-
Enseñanza del Ángel de la guarda
Cuando estaba yo meditando sobre las últimas gracias recibidas, mi Ángel se manifestó a mi visión interior en una luz muy viva. Eso me asustó al principio, como siempre. Él trazó pausadamente una cruz sobre mi frente, y me dijo con seriedad:
Hijo mío, escúchame, y acuérdate bien de todo lo que te digo, El Altísimo permitirá que algunas almas que están todavía en el Purgatorio se te manifiesten misteriosamente. Tú no tienes nada que temer, sólo has de humillarte profundamente ante la Majestad Divina, y ponerte al servicio del Señor.
Estas benditas almas no pueden venir a ti sin un permiso divino, y ellas nunca te harán daño, más bien al contrario.
Estas palabras me asustaron todavía más. Pregunté al Ángel cómo podría yo discernir entre la verdad y las eventuales ilusiones —ya que la imaginación trabaja a veces demasiado—, o los prodigios o manifestaciones de origen diabólico, el demonio esforzándose siempre por hundir las almas en la incertidumbre, la duda o el error. Le pregunté también si estas manifestaciones eran indispensables. Me respondió con bondad:
Si el Altísimo actúa así contigo, es por tu bien y por el de la Iglesia; se sirve de ti como de un canal: en ti está saber transmitir el agua a tus hermanos sin retenerla celosamente para ti.
Tu alma debe estar en una triple disposición: total sumisión a la Pura Voluntad de Dios, una profunda humildad en presencia de estas benditas almas, obediencia radical: confianza en tu Padre.
Dios es Amor: si permite que tengas estas gracias, es para tu santificación, para abrir tu alma hacia su amor infinito, para ensancharla en el amor a todos tus hermanos, para purificarte en la Cruz de Jesucristo
Estas gracias serán para ti ocasión de sufrimientos, así como de profundas alegrías espirituales. Ofrece todo por estas benditas almas, para glorificar la Misericordia de Dios.
Asentí en silencio, estaba orando. Enseguida prosiguió el Ángel: Cuando venga alguna de estas benditas almas, la saludarás en el nombre de Jesús; te contestará siempre o mediante un signo o hablando.
Algunas almas no podrán hablarte, ya que están en el Gran Purgatorio; ellas no te pueden ver, Dios las muestra a los ojos de tu alma para que reces por ellas. A veces, sin embargo, podrán contestar a tu saludo «Laudemus Dominum» y santiguarse al llegar cerca de ti.
Pide siempre un signo, no es temeridad sino prudencia. Nunca preguntes a un alma, sólo Dios es el Maestro de lo que te dirán, si te lo deben decir.
Mira, en estas gracias del Purgatorio solamente se te pide una cosa: amar, y, en consecuencia, orar, que es lo mismo.
Si el Señor abre el Purgatorio a tu vista interior, es para estimular en ti el amor. Si quiere que escribas, es para suscitar el amor en las almas. Todo, todo está encaminado a una sola cosa: el amor.
Mi alma estaba en una paz muy grande. Le di las gracias al Ángel, que me animó con un gesto y concluyó:
¡Si supierais quién es el Amor! El Amor es don de Dios porque es Dios que se da a vosotros.
Vuelve a leer estos pasajes de la Escritura: «Dios es amor, y quien mora en el amor mora en Dios, y Dios mora en él».
Lee a menudo este versículo; te dará fuerza, alegría y paz. Si supierais que sois hijos de Dios, si estuvierais convencidos de que sois verdaderamente los hijos del Amor Infinito.
¡Dejad que Dios venga a vosotros, dejad al Amor establecerse en vosotros, comunicarse con vosotros, derramarse como un río de fuego que abrase todo el universo! ¡Sed portadores de este fuego de amor, de esta luz!
Dios es amor... Dios es amor... Dios es amor...
Al decir estas palabras, el Ángel estaba resplandeciente, como elevado en éxtasis, deslumbrante, contemplando la faz de este Amor infinito. Yo veía reflejadas en él las manifestaciones del Amor divino y, sin darme cuenta, me puse de rodillas ante esta oración del Ángel. No puede uno imaginarse lo que es: mi alma estaba arrebatada a la vista de este coloquio de amor entre el Amor y su mensajero, se sentía asociada a ese intercambio de amor, que era suave e inefable; al mismo tiempo que cantaba el Amor divino, el Ángel me comunicaba ese amor; no puedo explicarlo. De todos modos, perdí el uso de todos mis sentidos, interiores y exteriores, y mi alma fue sumergida en el Amor.
Unas imágenes para que entiendas
Durante la tarde, estuve preguntándome algo que me extrañaba: ¿qué era lo que ocurría para que pudiera percibir tantas cosas que tenían que ver con este gran misterio del Purgatorio? ¿Y por qué bajo estas formas tan notables? Al momento se manifestó mi Ángel a la vista de mi alma, radiante y sonriente. La preciosa cruz de color púrpura que adorna su traje resplandecía sobre su pecho. Él puso su mano sobre mi brazo y me dijo con dulzura:
Hijo mío, eso son imágenes destinadas a hacerte entender realidades espirituales donde no podrías penetrar sin esta ayuda.
El Todopoderoso quiere servirse de todas las riquezas de tu imaginación para enseñarte y hacerte entrar siempre más profundamente en estos misterios.
Estas explicaciones me causaron una gran sorpresa, y mi alma, no sé por qué, se angustió. «Si todo eso es imaginación, es ilusión», pensaba yo. Empezó a atenazarme el miedo. Entonces el Ángel me habló con bondad:
No, hijo mío, no son ilusiones. ¿Desde cuándo son las visiones imaginarias una ilusión ? Son sencillamente un modo de conocimiento que el Señor concede a las almas; e importa ante todo no deformarlas, ni adornarlas o arreglarlas según industrias humanas.
Por eso te pido siempre que anotes todo lo que has visto y oído, y que lo hagas enseguida después de haber recibido estas gracias: no hay que dejar pasar el tiempo, por miedo a que pensamientos humanos vengan a mezclarse con el don de Dios.
Quédate en la paz de Jesucristo.
Dicho esto, sonrió y desapareció de golpe. Mi alma se quedó tranquila y apaciguada.