-
San Alfonso María de Ligorio
Visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima.
VISITA XXIV.
Vos sois verdaderamente Dios escondido (Le 55), en ninguna otra obra del divino amor se verifican tanto estas palabras como en este misterio adorable del Santísimo Sacramento, donde nuestro Dios está totalmente escondido. En la encarnación del Verbo eterno escondió su divinidad y apareció hecho hombre sobre la tierra; mas, después, quedándose con nosotros en el Santísimo Sacramento, escondió también su humanidad; y solo vemos—dice San Bernardo—una apariencia de pan, para mostrarnos de este modo el excesivo amor que nos tiene, Amado Redentor mío, a vista de tanto amor que tenéis a los hombres, yo quedo fuera de mí, y no sé qué decir. Vos, en este Sacramento llegáis, por el amor que nos tenéis, a esconder vuestra majestad y a encubrir vuestra gloria, y en cuanto estáis en nuestros altares parece que no tenéis otro ejercicio que el de amar a los hombres y manifestarles vuestro amor. Pero ellos, ¡oh hijo grande de Dios!, ¿qué recompensa os darán?
¡Oh Jesús, oh amante excesivamente transportado por los hombres! (permitidme hablar así), mientras os veo anteponer su bien a vuestra honra, ¿no sabíais a cuántos desprecios os exponíais en este Divino Sacramento? Yo veo, y mucho mejor que yo veis Vos, que gran parte de los hombres no os adora ni os quiere conocer por lo que sois en este Sacramento. Yo sé que muchas veces esos mismos hombres han llegado a pisar las sagradas hostias y arrojarlas por tierra y en el agua y en el fuego. También veo, ¡oh Dios mío!, que parte de los mismos cristianos, en vez de reparar tantos ultrajes con sus adoraciones o vienen a las iglesias para más disgustaros con sus irreverencias u os dejan despreciado en vuestros altares desprovistos a veces hasta de luces y de los precisos ornamentos. ¡Ah si pudiese, mi dulcísimo Salvador, lavar con mis lágrimas y aun con mi sangre aquellos infelices lugares en los cuales fue en ese Sacramento tan ultrajado vuestro amor y vuestro amantísimo corazón! Mas si esto no se me concede, al menos deseo y propongo visitaros muchas veces para adoraros, como hoy día os adoro, en contraposición a los desprecios que recibís de los hombres en ese divino misterio. Aceptad, ¡oh Padre eterno!, ese pequeño obsequio, que en desagravio de las injurias hechas a vuestro Hijo Sacramentado, os rinde ahora el más miserable de todos los hombres, cual soy yo; aceptadlo en unión de aquella honra infinita que os dio Jesucristo sobre la cruz y que os da todos los días en el Santísimo Sacramento. ¡Ay Jesús mío! Si pudiera hacer que todas las criaturas os amasen mucho en el Santísimo Sacramento, lo haría de buena voluntad, aunque me costase los mayores trabajos.
La comunión espiritual, etc.
A María Santísima
¡Oh Señora amabilísima! Vos deseáis ayudar a los pecadores, pues aquí tenéis un gran pecador que a Vos recurre; ayudadme con eficacia y ayudadme con prontitud, sea gloria de vuestra misericordia el salvar en Jesucristo a quien merece mil infiernos. Vuestra intercesión es muy atendible con vuestro Hijo, por lo que podéis muy bien alcanzarme aquellas virtudes de que tanto necesito; pues hacedlo así por el amor que tenéis a Jesús. ¡Oh inocentísima María!; siempre confesaré con San Bernardo, que Vos en Dios y después de Dios sois mi mayor confianza.
VISITA XXV
San Pablo alaba la obediencia de Jesucristo diciendo que obedeció al Eterno Padre hasta la muerte. Mas en el Santísimo Sacramento excede mucho más su obediencia, porque aquí no sólo obedece al Eterno Padre, sino que obedece a los hombres, y no sólo hasta la muerte sino en cuanto dure el mundo. Baja del cielo por obedecer a un hombre y se deja poner sobre los altares en cuanto los hombres quieren. Allí está sin moverse por sí mismo, déjase estar donde lo ponen, o expuesto en la custodia, o cerrado en el sagrario; déjase conducir por donde lo llevan, así por las calles como por las casas; permite que cualquiera le reciba con la comunión, sea justo o pecador. Mientras vivió en este mundo, dice San Lucas, obedecía a María Santísima y a San José, mas en este Sacramento obedece a tantas criaturas como son en el mundo los sacerdotes.
Permitid que en este día hable con Vos, ¡ oh Corazón amantísimo de Jesús!, del cual salieron todos los sacramentos, y principalmente este Sacramento de amor. Quisiera daros tanta gloria y tanta honra, cuanta Vos dais en este Sacramento a vuestro Eterno Padre. Yo sé muy bien que sobre ese altar me estáis amando con aquel mismo amor con que me amasteis cuando sacrificasteis vuestra vida sobre la cruz Iluminad, ¡oh Corazón Divino!, a todos los que no os conocen. Librad con vuestros merecimientos o al menos aliviad en el purgatorio aquellas almas afligidas que son ya vuestras eternas esposas. Yo os adoro, os alabo y os amo con todas aquellas almas que en esta hora os están amando en la tierra y en el cielo. Purificad, ¡ oh Corazón purísimo!, mi corazón, de cualquier afecto desordenado a las criaturas y llenadlo de vuestro santo amor. Poseed, ¡oh Corazón dulcísimo!, todo mi corazón, de tal modo que de hoy en adelante sea todo vuestro. Grabad, ¡oh Corazón santísimo!, sobre el mío, las amarguras que por tantos años sufristeis en la tierra por mi amor, para que sufra con paciencia por vuestro amor todas las penas de esta vida. Corazón humildísimo de Jesús, hacedme humilde de corazón. Corazón mansísimo, comunicadme vuestra mansedumbre y separad de mi corazón todo lo que no os agrada; convertidlo todo a Vos, de modo que no quiera ni desee sino lo que Vos quisiéreis. Haced, finalmente, que viva sólo para obedeceros, sólo para amaros, sólo para agradaros. Conozco que os debo mucho y que me tenéis muy obligado. ¡Ay Señor! Poco haría aun cuando me consumiera todo y muriera por vuestro amor.
La comunión espiritual, etc.
A María Santísima
¡Oh mi amorosísima Reina! Vos sois el tesoro de Dios y la tesorera de todas las misericordias que nos quiere dispensar. Vos misma me decís que con Vos están las riquezas para enriquecer a los que os aman. Pues, Señora, enriqueced de gracias a todos los que os buscan. Mi amada Madre: es cierto que soy un grande pecador, mas también es verdad que deseo mucho amaros; tened, pues, piedad de mí, no me despreciéis, socorredme en vida y en la muerte, para que pueda algún día ir a veros en el cielo.