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SU ESPOSA, MARÍA (6 de 7)
Suponemos que en más de una ocasión, en aquellos coloquios entre Madre e Hijo, le comentaría este sus planes y sus proyectos; le hablaría de su misión, iría preparando el corazón de la Madre para el momento de la separación, que llegaría cuando Jesús consideró llegado el momento de iniciar su vida pública, de viajero incansable por las tierras de Palestina predicando su mensaje de amor y salvación, ejerciendo de taumaturgo a favor de los más desfavorecidos, mostrándose como el Mesías-Salvador.
Nada sabemos del momento de esa separación que suponemos dolorosa, sí, pero llena de cariño y afecto por parte de Jesús y sentida y consentida por parte de la Madre; pero sí sabemos que la Virgen, que se quedaría bajo la tutela de algún pariente, no se desentendió de su Hijo y así la vemos intercediendo ante Él para sacar de un apuro no despreciable a aquellos novios amigos de Caná, en el que se encontraban al faltarles el vino.
Este fue el primer milagro obrado por Jesús, como señala el evangelista, y en él tuvo una intervención directa la Santísima Virgen. María ocupó un lugar destacado en la escena, pues fue la medianera o intermediaria entre aquella familia, que se encontraba en una situación un tanto desairada, y su Hijo.
La realización de este primer milagro se sitúa en un momento determinante de la vida de Jesús, pero también de María, que inicia con él su función de intercesora entre cada uno de nosotros, sus hijos, y su Hijo, pero también de colaboradora con Él y bajo Él en la obra de la salvación de los hombres.
Su intervención en Caná es como un anticipo de lo que será después el ejercicio de su maternidad espiritual.
El evangelista no dice que la Virgen solicitase el milagro. Simplemente expone una situación angustiosa para aquella familia que solo su Hijo puede solucionar y que Él, pese a su aparente desinterés, soluciona.
La Virgen nos enseña que ante Dios sirve tan solo con presentar la necesidad, después ¡Dios sabe más! Y solo Él sabe cómo se ha de solucionar. Así actuaron los santos y acertaron.
A veces, la solución viene por caminos extraños, fuera de nuestro alcance y ajenos a nuestros deseos e intereses, pero Dios, que mira desde la altura, ve más y mejor y sabe cuál es la solución más adecuada y conveniente. A nosotros nos toca confiar.
La Virgen, actuando en Caná al lado de su Hijo, lo hace como medianera, como intercesora, pero sobre todo como madre, siempre solícita en ayudar a los hombres necesitados, que están representados en aquellos novios.
A partir de este momento, la Virgen no aparece nada más que esporádicamente en el Evangelio. La vida pública es de Jesús y ella, como buena madre, le apoya en la sombra.
María solo está presente al comienzo de la predicación de Jesús y al final, cuando este la dará por madre a los cristianos desde la Cruz.
Nada dicen los evangelistas del viaje de la Virgen a Jerusalén para celebrar la Pascua. Sabemos que estaba en la ciudad santa porque así lo asegura san Juan, que la acompañó, con el pequeño grupo de mujeres, hasta el Calvario donde recibió de Jesús el encargo de cuidarla.
¿Estaría en Betania, en casa de los hermanos Marta, María y Lázaro? No parece fuera de lugar que así fuese, dada la amistad existente entre aquellos hermanos y Jesús, pero nada dicen los evangelios y toda afirmación o negación es pura especulación.