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Sigue LA PERMANENCIA DE LA UNION EUCARISTICA
Intimidad de esta unión
Nada de lo que es terreno y humano pue de compararse a la intimidad de esta unión, porque la santa Humanidad obra directa mente sobre mi alma. Los mismos ángeles, aunque han recibido un maravilloso poder capaz de gobernar los mundos, no pueden obrar inmediatamente sobre mi inteligencia y hacer que se mueva espontáneamente a pensar y a creer, como tampoco pueden obrar en lo íntimo de mi voluntad para decidirme a querer. Es propio de Dios tomar un alma en lo más íntimo de sus energías para gobernarlas.
Pero la santa Humanidad ha recibido comunicación de este poder divino, de tal suerte, que no sólo extiende sobre mi miseria la protección de su oración y la radiación de su ternura infinita, sino que ejerce también la eficacia penetrante del poder divino introduciéndose hasta el último repliegue de mi espíritu y de mi voluntad.
La unión del esposo y de la esposa, la unión misma del alma con el cuerpo no son tan íntimas como la unión de mi alma con la santa Humanidad. Porque la gracia que me comunica, fruto de su sacrificio, penetra la esencia misma de mi alma. Como el perfume penetra la substancia del vaso que le contiene; como el rayo luminoso invade el cristal para darle su pureza y claridad; como el fuego penetra el hierro, le calienta, le ilumina y le convierte en fuego, así la gracia que me viene de la Eucaristía, deslizándose en mi alma, se apodera de ella para gobernarla, penetrarla y, según la frase de Santo Tomás, transformarla en Dios y embriagarla de Dios.
Esta gracia es verdaderamente mi vida, mi verdadera vida, mucho más de lo que lo es la vida de mi cuerpo, o hasta la misma vida natural de mi espíritu. Ella es el yo de mi yo, el alma de mi alma, como dice Contenson. De suerte que en su última profundidad, en su centro más interior, en su más secreta intimidad, mi vida es la gracia que en todo momento me viene de la Hostia. El Señor decía a la Beata Angela de Foligno: Soy más íntimo a tu alma que tu alma misma.
Mi vivir es Cristo, exclamaba San Pablo. Con la misma verdad y la misma alegría interior puedo yo decir: Mi vida es la Eucaristía. Y no hago más que repetir lo que primero ha dicho el Maestro mismo: Quien me come vivirá por Mí.
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¡Oh Señor Jesús, oh mar inmenso! ¿Por qué tardáis en recibir esta débil gota de agua en vuestra plenitud? Todo el deseo de mi alma, tan ardiente como dulce, es salir ahora de mí misma y entrar en Vos.
¡Oh! Abridme, como un asilo de salvación, vuestro Corazón tan amado. El mío ya no lo tengo, que sois Vos, ¡oh mi querido tesoro!, quien ya le habéis tomado y le guardáis en Vos mismo. De Vos vive únicamente, y le habéis transformado, tan miserable como es, en el vuestro. En sus ardores, mi alma, fundida en Vos, no vive más que para Vos.
¡Qué inefable es esta unión! ¡Qué superior a cualquier otro modo de vivir es esta íntima familiaridad con Vos! ¡Qué embriagador es vuestro perfume! ¡Qué delicia respirar la paz divina, la misericordia generosa que hay en Vos! Vos sois el rico y superabundante tesoro de las más diversas consolaciones.
¡Ojalá que pueda yo conseguir desde acá abajo lo que deseo; que consiga obtener aquello a que aspiro: obtener que mi alma se vuelva, en fin, hacia Vos, y que me devolváis la vida por el beso dulcísimo de vuestra misericordia! ¡Oh mi Bien el más querido! Dejadme que os coja en lo más íntimo de mi ser. Dejadme que os dé mi humilde beso a fin de que, unida a Vos, permanezca asida de una manera indisoluble.
Santa Gertrudis