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EL PRIMER CONTEMPLATIVO (2 de 3)
San José en la intimidad de su alma fue penetrando más y más en el misterio; maestro de oración, de trato con Jesús, que eso es la oración, nos enseña a descubrirlo en el silencio y en la paz de nuestro corazón, en las cosas que nos rodean, en el rostro de los que nos acompañan, en el meollo de nuestro trabajo. Se nos muestra siempre atento a la voz del Señor, que guía los acontecimientos de la historia, y dispuesto a seguir sus indicaciones; siempre fiel, generoso y abnegado en el servicio; maestro eficaz de oración y trabajo en el ocultamiento de Nazaret (Benedicto XVI).
Decía santa Teresa de Jesús que, a su parecer, no era otra cosa la oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama.
San José se pasó la vida tratando de amistad con quien sabía que le quería. Con Jesús compartió horas de trabajo y de vida de familia; a Jesús dirigió todo su amor de padre; de Jesús recibió todo el amor de hijo que, aun sin serlo biológicamente, lo fue a todos los efectos legales y afectivos, que mejor cumplió él la paternidad del corazón, que otro cualquiera la de la carne (San Agustín).
La contemplación es recoger el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquel que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama para ponemos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar (Catecismo, 2711) y esto es lo que hizo a diario san José: recogerse y ponderar en su corazón todos aquellos acontecimientos de los que era protagonista; avivar su fe en la divinidad de aquel niño que correteaba por la casa, o de aquel adolescente al que enseñaba el manejo de las herramientas del taller, poniéndose en las manos del Señor que, sabiéndolo todo, sabe más que el más inteligente de los hombres.
San José es el primer contemplativo de la historia y, por serlo, es maestro de vida interior. Dios le va revelando sus designios y él se esfuerza por entenderlos. Como toda alma que quiera seguir de cerca a Jesús, descubre enseguida que no es posible andar con paso cansino, que no cabe la rutina. Porque Dios no se conforma con la estabilidad en el nivel conseguido, con el descanso en lo que ya se tiene. Dios exige continuamente más, y sus caminos no son nuestros humanos caminos. San José, como ningún hombre antes o después que él, ha aprendido de Jesús a estar atento para reconocer las maravillas de Dios, a tener el alma y el corazón abiertos (Es Cristo que pasa, 54).
Contemplar es mirar una cosa, prestar atención a un acontecimiento, con placer, tranquilamente, pasivamente. Es lo que hace una madre junto al hijo pequeño que duerme plácidamente en su cuna; es lo que hace el artista ante el cuadro famoso; es lo que hace el poeta ante una maravillosa puesta de sol.
Santa Teresa de Jesús cuenta la impresión y el bien para su alma que le causó la contemplación de un cuadro del Ecce Homo, existente en el convento de la Encamación de Ávila. Dice la santa: andaba mi alma cansada y, aunque quería, no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaeciome que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado, y tan devota, que en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojóme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle.
No creemos exagerar si afirmamos que son muchos miles las almas que, conmovidas ante una imagen de Jesús o su santa Madre, o de un cuadro que los representa, se han acercado al Señor y han vuelto a su amistad a través del sacramento de la Penitencia.
Contemplar la obra de Dios en la naturaleza es un modo de llegar a Dios. Alabarlo por ello es un modo de agradecerle tantas maravillas como ha creado para servicio del hombre, que es su icono en la tierra. A ello nos invita el salmista: Alabadle por sus obras magníficas, alabadlo por su inmensa grandeza.
Eso es lo que han hecho los santos. De san Ignacio de Loyola se cuenta que, cuando era ya muy mayor y paseaba por el jardín de su residencia, tocaba las flores con su bastón a la vez que les decía: ¡callad! Ya sé que me gritáis lo grande que es nuestro Dios.
Es conmovedor el canto a las criaturas de san Francisco de Asís y la invitación que nos hace a alabar al Señor por su bondad que las creó:
«Alabado seas, mi Señor,
en todas tus criaturas,
especialmente en el Señor hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello y alegre y vigoroso y fuerte.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana nuestra madre tierra,
la cual nos sostiene y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas».
Nadie como san José estuvo tan cerca de Jesús; tan enamorado de Jesús, fuera de su santísima Madre; nadie ha alcanzada un grado tan alto de santidad, de amor, como el alcanzado por el santo Patriarca.