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Salmo II. Mercedes Eguíbar. Ediciones Rialp. Madrid
¿POR QUE SE AMOTINAN LAS GENTES Y TRAZAN LAS NACIONES PLANES VANOS?
El choque con la realidad
Hemos tenido ocasión de ver en TVE esas famosas películas mudas en las que todo el afán de los artistas consistía en correr y propinarse unas palizas impresionantes, provocando, de este modo, la hilaridad en los espectadores. Para ello, no tenían ningún reparo en caer al suelo y mancharse muchas veces.
Al final de estos filmes existe, en casi todos, una escena parecida. Después de mil incidentes, se ve llegar por un extremo de la calle a un grupo de gentes armadas de palos y de todo lo que encuentran por el camino para enfrentarse con otro grupo, que se halla en la misma posición. Los dos bandos avanzan al mismo tiempo con ese movimiento torpe y rápido —típico de muñecos—, se acercan, salen otra vez corriendo y por fin se encuentran. La velocidad que llevan al acercarse produce un choque violento entre los dos grupos, algo inesperado que les sorprende a ellos mismos. Caen rodando por el suelo, vencidos por el esfuerzo.
La cámara enfoca situaciones grotescas de los protagonistas, que, aterrados, no se atreven ni siquiera a abrir un ojo o a mover una mano.
De un modo semejante, también a nosotros nos puede llegar ese momento del choque violento. Hasta ahora, armados de nuestro egoísmo, hemos luchado violentamente para imponer nuestro criterio y para convencernos de la fuerza de nuestras opiniones. Al fin, agotados, advertimos que nos desenvolvemos en una vida en la que falta el aire necesario para respirar bien, y que se impone que la llenemos de vida sobrenatural.
Reconocemos que nuestra situación es incómoda y poco airosa; nos cuesta rectificar una postura mantenida con tanta fuerza. Quizá no tengamos suficiente claridad de juicio para reconocer el error. Tanto tiempo lejos de Dios, nos resulta ahora difícil escuchar sus insinuaciones.
Sin embargo, nos puede servir de ayuda echar una mirada hacia atrás, con sinceridad, para admitir que la vida fácil y remolona no nos ha traído la paz y felicidad que deseamos.
Puede ser que los momentos de satisfacción, cuando nos hemos visto envueltos en el éxito, todavía frenen este deseo de contar con Dios. Pero poseemos ya la experiencia de la fugacidad de estos goces que nos han dejado vacíos y nos han producido sensaciones agridulces y, sobre todo, que nos han cansado, que nos han decepcionado.
El choque, algo violento, de nuestra mente obstruida con la verdad puede resultar menos duro si deseamos sinceramente conocer el estado en que nos hallamos para rectificar en seguida, contando con la ayuda de Dios. Como Dios es Padre espera con ansiedad este intento de aproximación por nuestra parte, para ayudarnos, para calmar nuestra sed. Deseamos que nuestra vida sea diferente y sobre todo vamos a estar prevenidos para que las caídas en el olvido a Dios sean menos frecuentes y menos profundas.
La recuperación que va del egoísmo —pilar y columna de la Ciudad Terrestre— a Dios será más o menos rápida, según sea la disposición interior. Dios conoce las intenciones que nacen del corazón y da los remedios oportunos, de acuerdo con ellas.
Otra de las columnas de esa Ciudad Terrestre es la falta de fe, que también esperamos conseguir, porque la pedimos con confianza. La fe da entrada en el corazón a la esperanza y, por eso, confiamos en que el amor a Dios llegue a hacer presa en nosotros.
Recordamos a aquellos Magos que, ocupados en su trabajo, descubren una estrella nueva y se deciden a seguirla sin saber a dónde les llevará. Llenos de fe emprenden un largo camino. Su limpieza de corazón fue agradable a Dios. En su fondo hay realeza —categoría humana decimos' ahora—, por eso ha debido la tradición llamarles Reyes.
A pesar de las dificultades que les presenta el camino hacia Belén, lo siguen con constancia, y al fin reciben la recompensa al encontrar a Jesús. Son Magos y Reyes, que, llenos de fe, amor y desprendimiento, nos pueden servir de modelo para este momento difícil en el que nos encontramos.
Siempre es bueno trazarse un plan a seguir y por eso nos disponemos a conocer el plan de Dios, del que nosotros formamos parte. No tenemos tiempo que perder y menos para volver a organizarnos solos. Es curioso reconocer que, a pesar de la experiencia vivida fuera del ámbito de Dios, este tiempo que hemos perdido no sea suficiente acicate para desechar nuestras propias inclinaciones. Dios aprovecha estas tentaciones en las que nos vemos envueltos, una y otra vez, para derramar abundantes gracias sobre nosotros.
Con una vida cara a Dios y un sincero arrepentimiento, comenzamos otra vez. Vamos a destruir las murallas que habíamos construido, con amor a Dios, con el deseo sincero de humildad y la confianza de que Dios va a hacer por nosotros lo que no hemos sido capaces de realizar solos. Se alegra el corazón dolorido. Una nueva luz amanece y nos encuentra en disposición de edificar una casa bien construida sobre roca dura que los vientos y tempestades no puedan hacerla tambalear sobre sus cimientos.