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Las parábolas de Jesús (II)
Era incomprensible para ellos que el Mesías, el Libertador del pueblo de Israel, el líder que todos esperaban con ansiedad, aquel que los iba a liberar del yugo romano, de los enemigos opresores, no les hablara más que de un Reino interior, de un Reino de justicia y de paz. Y todavía hoy día muchos siguen ciegos en su incomprensión. No han sido sólo los judíos que esperaban un Mesías político, reformador radical de la sociedad de su tiempo. Todavía hoy, hay muchos que pretenden ver en Cristo el gran revolucionario, el que maltrata a los ricos, los opresores y se pone al lado de los pobres, de los oprimidos. No han leído el Evangelio integralmente, porque Jesucristo vivió siempre pobre y fue seguido por gente pobre y sencilla, pero eligió también para Apóstol a un funcionario de finanzas, un cobrador de impuestos. Y cuando Zaqueo, subido a un árbol para ver pasar a Jesús le encuentra, el Señor le pide entrar en su casa para comer. Jesús no tenía dónde reclinar la cabeza, pero llevaba una túnica inconsútil, hecha de una pieza, de tela buena, que los guardias no han querido dividida. Y aunque se durmiera muchas veces al aire libre, o en la barca de alguno de sus Apóstoles pescadores, y comiera del pescado que pescaban en el lago de Genesaret, valoraba también las delicadezas y la cortesía con que se le solía recibir a un invitado entre los judíos (cfr Le 7, 44-48).
Si se armó de unas cuerdas para expulsar a los vendedores del templo, no fue porque reprobara su negocio, sino porque no respetaban la «casa de su Padre, que era lugar de oración», y no de tráfico y de comercio. Muchos de quienes convierten las iglesias o lugares de oración es escenarios de espectáculo, o centros de atracción turística, serían también blanco de la ira santa de Jesucristo.
No han entendido ni entienden el Reino de Dios, todos aquellos que pretenden ver en él una lucha de los pobres contra los ricos, de los oprimidos contra los opresores: en los Evangelios no hay una sola palabra de Jesús que establezca su Reino por la lucha y la violencia, el odio, la venganza. Al pueblo judío, que vivía en aquella época bajo el dominio de Roma, Jesús no aconsejó jamás que se rebelara, que desobedeciera a la ley y que organizara una lucha para expulsar a los opresores. Jesús atendía incluso a las peticiones de algunos romanos que se le acercaban pidiendo algún milagro (cfr Mt 8, 8).
Por eso todas las interpretaciones que intentan reducir el Reino de Dios a una dimensión terrena, horizontal, a un reino que vendrá para solucionar solamente los problemas materiales, económico-sociales de los hombres, son falsificaciones de la verdadera doctrina de Cristo, que olvidan u omiten la afirmación crucial de Cristo, ante Pilato: «Mi reino no es de este mundo...».