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2 noviembre 2024

Santa Ana Catalina Emmerick. La vida oculta de la Virgen María.

LA TUMBA DE MARAHA

Abraham tuvo una nodriza, llamada Maraha, a la que apreciaba mucho. La nodriza llegó a edad avanzada, y Abraham siempre la llevaba a camello en sus caravanas. En Succoz vivió mucho tiempo con él y después, en sus últimos días vivió aquí en el Valle de los Pastores, donde Abraham puso sus tiendas en la zona de esta cueva. Cuando Maraha ya era más que centenaria y se acercaba su muerte, rogó a Abraham que la enterrara en esta cueva, de la que habló proféticamente y a la que dio el nombre de Cueva de la Leche o de los Lactantes.

Aquí ocurrió algo milagroso y brotó una fuente, pero lo he olvidado. La cueva era entonces un pasadizo alto y estrecho abierto en una masa de piedra blanca que no era dura. A un costado, un filón de esta masa se estrechaba sin llegar al techo y si uno se subía en él, alcanzaba la entrada de otra caverna que estaba más alta. Por debajo de la cueva hay también varios túneles que se introducen profundamente en la loma.

Más tarde, Abraham ensanchó la cueva al labrar la tumba de Maraha en la masa que estaba al costado. Tenía por debajo un grueso bloque de piedra en el que descansaba una especie de abrevadero macizo sobre patas cortas y gruesas que terminaban por arriba como con almenas. Se podía mirar entre este cajón de arriba y el bloque de piedra de debajo, y ahora me sorprende que en tiempo de Jesús no se ve nada allí dentro.

La Cueva de la Tumba de la Nodriza tenía algo de premonición con la persecución de la madre que amamantaba al Salvador, pues en la historia juvenil de Abraham hubo también una persecución que era una prefiguración, y su aya le había salvado la vida en esta cueva. Lo que todavía recuerdo de ello a grandes rasgos es como sigue:

El rey de la patria de Abraham soñó, o le profetizaron, que nacería un niño que sería peligroso para él, y el rey tomó medidas contra él. La madre de Abraham mantuvo escondido su embarazo, lo alumbró en una cueva y su aya Maraha lo amamantó en secreto.

Maraha vivía como pobre esclava trabajando en un terreno salvaje junto a la cueva donde había amamantado al niño Abraham. Después se lo llevaron sus padres, y gracias a su tamaño descomunal lograron hacerle pasar por un niño nacido antes de la profecía. Poco después, cuando ya era un chiquillo, volvió a estar en peligro otra vez a causa de algunas manifestaciones milagrosas y el aya huyó con él a un escondite; vi que se lo llevaba en secreto atado a su cuerpo bajo su ancho manto. En aquella ocasión asesinaron a muchos niños de su tamaño.

Esta cueva ha sido lugar de oración desde los tiempos de Abraham, especialmente para madres con niños de pecho, y esto era profético, pues en el aya de Abraham se veneraba prefiguradamente también a la Santísima Virgen tal como Elías la vio en la nube que traía lluvia y la erigió un oratorio en el Carmelo. Al amamantar al patriarca del linaje de la Santísima Virgen, Maraha contribuyó con su leche a la llegada del Mesías.

Mira, no lo puedo expresar exactamente, pero era como un pozo profundo hasta la fuente de la vida, del que siempre sacaron agua hasta que brotaron las claras aguas de María.

[En su sueño extático la narradora se expresó así sobre ello:]

El árbol que estaba encima de la cueva era un gran árbol de sombra igual que un tilo grande: ancho por abajo y puntiagudo por arriba; era un terebinto con grandes semillas oleaginosas que son comestibles. Abraham y Melquisedec una vez estuvieron reunidos debajo del árbol, ya no sé en qué ocasión. José ensanchó aun más la cueva y tapó sus profundas prolongaciones.

El árbol está en lo alto de esta loma, y debajo de ella hay una puerta inclinada que lleva por un pasillo o una especie de vestíbulo, a una puerta bien vertical que lleva a la tumba misma, cuyo espacio interior era entonces más bien redondo que cuadrado. Los pastores se instalaban a menudo en la parte delantera.

