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22 noviembre 2024

Suárez. La Pasión, de Nuestro Señor Jesucristo

3. La Ascensión

Ninguno de los cuatro evangelistas da gran relieve al hecho de la Ascensión. «La materialidad visible —escribe Fillion— era poca cosa cuando estaban seguros de su presencia invisible y de su asistencia desde lo alto de los cielos.» De hecho, San Mateo ni la menciona, en San Marcos es fugazmente aludida al final de su Evangelio, San Juan no se ocupa de ella. Tan sólo San Lucas le concede atención, más en los Hechos de los Apóstoles que en su Evangelio.

Hasta cierto punto no es extraño. Los Evangelios se ocupan de las cosas que Jesús hizo y enseñó, especialmente durante su vida pública, y la Ascensión era precisamente, el final de su vida en la tierra. Tendrían que ser los teólogos los que andando los siglos se ocuparían de la Ascensión para sacar de ella enseñanzas que fueran útiles para nuestras almas. Pero los Evangelistas no eran teólogos, sino testigos que tenían que dar fe de las cosas que habían visto y oído.

Después de que San Marco especificó a los discípulos las señales que acompañarían su predicación para certificar su verdad sobrenatural, añade: «El Señor Jesús, después de hablarles, se elevó al cielo, y está sentado a la derecha de Dios» (Me 16, 19). San Lucas, más explícito, dice que

los sacó hasta cerca de Betania, y levantando las manos les bendijo. Y sucedió que mientras los bendecía, se alejó de ellos y se elevó al Cielo. Y ellos le adoraron y regresaron a Jerusalem con gran gozo (Le 24, 50-52).

Algún tiempo después de escribir el Evangelio (aunque no sabemos cuánto), San Lucas escribió los Hechos de los Apóstoles, donde todavía con más extensión se ocupa de la Ascensión de Jesús a los Cielos:

Mientras estaba a la mesa con ellos les mandó no ausentarse de Jerusalem sino esperar la promesa del Padre, «la que oísteis de mis labios: que Juan bautizó con agua, pero vosotros, en cambio, seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días».

Los allí reunidos le hicieron la siguiente pregunta: «¿Es ahora, Señor, cuando vas a restaurar el reino de Israel?» Él les contestó: «No es cosa vuestra conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalem, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines del mundo».

Y después de esto, mientras ellos miraban, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos. Cuando estaban mirando atentamente al cielo mientras él se iba se presentaron junto a ellos dos hombres con vestiduras blancas que dijeron: «Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este mismo Jesús que de entre vosotros ha sido elevado al cielo, vendrá de igual manera que le habéis visto subir al cielo» (Hch 1, 4-11).

Al hablar de la Ascensión, todos los textos coinciden en utilizar la expresión «se elevó». Así como se dice la «asunción de Nuestra Señora», porque fue llevada al cielo, de Jesús se dice que «se elevó»: subió por su propio poder; no tuvo necesidad de ayuda. Según Fillion, el lugar a donde condujo a sus discípulos, «cerca de Betania», que menciona San Lucas, es el monte de los Olivos, sitio que ocupa la aldea musulmana El-Tur, como a un cuarto de legua de Betania.

El Señor había abierto a los discípulos el entendimiento para que comprendieran la Escritura, pero hasta la venida del Espíritu Santo esta apertura no se llenó de contenido, pues de lo contrario la pregunta «¿Es ahora, Señor, cuando vas a restaurar el reino de Israel?» no hubiera sido formulada, pues indicaba todavía una visión muy a ras de tierra del Mesías y de su misión redentora. Por eso Jesús les mandó quedarse en Jerusalem «a esperar la promesa del Padre que oísteis de mí»: ellos tenían que ser bautizados en el Espíritu Santo, que les enseñaría todas las cosas y pondría en su boca lo que habían de responder cuando, por el nombre de Jesús, fueran llevados a los tribunales y acusados con mil falsedades.

Un gran santo que escribió obras muy provechosas para edificación de las almas, San Gregorio Magno, refiriéndose precisamente a la Ascensión en una de sus homilías (29, 10), dijo: «Partía así Jesús hacia el lugar de donde era, y volvía del lugar en que continuaba morando. En efecto, en el momento en el que subía al cielo unía con su divinidad el cielo y la tierra. En la fiesta de hoy conviene destacar solemnemente el hecho de que haya sido suprimido el decreto que nos condenaba, el juicio que nos hacía sujetos de corrupción. La naturaleza a la que se dirigían las palabras tú eres polvo y al polvo volverás (Gen 3, 18), esa misma naturaleza ha subido hoy al cielo con Cristo». Terminada su misión en la tierra, incluidos los días en que después de su resurrección dedicó a terminar de instruir a sus discípulos, Jesús volvió al Padre, y al volver nos abrió la puerta de la eterna morada destinada a los que le aman. Ya lo había dicho a los apóstoles: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo hubiera dicho, porque voy a prepararos un lugar; y cuando me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí, para que donde yo estoy estéis también vosotros» (Jn 14, 2 y 3).

Y todavía podemos considerar otra razón para que Jesús volviera al Cielo, que también había hecho ver a sus apóstoles: «Os conviene que me vaya, pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si me voy os lo enviaré» (Jn 16, 7). Sí —se lee en Es Cristo que pasa—, «Cristo sabía que era necesario que Él se fuera; porque de un modo misterioso que no acertamos a comprender, después de la Ascensión llegaría —en una nueva efusión del Amor Divino— la Tercera Persona de la Trinidad Beatísima». Claro que tenía que subir al Cielo. Después de la resurrección el cuerpo de Jesús era un cuerpo glorioso, y la tierra no es de ninguna manera sitio adecuado para cuerpos gloriosos. En el Apocalipsis se habla de que cuando acabe el mundo habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, que esté acomodada —comentó Santo Tomás de Aquino —a la nueva condición de los cuerpos, que tras la resurrección de la carne serán, también, gloriosos.