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La mediación materna
Maternidad espiritual y mediación
María «es verdaderamente Madre de los miembros (de Cristo)..., porque cooperó con el amor a que nacieran en la Iglesia los fieles». Ella es «nuestra Madre en el orden de la gracia»; «con su amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se debaten entre peligros y angustias, hasta que sean llevados a la bienaventurada patria. Por eso, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora».
La maternidad espiritual de María es un aspecto de su mediación de gracia: en cierto modo, el «primero» respecto a cada uno de los fieles; éstos, en efecto, «nacen de María» porque Ella es mediadora de la primera gracia de la generación sobrenatural. Y toda su posterior mediación, respecto a las demás gracias, es una «mediación materna». «Efectivamente —escribe el Romano Pontífice—, la mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y posee un carácter específicamente materno que la distingue del de las demás criaturas que, de un modo diverso y siempre subordinado, participan de la única mediación de Cristo, siendo también la suya una mediación participada».
Entre los numerosos aspectos de la maternidad espiritual y de la mediación de Santa María, que Juan Pablo II contempla en las Encíclicas trinitarias y en la Encíclica Redemptoris Mater, hay dos que, en cierto modo, están en la raíz de todos los demás: la participación de la Madre en la única mediación entre Dios y los hombres, que es la de su Hijo, y la relación de esta mediación participada con la plenitud de gracia de María.
«En la expresión ‘feliz la que ha creído’ —escribe el Papa- podemos encontrar como una clave que nos abre a la realidad íntima de María, a la que el ángel ha saludado como ‘llena de gracia’. Si como ‘llena de gracia’ ha estado presente eternamente en el misterio de Cristo, por la fe se convertía en partícipe en toda la extensión de su itinerario terreno: ‘avanzó en la peregrinación de la fe’ y al mismo tiempo, de modo discreto pero directo y eficaz, hacía presente a los hombres el misterio de Cristo. Y sigue haciéndolo todavía. Y por el misterio de Cristo está presente entre los hombres. Así, mediante el misterio del Hijo, se aclara también el misterio de la Madre».
La presencia —participación— de María en el misterio de Cristo, en sí mismo y en cuanto salvación del mundo, está pues en íntima relación con la plenitud de gracia, en la que radicaba aquella fe mediante la cual la Madre fue partícipe en toda la extensión de la vida terrena del Hijo. Esta participación de María en el «itinerario terreno» de Cristo culmina en la cumbre de ese itinerario: en la cima del Gólgota, donde la Madre se asocia especialmente, por la fe y el amor, al Sacrificio redentor del Hijo, mediante el «sacrificio de su corazón de madre». Y María «sigue ahora haciendo presente a los hombres el misterio de Cristo», porque permanece asociada al Hijo en la Gloria, y, en este cumplimiento escatológico, coopera con amor materno a la generación y crecimiento espiritual de los hermanos y hermanas de su Hijo Jesucristo.
Como explica Juan Pablo II detalladamente, en María, «esta maternidad en el orden de la gracia ha surgido de su misma maternidad divina»; pero no sólo en cuanto Ella ha concebido la carne que asumió el Verbo en unidad personal, sino también en cuanto que esta maternidad divina ha sido, por designio de Dios, realizada en la «llena de gracia», cuyo amor materno «maduró definitivamente junto a la Cruz, por medio de su participación en el amor redentor del Hijo». Y como la maternidad divina y la plenitud de gracia son por el Espíritu Santo, también el Espíritu Santo «mantiene continuamente su solicitud (de María) por los hermanos de su Hijo».
Para profundizar algo más en la naturaleza y en el contenido de la mediación materna, parece, pues, oportuno considerar más de cerca su carácter participado y su relación con la plenitud de gracia.