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12 febrero 2024

El Purgatorio. Una revelación particular. Anónimo.

Estaba en la cárcel y me visitasteis

La voz de Jesús se hizo oír en mi alma, muy clara­mente, muy íntimamente:

Quiero que se rece por estas benditas almas del Purgatorio, ya que mi divino Corazón arde de amor por ellas. ¡Deseo ardientemente su liberación, para poder unirlas a mí por fin totalmente! Reza por ellas, y escribe todo lo que te sea revelado.

No te olvides de mis palabras: «Estaba en la cárcel y me habéis visitado». Aplícalas a estas benditas almas: es a Mí a quien visitas en ellas, con tus oraciones y tus obras en su favor y por sus intenciones. Mira su perfección, que debe servirte de enseñanza: sufriendo las penas más terribles, no miran, sin embargo, sus tormentos, ya que están totalmente abandonadas a mi Amor y a la Voluntad de mi Padre. Su única preocupación es nuestra Gloria.

Aprende de estas almas santas la pureza del amor que mira solamente hacia mi Corazón. Quédate en paz, hijo mío, y haz lo que te pido
.

¡Qué magnífica enseñanza, qué consuelo y qué paz! Dios mío, dame la gracia de una obediencia radical, confiada, perfecta, que me haga no sólo cumplir, sino adelantarme a tus deseos. Señor, dame luz, dame la fuerza de serte fiel.

Anuncio del Ángel de la guarda

Durante la oración de la mañana, mientras rezaba por las almas del Purgatorio, mi Ángel de la guarda se manifestó a mi alma y lo hizo, de manera totalmente interior, al oír el saludo habitual: «¡Alabado sea Jesu­cristo!» Me incliné para responder, y el Ángel me ins­piro levantar la cabeza para recibir la señal de la Cruz, que trazó sobre mi frente. Podía contemplarle, mensa­jero del Amor divino aureolado de luz, y mi alma es­taba en una gran paz, en un gozo profundo. Su cara resplandecía, y me miraba con dulzura y gravedad. A la vista de su cinturón de color morado sobre su túnica blanca, comprendí lo que el Señor quería de mí: ora­ción y penitencia.

Me hizo entender cómo nos ama el Señor, y de qué modo desea descubrir a cada alma las maravillas de su Amor. Jesús quiere desde ahora, de manera más par­ticular, invitarme a la luz de Su Corazón, al descubri­miento y a la contemplación del misterio del Purgato­rio. Sentí una ligera angustia, pero el Ángel me tranquilizo diciéndome:

No tengas pena ni miedo, el Purgatorio es un misterio de amor y misericordia, y al descubrirlo tu alma se sentirá llamada a un amor más grande hacia el Señor. El conocimiento del Purgatorio te aportará grandes gracias de santificación; te permitirá ensanchar tu caridad y entrar más profundamente en la Pura Voluntad de Dios. Estoy a tu lado para sostenerte, no tengas miedo.

En efecto, ¿no está el Ángel a nuestro lado para sos­tenernos, guardarnos e iluminar nuestra alma? No tenía nada que temer, sólo disponerme y entregarme a la Pura Voluntad de Dios ¡Qué poco importa el resto! Así se lo dije al Ángel, pidiéndole que me ayudara y me enseñara a cumplir siempre mejor lo que el Señor desea de mí. Que Jesús disponga de mí según lo que quiere, ya que es tan bueno que no nos desvela más que progresiva­mente sus planes sobre nosotros. Sabe bien que nuestra debilidad no podría soportar una confrontación inme­diata y total a las exigencias del Amor Divino... Sólo con la ayuda de la gracia y con un conocimiento pro­gresivo, ella los admite, ya que nuestra naturaleza tiene que ser purificada sin cesar. Y el Ángel prosiguió:

El Purgatorio es un gran misterio. Aprenderás y descubrirás pronto muchas cosas: algunas serán muy bellas y consoladoras, otras te parecerán terribles. Sin embargo, no olvides nunca que, por rudo y doloroso que te parezca el Purgatorio, es un misterio tanto de justicia como de misericordia: es sobre todo un don gratuito del Amor.

Pase lo que pase, queda en paz. Tendrás que sufrir mucho para aprender a amar mucho.

Sabes que Jesús quiere elevarte cada vez más, de conocimiento en conocimiento, de amor en amor, hasta su Corazón Eucarístico, fuente de todo amor
.

Entonces el Ángel desapareció de mi vista interior. Permanecí en una gran paz a pesar de estas palabras tan serias. Pero la perspectiva de tener que escribir todo eso me atormentaba; ¡otro efecto de esta terrible voluntad propia, que nos frena sin cesar en nuestra marcha hacia el Único Bien!

El Ángel de la guarda

Recibo durante la oración luces puramente interio­res e intelectuales, pero mi santo Ángel de la guarda interviene algunas veces, de manera directa, para ha­cerme algunas precisiones, y sobre todo, para ayu­darme en la formalización de la realidades misteriosas que mi inteligencia capta. Percibo la presencia lumi­nosa del Ángel de una manera distinta, con los ojos del alma; es una imagen, desde luego, puesto que no tiene cuerpo y no aparece perceptible a la mirada ex­terior; pero es una imagen tan clara, tan precisa, tan evidente que no puedo dudar de la presencia de quien la utiliza para comunicarse conmigo. Es la presencia, no la imagen, lo importante, la comunicación estable­cida entre el alma y lo divino. Dios es dueño de sus dones y los utiliza para su gloria y nuestra santifica­ción, para estimular en nosotros la fe, la esperanza y la caridad.

El Ángel aparece casi siempre de forma inesperada. Sería muy peligroso implicar la imaginación en un de­seo ardiente de ver y de entender. A Dios gracias, la obediencia a mi Padre espiritual, y también el miedo que suscitaban en mí al principio las intervenciones del Ángel, me han permitido evitar este escollo. La vi­sión del Ángel, asentándose en la imaginación, encu­bre de alguna manera la visión intelectual y enriquece la memoria. Nunca he tenido una visión imaginaria que no haya ido precedida de una visión intelectual de la misma realidad, ya que el papel de la visión imagi­naria es secundario, no hace más que comunicar a los poderes inferiores (imaginación, memoria, entendimien­to) aquello que son incapaces de percibir de las reali­dades sobrenaturales.

Las enseñanzas del Ángel son antes que todo una llamada a la oración y a una constante purificación in­terior. Llenan el alma de paz, de dulzura, enardecién­dola de amor y poniéndola ante su Dios en un estado de humildad que aumenta sin cesar. ¡Dios quiera que esta humildad y este amor, tan efectivo durante la vi­sión, puedan prolongarse después en la vida diaria! Ahí está la meta....