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6 noviembre 2024

Simón Pardo. San José, un hombre corriente

SU ESPOSA, MARÍA (4 de 7)

La Virgen se instalaría en su antigua casa o tal vez en otra distinta, en todo caso muy diferente a las que acostumbramos a contemplar los hombres y mujeres del siglo xxi en Occidente.

La casa de la Virgen era, como el resto de las de Nazaret, de una sola planta y de una sola habitación, plegada a la ladera en la que, posiblemente, tendrían excavada una pequeña cueva que serviría de almacén para las herramientas de san José y de albergue para aquel borriquillo que tuvo la dicha de pasear sobre sus lomos a la Reina de los Ángeles.

Las casas de Nazaret estaban básicamente constituidas por una habitación, que era más dormitorio que sala de estar. Elevada unos cuarenta centímetros del suelo, en el bajo solían tener un pequeño homo que calentaba la superficie de tierra apisonada sobre la que extendían las esteras de esparto, a veces las mantas, sobre las que dormían. El mobiliario solamente existía en las casas de los potentados, que no era ciertamente la de la Virgen.

En un rincón de la habitación se encontraba un pequeño hornillo de barro donde se cocinaba, cuando las condiciones atmosféricas impedían hacerlo en el patio.

El patio, generalmente común y usado por varias familias, era una pieza importante en la vida de Palestina. En él se trabajaba, se cocinaba, se amasaba y cocía el pan de cada día... En él crecían los niños y esperaban, pacientes, la muerte los ancianos.

En el patio de su casa de Nazaret pasó la Virgen gran parte de su vida, dedicada a las tareas de ama de casa, que eran abundantes y variadas, sin tiempo para el tedio y el aburrimiento.

El día comenzaba temprano para las mujeres de Nazaret. Su primer oficio era preparar la harina, que habían de moler en un rudimentario molino, del que Jesús hablará más tarde en el Evangelio, para amasar y cocer después el pan necesario para el día. El pan nuestro de cada día que Jesús nos enseñó a pedir en el Padrenuestro. Más tarde debería acarrear el agua necesaria desde la fuente, tarea en la que más de una vez sería ayudada por Jesús niño. Debería recoger las esteras donde habían dormido, que se guardaban durante el día en una especie de armario empotrado en la habitación, preparar la comida, limpiar la casa y el trozo de patio que le correspondiese, tejer, hilar, etc., etc.

Si Jesús crecía en edad, como señala el evangelista, experimentaría el cambio que experimentan todos los niños en su paso a la pubertad, primero, y a la adolescencia, después. La Virgen con su cercanía corporal y espiritual debió de influir no poco en su crecimiento y madurez.

En el Evangelio se hace alusión a utensilios propios del hogar que el Señor vería en su casa de Nazaret y en no pocos casos sería la misma Virgen María, su madre, la que le indicase, siendo aún muy niño, la razón de ser de aquellos utensilios. Asimismo presenciaría entonces acontecimientos aparentemente vulgares que después utilizaría en su predicación.

San Lucas refiere en dos ocasiones que la Virgen guardaba y ponderaba en su corazón los misterios de los que estaba siendo protagonista. Ello quiere decir que viviría en una profunda relación con Dios. Se alimentaba interiormente del conocimiento de Dios y de su amor infinito hacia la humanidad manifestado en su Hijo, hecho hombre, al que ella llamaba con todo derecho y propiedad mi hijo, porque lo era.

En aquella paz de Nazaret, Jesús aprendería de labios de su Madre a rezar. Todo israelita piadoso, y la Virgen y san José lo eran, recitaban varias veces al día algunas estrofas de los salmos y a ellos se uniría Jesús-Niño. De la misma manera que san José le enseñó los secretos del oficio, entre ambos le enseñarían las primeras oraciones.