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18 febrero 2024

Bernadot. De la Eucaristía a la Trinidad.

Sigue LA PERMANENCIA DE LA UNION EUCARISTICA

La unión en virtud de su acción vital


Hay una presencia de la santa Humanidad de una eficacia todavía más íntima: su misteriosa presencia por su acción vital.

Yo soy la vida, dice Jesús. Cuando se mostraba a los hombres en los días de su vida mortal, su santa Humanidad dejaba brillar con frecuencia su poder milagroso; su contacto bastaba para obrar los mayores portentos. Salía de El una virtud que daba la salud a todos. Antes que disminuir, su eficacia no siente hoy día ni obstáculo ni intermitencia. Obra sobre todos y en todos los momentos. Cada uno de nosotros se encuentra en la dichosa imposibilidad de substraerse a su acción, o, como dicen los teólogos, al contacto de su poder.

Ella es el centro del universo sobrenatural, el sol que ilumina todas las criaturas espirituales de Dios, la atmósfera sobrenatural fuera de la cual no hay vida posible, ni luz, ni seguridad, ni relación alguna con Dios. Puesta en la cima de toda creación, en contacto inmediato con la divinidad, inundada de la vida divina en una medida inmensa, la santa Humanidad viene a ser ella misma fuente de vida, punto de partida de las efusiones divinas. Se inclina sobre las criaturas, y ved cómo del alma y del corazón de Jesús sale la vida a grandes oleadas, diluvio de luz y de amor que desciende, como cataratas deslumbrantes y por grados, sobre todos los elegidos hasta los confines del mundo, para llenar de luz y de alegría a todos los hijos de Dios. Así, en todo momento, como un sol que envía sus rayos, como una fuente abundantísima que dejara correr sus aguas vivas, el corazón de Jesús, sin empobrecerse jamás, se dilata inagotablemente en una efusión inmensa de gracia que empieza por beatificar el cielo y se derrama después sobre la tierra por los siete ríos de los sacramentos y los otros mil riachuelos que se derivan de este océano de amor, para santificar a los predestinados y hacer florecer las virtudes que declaran la vida cristiana.

En el Calvario la santa Humanidad nos ha merecido la vida: ahora nos la distribuye: A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia a medida que la donación de Cristo. ¿Qué son los sacramentos sino la santa Humanidad empleándose en santificar a los hombres?

Hasta fuera de los sacramentos está siempre activa, no cesa de obrar directamente por medio de iluminaciones interiores y eficaces impulsos. Si estoy en estado de gracia es a causa de ella y por ella. Ningún auxilio sobrenatural me llega si no es de su Corazón; ningún rayo de luz divina, si no es de su Alma. Nada puedo hacer sin ella, ni aun tener un buen pensamiento, ni aun decir: Señor Jesús. Ella es el principio de mi actividad sobrenatural, de mi progreso, de mi desarrollo en Dios. Desde su origen hasta su plena expansión mi vida brota de esta fuente. Que por un instante se retire la santa Humanidad de Jesús, o que yo me substraiga a su influencia, caigo inmediatamente en la muerte. Como la cabeza manda a los miembros, dice el Concilio de Trento, como la vid penetra todos los sarmientos con su savia, así Cristo Jesús ejerce su influencia sobre todos los justos, y esto en todo momento. Y esta influencia es la que precede, acompaña y corona las buenas obras y las hace agradables a Dios y meritorias ante El. (Ses. VI, can. 16).

El Apóstol había dicho con una palabra: Christus vita vestra: «Cristo es vuestra vida»; porque, añade Santo Tomás, «El es el motor de nuestra vida»: quia ipse est actor vitae vestrae".
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¡Oh Trinidad eterna, omnipotente Dios, nosotros somos árboles de muerte, y Vos sois el árbol de la vida! ¡Dios infinito, qué espectáculo es ver en vuestra luz el árbol de vuestra criatura! Pureza suprema, Vos habéis dado por ramas a este árbol las potencias del alma, que son inteligencia, memoria y voluntad. ¿Y qué frutos debían llevar estas ramas? La memoria debía recordaros, la inteligencia comprenderos y la voluntad amaros. ¡Oh árbol, en qué feliz estado te había plantado el divino Jardinero!

Mas ¡ay! ¡Oh Dios mío, este árbol ha caído! Era árbol de vida y se ha convertido en árbol de muerte; ya no puede dar sino frutos envenena­ dos.

Pero, eterna Trinidad, os habéis apasionado hasta la locura por vuestra criatura. Cuando visteis que este árbol no podía producir mas que frutos de muerte, porque se había separado de Vos, que sois la vida, le habéis salvado por aquel mismo amor que os movió a crearle: habéis injertado vuestra divinidad en el árbol perdido de nuestra humanidad. Bueno y bienhechor injerto, habéis mezclado vuestra dulzura con nuestra amargura, la luz con las tinieblas, la sabiduría con la locura, la vida con la muerte, lo infinito con lo finito.

Después de la injuria que os había hecho vuestra criatura, ¿quién os ha podido obligar a realizar esta unión que nos devuelve la vida? El amor, sólo el amor. Y este injerto maravilloso ha vencido a la muerte.

Mas esto no satisfacía los ardores de vuestra caridad, ¡oh Verbo eterno!, porque habéis querido regar este árbol con vuestra propia Sangre. Esta Sangre, con su calor, hace fructificar el árbol desde que el hombre consiente en unirse con Vos y vivir en Vos. Su corazón y sus afectos de­ ben estar unidos al injerto celeste por los lazos de la caridad y de la obediencia. Desde el momento en que nos unimos con Vos, las ramas dan sus frutos.

¡Oh Amor infinito, qué maravillas obráis en vuestras criaturas! ¿Por qué los hombres no van a la fuente donde está la Sangre que debe regar su árbol? La vida eterna circula por nosotros, pobres criaturas, que lo ignoramos y no nos aprovechamos de ello.

He pecado, Señor, tened piedad de mí.

¡Jesús Amor! ¡Jesús Amor!

Santa Catalina de Siena