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El Ángel se quedó callado. Con un gesto de la mano me mostró el Purgatorio en una visión muy rápida y muy densa... Volvió a hablar:
¿ Cómo podéis permanecer insensibles
ante tanto sufrimiento de amor?
Estáis en la tierra, pero participáis
en la Comunión de los Santos;
¿es que no tenéis la posibilidad de recurrir
a la intercesión de los bienaventurados,
y muy especialmente a la de la Madre de Dios?
¿Dejan ellos de orar por vosotros un solo instante
obteniéndoos gracias y luces?
Pues bien, las almas del Purgatorio
necesitan también intercesores,
y los encuentran tanto entre vosotros
como en el Cielo.
Rezad por ellas, necesitan vuestros sufragios,
y esperan de vosotros fidelidad y agradecimiento.
Dios lo quiere así, porque vuestras oraciones
por estas benditas almas
son un acto de caridad, un testimonio de amor
que os hace progresar en esta virtud de la fe,
que ensancha los horizontes de vuestra caridad
y profundiza en vuestra fe,
que enriquece y consolida vuestra esperanza.
Todo eso glorifica a Dios y consuela
a las benditas almas del Purgatorio.
Oraba en silencio, repitiendo sin parar la invocación: «¡Oh Jesús, todo por ellas, todo para estas almas benditas!» El Ángel, asintiendo con la cabeza, me dio su aprobación y me dijo:
El Señor quiere que escribas todo esto para su gloria,
para que el fuego de la caridad se extienda sobre toda la tierra. Todo esto le será útil a un gran número de almas: a muchos de tus hermanos de la tierra que lo leerán,
el Señor les descubrirá todavía más su amor, ya que no hay nadie que puede ser insensible ante tanto dolor. Si las almas leen esto con fe y confianza, serán confortadas,
y crecerán en la fe, la esperanza y la caridad.
Un gran número de almas del Purgatorio
se beneficiarán
de los sufragios de oraciones
y de las buenas obras
que hagan tus hermanos, conmovidos
por sus sufrimientos y necesidades.
¿Entiendes ahora por qué tienes que escribir?
Debes entregarte totalmente al servicio del Señor,
que quiere servirse de ti,
como de un instrumento escondido
en el hueco de su mano.
Al oír estas palabras, tuve un breve momento de pánico. El Ángel concluyó sin hacerme caso y con mucha tranquilidad:
¡Quédate en paz!
En la paz de Dios, y no en la del mundo, que no es más que caricatura y simulacro de la de la auténtica paz de Dios. Quédate en la obediencia fiel a tu Padre espiritual:
ábrele tu alma, cierra tus oídos a los vanos
ruidos del mundo.
¡Quédate en el secreto de Dios,
no contando para nada a los ojos del mundo!
Dios es el único que juzga rectamente;
el mundo aprueba solamente a los que le adulan
y condena a los que le desprecian.
Quédate en el Corazón purísimo de María,
vuestra Madre Inmaculada,
en ella no hay más que verdad y luz,
ella os abre el Corazón Eucarístico
de su Divino Hijo.
Después el Ángel se marchó. Estoy en paz.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios
«Amor con amor se paga» SAN JUAN DE LA CRUZ