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APARICIÓN DE LA MADRE SANTA ANA
[El 26 de julio de 1819, Ana Catalina contó muchísimas cosas de la vida de Santa Ana. El Escritor no sabía la causa, pues ese día el calendario de la diócesis de Münster trae la fiesta de San Humberto, pero descubrió más tarde que el calendario romano celebra este día la fiesta de Santa Ana, que había provocado estas visiones. Todos los años, el 16 de agosto, fiesta de Santa Ana según el calendario de Münster, Ana Catalina contaba las cosas de la madre de la Santísima Virgen que se han resumido más arriba. Lo que sigue es del 26 de julio de 1819; después de contar por la tarde muchas cosas de la madre Santa Ana, rezó y se adormiló pero al cabo de un rato estornudó tres veces y dijo medio dormida con cierta impaciencia:]
—¡Eh! ¿Por qué debo despertarme? —pero enseguida se despertó completamente y dijo sonriendo—: Estaba en un sitio mucho mejor donde me iba mucho mejor que aquí. Estaba muy consolada cuando de repente me ha despertado un estornudo y alguien me ha dicho: «¡Debes despertarte!», pero yo no quería porque ¡me gustaba tanto estar allí! Me impacientó mucho tener que irme, y entonces tuve que estornudar y me desperté.
[Al día siguiente contó:]
Ayer por la noche, apenas me había dormido después de rezar cuando entró una persona en mi cama y reconocí una doncella a la que ya he visto muchas veces antes, que me habló muy poquito:
—Hoy has hablado mucho de mí y ahora tienes que verlo para que no te equivoques al hablar de mí —y yo le pregunté:
—¿Hoy también he hablado demasiado?—y ella replicó brevemente:
—No—y desapareció.
Era todavía virgen, delgada y animosa; tenía la cabeza cubierta con una toca blanco que recogía sus cabellos y le colgaba por la nuca, recogida en punta. Su vestido largo la tapaba todo y era de lana blanca; tenía mangas pegadas que solo parecían algo hinchadas y arrugadas a la altura del codo. Llevaba sobre el vestido un manto blanco de lana parduzca, como de pelo de camello.
Apenas me había alegrado y enternecido con esta aparición cuando de repente se puso delante de mi cama una mujer mayor con vestimenta parecida, la cabeza algo inclinada y las mejillas muy hundidas; era una judía hermosa y delgada de unos cincuenta años. Yo pensé:
—¡Huy! ¿Qué querrá de mí esta vieja judía?—Entonces ella me habló:
—No tienes que espantarte de mí; solo quiero enseñarte cómo era cuando di a luz a la madre del Señor, para que no te equivoques—y yo le pregunté enseguida:
—¡Eh! ¿Dónde está la niñita María?—y ella me replicó:
—Ahora no la tengo conmigo.—Entonces le volví a preguntar:
—¿Cuantos años tiene ahora?—y me contestó:
—Cuatro años—y volví a preguntarle:
—Entonces, ¿también he hablado bien?—y respondió brevemente:
—Sí—pero yo le rogué:
—¡Oh! Haz que no diga demasiado.
No me contestó y desapareció. Entonces me desperté y pensé sobre todo lo que había visto de la madre Ana y de la niñez de la Santísima Virgen y todo se me aclaró y me sentí completamente dichosa. Por la mañana, otra vez despierta, todavía vi un cuadro nuevo, muy bonito, que lo resumía todo. Creía que no se me podría olvidar, pero al día siguiente cayeron sobre mí tantas molestias y dolores que ya no recuerdo nada de todo aquello.
FIESTA ECLESIÁSTICA DE LA CONCEPCIÓN DE MARÍA
[Narrado el 8 de diciembre de 1819]
Pasé toda la noche hasta la mañana en un cuadro terrible de la abominación de los pecados del mundo entero, y después me dormí de nuevo y fui arrobada a Jerusalén, al lugar donde estuvo el Templo, y luego más lejos, a la comarca de Nazaret donde estuvo antiguamente la casa de Joaquín y Ana. Todavía reconocí los alrededores y vi allí que brotaba y se alzaba de la Tierra una fina columna de luz como el tallo de una flor, que sostenía la aparición de una refulgente iglesia octogonal como el cáliz de una flor o la cápsula de las semillas de la amapola en su peciolo¹².
Dentro de la iglesia, en su centro, la columna soporte salía como un arbolito que tenía en sus ramas, regularmente distribuidas, figuras de la familia de la Santísima Virgen que eran objeto de veneración en el cuadro de esta fiesta. Las figuras estaban de pie como estambres de una flor. La madre Santa Ana estaba entre San Joaquín y otro hombre, quizás su padre, y debajo del pecho de Santa Ana vi un resplandor, más o menos de la forma de un cáliz, donde se desarrollaba y crecía la refulgente figura de una criatura. Tenía las manitas cruzadas sobre el pecho y de ella partían infinidad de rayos hacia una parte del mundo; me sorprendió que no fueran igual en todas direcciones.
En las otras ramas que la rodeaban, estaban sentadas diversas figuras que miraban respetuosamente al centro, y dentro de la iglesia, innumerables coros y formaciones de santos todo alrededor que se dirigían rezando a esta santa madre. La dulce intimidad y unidad de este servicio divino solo la puedo comparar con un campo de flores muy distintas que, movidas por una brisa suave, se mueven y ofrecen aromas y colores a los rayos del sol, del que todas han recibido estos dones e incluso la vida.
Sobre este símbolo de la Fiesta de la Inmaculada Concepción el arbolito de luz sacó un nuevo brote en su copa, y en esta segunda corona de ramas vi celebrar un momento posterior de la fiesta. Allí se arrodillaban María y José, y algo más abajo y delante de ellos, la madre Santa Ana. Rezaban al Niño Jesús que estaba sentado en la copa encima de ellos rodeado de gloria infinita con la manzana imperial o la bola del mundo en la mano. En torno a esta presentación, en su entorno inmediato se inclinaron adorando los coros de los Reyes Magos, los pastores, los apóstoles y los discípulos y, más alejados, los coros de otros santos. Lejos, más arriba, en la luz superior, vi formas indistintas de poderes y dignidades, y aún más arriba como si medio sol radiante se introdujera en la cúpula de la iglesia. Este segundo cuadro parecía significar que después de la Inmaculada Concepción se acercaban las Navidades.
En la primera aparición vi el cuadro como si yo estuviera fuera de la iglesia, en torno al pie de la columna, pero después lo vi dentro de la misma iglesia como la he descrito.
Vi crecer también a la niñita María en el ámbito de luz bajo el corazón de la madre Santa Ana, y al mismo tiempo recibí el convencimiento inefable de lo que era la concepción sin el pecado hereditario, y lo entendí tan claramente como si leyera un libro.
También se me dijo que aquí hubo una vez una iglesia en honor de esta gracia de Dios pero quedó abandonada y en ruinas con ocasión de muchas discusiones inconvenientes sobre este santísimo misterio. {Entendí también estas palabras: «En cada visión permanece el misterio hasta que se haya realizado».}
Sin embargo, la Iglesia Triunfante siempre festeja la fiesta aquí en este lugar.