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21 diciembre 2024

María

Federico Delclaux. Santa María en los escritos del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Rialp, Madrid, 1992

Devoción de Mons. Escrivá de Balaguer a la Virgen (1 de 2)
En una ocasión escribía el Fundador del Opus Dei: Mi preferencia va a los gestos y a las palabras que han quedado entre cada alma y la Madre de Dios; a esos millones de jaculatorias, de piropos callados, de lágrimas contenidas, de rezos de niños, de tristezas convertidas engodo al sentir en el alma la caricia amorosa de Nuestra Madre. Esta riqueza de lo inexpresable por su sencillez, es aplicable a él mismo: a lo largo de su existencia, el Beato Josemaría desarrolló una familiaridad creciente con la Virgen; gestos y palabras, jaculatorias y piropos callados, lágrimas contenidas, rezos de niño y de hombre maduro con espíritu de infancia ante Dios, dolores convertidos en gozo por el consuelo de Santa María.
¿Cómo adentrarse en el interior de un hijo que ha amado apasionadamente desde la infancia a su Madre, y que siempre ha tenido la seguridad de que Ella le correspondía con su querer? Es una intimidad amorosa tan llena de contenido, tan natural y amplia —una vida entera fecundísima—, que no es posible abarcar.
Comenzó en su infancia como un venero de agua que brota entre las nieves de la montaña, y se hizo arroyo, con sus reflejos y transparencias, y luego río caudaloso que lleva consigo la riqueza a toda la vega, a tantas almas del mundo entero que nos acercamos a él y le oímos hablar de la Virgen Santísima con acentos y matices inolvidables. Después de Jesús, Santa María fue su gran querer, y se traslucía constantemente, con pudor de hijo en lo que se refería a sí mismo y con su conducir siempre a la Madre de Dios, como quien no puede dejar de llevar a todos hacia la persona amada.
Cuántos recuerdos concretos y personales vendrán a la mente de tantos a los que nos ha llegado su espíritu: unos pequeños y otros decisivos en nuestras vidas. Recuerdos que conllevan un profundo agradecimiento hacia Mons. Escrivá de Balaguer de millares de personas esparcidas por el mundo, porque somos conscientes de que hemos recibido de él un fuerte impulso en nuestra devoción a la Madre de Dios.
Sé de María y serás nuestro, escribió en un breve punto de Camino. Así fue siempre, pero también es verdad que ser suyo, estar a su lado, vivir su espíritu, seguir su ejemplo, era —y sigue siendo ser de María, porque no podía suceder de otra manera: su amor a la Virgen lo transmitía de un modo espontáneo, atrayente, vivo, hondo, sin que uno realizase casi ningún esfuerzo.
Quien más le ha conocido y querido, Mons. Álvaro del Portillo, actual Prelado del Opus Dei, explica bien esa característica del Fundador de la Obra, cuando dice: «Junto al Padre —como justamente le llamamos sus hijos y millares de otras personas— se estaba bien. Todos en el Opus Dei —y también un número incontable de personas que no pertenecen a la Obra— hemos experimentado esa realidad. Se estaba bien, con alegría humana y sobrenatural. El Padre, de forma continua, trataba al Señor, a su Madre Santa María, a San José, a quien tanto quería y quiere. Estaba siempre con los tres, con esa trinidad de la tierra —como le gustaba decir— que le llevaba a la Trinidad del Cielo».
En otra entrevista, también Mons. Álvaro del Portillo, ante la pregunta acerca de cuál es el rasgo del carácter del Fundador del Opus Dei que más le había impresionado, contestó con exactitud. Aunque la cita es extensa, parece oportuno recogerla aquí porque resume con precisión el tenor de la vida del Beato Josemaría. Así respondió a esta cuestión Mons. Álvaro del Portillo:
«Podría detenerme en muchos detalles de su modo de ser y de trabajar, de su completa personalidad humana, de su cultura amplia, etc. Prefiero, ahora, señalar un rasgo que me impresionó siempre, que, a mi juicio, lo define íntegramente. Mons. Escrivá de Balaguer era un sacerdote que tenía a flor de piel las cosas esenciales. Su vida entera iba derecha a un fin: a llevar a la conversión, a la amistad con Dios, a centrar a su interlocutor —el hombre de la calle, el hombre o la mujer embebidos en sus quehaceres ordinarios— ante el significado profundo y exigente de la vocación cristiana como llamada personal a la santidad. Y esto, con urgencia, porque no se andaba con rodeos. Y esto con todos, porque a todos descubría que una vocación divina daba sentido a su existencia secular.