, uno de Séforis, hijo de un hermano del padre de Ana; otro de Nazaret, y el tercero de un sitio que está en un monte a unas cuatro horas de Nazaret y cuyo nombre empieza con la sílaba Ma.

Estos sacerdotes han venido en parte a examinar si la Niña María es capaz de prometerse al Templo, pero también en parte a indicar los detalles de sus vestidos, que tenían que ser conforme a cierto corte eclesiástico; eran tres trajes de colores distintos, consistentes cada uno en caftán, pechera y capa. Además había también dos coronas abiertas de seda y lana, y una corona cerrada por arriba con arcos. Uno de los sacerdotes cortó por sí mismo algunas partes de estos trajes y lo dejó presentado todo como debería quedar.

[Unos días después, el 2 de noviembre, la narradora continuó:]

Hoy he visto fiesta grande en casa de los padres de María. Sin embargo no estoy segura si ha ocurrido hoy o si es que me han repetido el cuadro, pues los tres últimos días he visto lo mismo pero se me vuelve a olvidar con tantos dolores y molestias.

De momento estaban presentes tres sacerdotes, así como varios parientes con sus hijitas: por ejemplo María Helí y su hijita de siete años María Cleofás, que era mucho más vigorosa y robusta que la Niña María. María es muy tierna y tiene el pelo rubio rojizo, liso pero con bucles en las puntas. Ya sabe leer y asombra a todos por la sabiduría de sus respuestas. También está Maraha, la hermana de Ana de Séforis, con su hijita, así como otros parientes con niñas pequeñas. Las mujeres cosieron las piezas que los sacerdotes habían cortado para los vestidos de María y durante la fiesta la fueron poniendo los trajes en distintos momentos mientras los sacerdotes la dirigían toda clase de preguntas.

Toda la ceremonia fue solemne y grave, y aunque los ancianos sacerdotes la realizaban con una cándida sonrisa, tenían que interrumpirla muchas veces maravillados por las sabias respuestas de María y las lágrimas de dicha de sus padres.

La ceremonia tuvo lugar en una habitación rectangular junto al comedor; la luz entraba por un agujero del techo que estaba cubierto con una gasa. En el suelo estaba extendido un cobertor rojo, sobre el que estaba una mesa de altar cubierta de rojo y blanco, en la que un cuadro, bordado o cosido, escondía como una cortina una especie de armarito donde estaban los rollos de escrituras y de oraciones. El cuadro representaba a un hombre, creo que era la imagen de Moisés con una capa amplia como la que llevaba cuando subía al monte a pedirle algo a Dios.

—MOISÉS

En el cuadro, Moisés no tenía las tablas de la Ley en la mano sino que le colgaban a un costado o del brazo. Moisés era pelirrojo, muy alto y ancho de hombros. Su cabeza era muy alta y en punta como un pilón de azúcar y tenía la nariz grande y curvada. En la parte superior de su amplia frente tenía dos prominencias como cuernos, que estaban vueltas una hacia otra; no eran rígidas como los cuernos de los animales, sino de piel blanda y como rayada o estriada. Solo sobresalían un poco, como dos colinas parduzcas y arrugadas en la parte superior de la frente. De pequeño ya las tenía en forma de verruguitas. Estas protuberancias le daban un aspecto prodigioso, y nunca las pude sufrir porque me recordaban involuntariamente imágenes del demonio. He visto varias veces protuberancias de éstas en la frente de ancianos profetas y ermitaños; algunos solo tenía una en medio de la frente.

[En el cuadro de la huida a Egipto, Ana Catalina mencionó también una cortina con una imagen parecida, que pensaba que representaba a Melquisedec.]

En este altar, además de los tres trajes de fiesta había otras telas que los parientes habían ofrecido para el ajuar de la niña. Delante del altar estaba una especie de trono pequeño sobre unos escalones; allí estaban congregados Joaquín, Ana y los demás parientes; las mujeres estaban detrás y las niñas pequeñas, al lado de María.

Los sacerdotes entraron y se acercaron descalzos; eran cinco pero solo oficiaban la ceremonia los tres revestidos con trajes litúrgicos. Uno de los sacerdotes retiró del altar las piezas del traje, explicó su significado y se las entregó a la hermana de Ana que vivía en Séforis, que fue vistiendo a la niña con ellas.

EL PRIMER TRAJE

Primero la puso un trajecito amarillento bordado y luego sobre él un escapulario de colores, cuya pechera estaba adornada con cordones. Se lo pusieron por el cuello y lo ciñeron al cuerpo. La pusieron encima una capa parduzca con sisas para los brazos, que quedaban cubiertas por franjas que colgaban desde arriba. La capa estaba abierta por arriba, y desde debajo del pecho hasta abajo, estaba cerrada.

María llevaba sandalias de color marrón con gruesas suelas verdes. Sus cabellos rubio rojizos, rizados en las puntas, estaban peinados lisos. Llevaba puesta una corona de lana o seda entreverada con rayas de un dedo de ancho de plumas vueltas hacia adentro. Estas plumas son de un pájaro de aquel país; yo lo conozco.

Luego pusieron a la niña un pañolón rectangular color gris ceniza que colgaba de la cabeza como una envoltura y que podía recogerse bajo los brazos de modo que éstos pudieran descansar como en dos lazos. Parecía un mantón de viaje, oración o penitencia.

Cuando María estuvo así vestida, los sacerdotes la hicieron toda clase de preguntas sobre el modo de vida de las chicas en el templo. Entre otras cosas la dijeron:

—Cuando tus padres te han prometido al Templo, han hecho voto de que no tomarías vino, vinagre, uvas ni higos. ¿Quieres añadir algo tú misma a este voto? Puedes pensarlo durante la comida.

(A los judíos, y especialmente a las niñas judías, les gusta el vinagre; y a María también le gustaba mucho.)¹

EL SEGUNDO TRAJE

Después de varias preguntas parecidas le quitaron a María el primer traje y la pusieron el segundo. Primero un caftán azul celeste, luego una pechera muy rica, una capa azul y blanca y un velo brillante como la seda con pliegues en la nuca como el de las monjas, sujeto a la cabeza con una corona de colores con capullos de flor y hojitas verdes de seda. A continuación los sacerdotes la pusieron un velo blanco delante de la cara, recogido por arriba como un tocado. Tres pasadores {a distinta distancia} recogían el velo encima de la cabeza, de modo que podía ocultar a la vista toda la cara, la mitad o la tercera parte.

Los sacerdotes la instruyeron en el uso del velo, cómo debía levantarlo ligeramente para comer y dejarlo caer si la preguntaban y contestaba. Durante la comida, para la cual todos los reunidos pasaron a la pieza contigua, la instruyeron también sobre toda clase de leyes y costumbres. María estaba entre dos sacerdotes y tenía otro sentado enfrente. Las mujeres y niñas estaban en un extremo de la mesa y separadas de los hombres. Durante la comida, varias veces siguieron examinando a la niña con preguntas y respuestas sobre el uso del velo.

La dijeron: «Ahora todavía puedes tomar de todas las comidas» y le ofrecieron varias cosas para tentarla, pero María solo tomó un poco de unos pocos manjares y los asombró con la inocente sabiduría de sus respuestas. Durante la comida y todo el examen vi a su lado ángeles que la apoyaban y dirigían en todo.