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Las alegrías del Purgatorio
Oración de la mañana: una gran luz aparece ante mi vista interior, y contemplo a una religiosa mayor que tiene en la mano un tamiz de oro lleno de brasas. Avanza hacia mí y dice: «¡Alabado sea Jesucristo por siempre!» Ya ves, es un alma bendita del Purgatorio. Me pregunta:
Hijo mío, ¿quieres rezar por mí? Nadie reza por mí porque he muerto en gran paz, con fama de santidad, y mis queridas hermanas seguramente me creen en el Paraíso, y no ruegan por mí.
Le prometo mi oración y se vuelve radiante, una intensa luz la inunda con sus rayos. Prosigue:
Como ves, estoy en la Antesala del Paraíso,
languideciendo de amor,
cerca de mi Divino esposo;
este amor es el motor de mi júbilo
y la causa de la pena que me tortura.
El dolor es nuestra alegría en el Purgatorio,
pues es tormento de amor, enfermedad de amor.
Ruego por esta alma, y de vez en cuando caen algunas brasas rojizas del tamiz, que se vacía poco a poco, pero la religiosa no se da cuenta y me dice alborozada, levantando los ojos al Cielo:
Comienzas a conocer el Purgatorio, y no has experimentado ni sus alegrías ni sus penas.
Di a tus hermanos que vuestras grandes alegrías en la tierra
no son más que viento y humo,
al lado de las sublimes alegrías del Purgatorio.
La mayor felicidad para un alma es estar en el Cielo.
¡Es la bienaventuranza eterna!
Pero inmediatamente después,
no hay alegría más grande
que saborear las alegrías del Purgatorio.
Y aprende esto: cuanto más va hacia la plenitud
nuestra unión,
más disminuyen nuestras penas,
que se concentran hasta desaparecer.
No queda más que esta enfermedad de amor
que conocemos aquí,
en la Antesala del Paraíso.
¡Sí, habla de las penas del Purgatorio,
pero habla también de sus inefables alegrías!
Radiante, desapareció de mi vista interior dejando mi alma consolada.
Las almas del Purgatorio nos quieren
Durante el día dediqué unos momentos a rezar por las almas del Purgatorio, y recibí reconfortantes consuelos. Cuando terminaba de rezar el Vía Crucis, se me apareció mi Ángel de la guarda, avanzó hacia mí y me dijo:
Está bien, hijo mío, hay que rezar por estas benditas almas, buscar hasta el menor momento del día para ofrecer sacrificios a Dios en su favor. Rezar por ella es un deber de caridad que glorifica al Altísimo, y también es para vosotros una deuda de reconocimiento.
Esta última palabra me asombró, y pedí a mi Ángel que me la explicase. El prosiguió con gravedad:
Sí, es una deuda de reconocimiento. Las benditas almas del Purgatorio ruegan por vosotros,
interceden por vosotros ante la Majestad Divina, en los límites que Dios les asigna. Sus oraciones y su protección son muy poderosas para la Iglesia Militante.
Esto me alegró mucho y seguí escuchando al Ángel, que me dijo:
Sabes que estas almas del Purgatorio no se miran a sí mismas,
No tienen más que una sed, que es glorificar a Dios.
A veces la Misericordia divina
les muestra las almas de la tierra,
sus aspiraciones, sus pruebas y trabajos;
pero, sobre todo, el designio divino sobre ellas.
Entonces las almas ruegan
para que se cumpla este designio
y el Altísimo sea glorificado.
¡Oh, sí!, estas almas os quieren.
Os aman en Dios, perfectamente,
ya que no están absorbidas en su dolor,
ni inhibidas por su sufrimiento;
no se fijan en ella mismas:
y os miran en Dios y por Dios,
rogando en la luz divina por vosotros.
No son sensibles a vuestras cualidades,
únicamente humanas,
que no tienen ningún valor en el Purgatorio,
ni tampoco lo tendrán en el Cielo.
Vuestro único tesoro es el ejercicio de la virtud,
la oración fiel y los tesoros de gracia,
que la Santa Madre Iglesia
pone a vuestra disposición.
Todo lo demás no es más que vanidad
destinada a quemarse en el fuego de la caridad
que debe abrasaros.
Mi alma saboreaba esta lección que el Ángel me había dispensado con gravedad y cierta tristeza en la voz. Le pregunté la razón:
Es porque no amas bastante a Dios, ¡porque no trabajas bastante por Su Gloria!
Y esto lo ven las almas del Purgatorio, cuando Dios se lo muestra,
para ellas es una causa más de sufrimiento.
Y por eso multiplican sus peticiones por las personas más cercanas que aún están en la tierra,
por sus bienhechores y por todas las almas
que el Señor les designa.
Ruegan también por todas las intenciones
que descuidaron
cuando estaban en la tierra.
Pero, como te he explicado,
nunca piden para sí mismas.
En los límites que me asigna la obediencia a mi Padre espiritual, puedo preguntar a mi Ángel de qué forma estas almas nos conocen.
Ya te lo he dicho, hijo mío: en la luz
de la Misericordia divina.
Su modo de conocimiento es más elevado
que el vuestro en la tierra,
es comparable al nuestro.
Estas almas tienen un conocimiento intuitivo
de la Iglesia militante y de sus necesidades,
según el Señor lo permite,
ya que este conocimiento no se ejercita
más que en los límites providenciales
que Dios les asigna.
A veces El desvela a estas almas
vuestras peticiones,
necesidades y sufrimientos.
Entonces ellas interceden y ruegan por vosotros,
y os obtienen protecciones de orden espiritual
y temporal.
Otras veces, el Señor les permite manifestarse,
para incitaros a rezar en su favor,
para reavivar vuestro fervor y vuestro amor
o para protegeros de un peligro.
Esta situación no es frecuente, pero existe,
porque el Señor la permite.
Todo esto te demuestra
cuánto os quieren estas almas.
Y vosotras debéis rezar por ellas,
hacer buenas obras
y sacrificios en favor suyo, para aliviarlas: Una persona que quiera verdaderamente aliviar a estas almas benditas oirá la Santa Misa todos los días y rezará especialmente por ellas,
sobre todo en el memento de difuntos51;
después recitará todos los días el rosario
con alguna intención por estas benditas ánimas,
y también hará el Vía Crucis
por las grandes intenciones de la Iglesia
y por estas benditas ánimas.
Estos son los tres grandes medios para aliviarlas:
la Santa Misa,
la oración mañana del Santo Rosario, y el Vía Crucis. La Sangre de Jesucristo es un gran consuelo para ellas. Y la Madre de Dios envía verdaderos manantiales de consuelo hacia el Purgatorio.
El Ángel se marchó, y yo quedé en una gran alegría y serenidad.