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9 noviembre 2024

Santa Ana Catalina Emmerick. La vida oculta de la Virgen María.

MARÍA CONCLUYE EL SABBAT EN LA TUMBA DE MARAHA

[José compra enseres en Belén después del sabbat. Vuelve a llevar a María a la Cueva del Pesebre, toma algunas disposiciones y, como Jesús se acerca, se prosterna en su celda a rezar.]

[Hoy la narradora estaba muy enferma y solo pudo contar lo poco que sigue:]

La Santísima Virgen pasó el sabbat en la Cueva del Pesebre orando y contemplando fervorosamente. José salió varias veces, probablemente a la sinagoga de Belén. Comieron juntos la comida preparada el día anterior y también rezaron juntos.

La tarde del sabbat, que los judíos suelen dedicar a solazarse paseando, José llevó a la Santísima Virgen a la cueva sepulcral de Maraha por el valle que va detrás de la loma de la Cueva del Pesebre. Parte de esta tarde la pasaron orando y contemplando en esta cueva, que es más espaciosa que la del Pesebre, y en la que José la preparó un asiento. Otro rato lo pasaron orando y contemplando bajo el árbol sagrado que hay allí, hasta que José volvió a llevarla a la Cueva del Pesebre algún tiempo después del cierre del sabbat, cuando José volvió a buscarla.

María le había dicho a San José que a eso de medianoche llegaría la hora del nacimiento de su hijo, pues entonces se cumplirían los nueve meses desde que la saludó el ángel de Dios, y le pidió que pusiera de su parte todo lo posible para honrar tan bien como fueran capaces la entrada al mundo del niño prometido por Dios, sobrenaturalmente concebido, y que uniera a las suyas sus oraciones por aquellos corazones empedernidos que no habían querido darles alojamiento.

José la propuso llamar para el parto a un par de piadosas mujeres que conocía en Belén, pero ella declinó y dijo que no necesitaba asistencia humana.

Antes de la clausura del sabbat, José fue a Belén y tan pronto como se puso el sol compró rápidamente algunas cosas necesarias: un taburete, una mesita baja, unos platitos, frutos secos y pasas, y se apresuró a traerlo todo a la Cueva del Pesebre. Hecho esto, corrió a la tumba de Maraha y volvió a traer a la Santísima Virgen a la Cueva del Pesebre, donde la instaló en su colcha de dormir en el rincón oriental.

Luego preparó más comida y comieron y rezaron juntos. A continuación aisló completamente del espacio restante un dormitorio para él; lo rodeó de varas y colgó en ellas las esteras que había encontrado en la cueva. Echó más pienso al burro, que estaba junto a la pared izquierda de la entrada; luego llenó el receptáculo enrejado del pesebre con juncos, hierbas finas o musgo, y encima extendió una colcha que colgaba por los lados.

Entonces la Santísima Virgen le dijo que se acercaba la hora y que hiciera el favor de retirarse a orar a su camareta. José colgó en la cueva más lámparas encendidas y salió afuera al oir ruido delante de la cueva: era la borriquilla que hasta entonces había estado correteando suelta por el valle y que ahora saltaba y correteaba contentísima de un lado a otro. La ató bajo el porche delantero y la esparció pienso.

Luego, cuando José volvió a la cueva y miró a la Santísima Virgen desde la entrada de su dormitorio, la vio rezar de rodillas en su lecho con el rostro vuelto a oriente; María le daba la espalda; estaba como rodeada de llamas y toda la cueva estaba como llena de una luz sobrenatural. José la miró como Moisés a la zarza ardiente y luego, con santo temor, entró en su celda y se postró en el suelo a rezar sobre su rostro.