Este árbol es grande y añoso y daba mucha sombra; era sagrado para los pastores y la gente del contorno así como para los peregrinos que solían descansar y orar allí. Ahora ya no sé la historia del árbol, pero tiene relación con Abraham y quizá lo plantó él. Tenía a su lado un fogón para hacer lumbre que podía taparse; delante del árbol había también una fuente cuya agua venían a buscar los pastores en determinadas épocas, convencidos de que era especialmente curativa. A ambos lados del árbol había unas chozas abiertas para dormir en ellas. Todo ello estaba cercado con un seto4.

LA SAGRADA FAMILIA VA A LA CUEVA DEL PESEBRE

[José limpia, enciende la lámpara, se ocupa del agua y de la lumbre y hace la comida. Prepara un lecho para María y una celda para sí. Va a la ciudad y vuelve tarde.]

[Viernes, 23 de noviembre:]

El sol ya estaba muy bajo cuando llegaron a la entrada de la cueva. La borriquilla que había venido con ellos y que cuando estuvieron en la casa de José se marchó a corretear por los alrededores de la ciudad, vino con ellos justo en el momento de llegar a la cueva y saltaba y jugaba alegremente a su alrededor; por eso la Santísima Virgen dijo a San José:

—Mira, seguro que es voluntad de Dios que nos alojemos aquí.

Pero José estaba muy atribulado y silenciosamente avergonzado por haber hablado tanto de la buena acogida que tendrían en Belén. Instaló al borrico bajo el porche de delante de la cueva y allí mismo preparó un asiento para la Santísima Virgen, en el que ella se dejó caer mientras José hacía luz, abría la ligera puerta de cañizo y entraba en la cueva.

La entrada de la cueva era estrecha pues estaban apoyados en la pared muchos hatos de paja, como cañizos, sobre los que colgaban esteras pardas, y detrás, en la bóveda de la cueva propiamente dicha, había también muchos objetos que estorbaban. José despejó y sacó afuera lo necesario para preparar a la Santísima Virgen un sitio cómodo para reposar en el lado oriental de la cueva. Luego sujetó una lámpara encendida en la pared de la oscura caverna e introdujo a la Santísima Virgen, que se instaló encima del lecho preparado por José con las mantas y fardos. José se disculpó muy humildemente por el mal alojamiento, pero María estaba alegre y contenta, con mucho recogimiento.

Cuando la Santísima Virgen ya estaba descansando, José se apresuró a ir con el odre de cuero que llevaba a un arroyuelo muy estrecho que corría por el prado del valle de detrás de la loma, sujetó el odre con dos estacas en la fuente para que se llenase de agua y lo llevó a la cueva. A continuación fue al pueblo por unos platitos, algo de fruta y unos hatillos de leña.

Se acercaba el sabbat y en las esquinas de las calles de la ciudad había puestos preparados con los víveres más indispensables para tantos forasteros que los necesitaban. Las cosas tenían el precio al lado. Me parece que los que estaban en los puestos eran criados o no eran judíos, ya no lo sé con certeza.

José volvió y trajo carbones encendidos en una especie de brasero enrejado que tenía un mango abajo, y los vertió junto a la pared septentrional de la entrada de la cueva para hacer una pequeña lumbre. Para el viaje, José había traído este brasero así como otros enseres pequeños. Los hatillos de leña consistían en palitos delgados que estaban muy bien atados con juncos gruesos.

Luego José preparó algo de comer, que consistió en gachas de granos amarillos y una fruta grande asada que al comerla tenía dentro muchas pipas por todas partes. Además tenían panecillos planos. Después de comer rezaron algo más y José le hizo la cama a la Santísima Virgen.

Encima de un lecho de juncos extendió una manta de esas que describí antes de las que preparaban en casa de Ana, y puso de almohada una manta arrollada.

Después metió al burro dentro y lo ató donde no estorbara, tapó las aberturas de la cueva para que no hubiera corrientes y luego se preparó su propia yacija a la entrada de la cueva.

Como entonces empezaba el sabbat, la Santísima Virgen y él se pusieron de pie bajo la lámpara, rezaron la oraciones del sabbat y a continuación tomaron su austera comida edificantemente.

Acto seguido, José salió de la cueva y fue a la ciudad; pero María se arropó para entregarse al reposo.

Mientras José estuvo ausente, vi rezar de rodillas por primera vez a la Santísima Virgen. Se arrodilló en su lecho y luego se tumbó en su manta de costado, vuelta hacia el rincón; su cabeza descansaba en su brazo que apoyaba en la manta enrollada. José tardó en volver; estaba afligido, creo que lloraba. Rezó algo más y se tendió humildemente en su lecho a la entrada de la cueva.