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SU ESPOSA, MARÍA (5 de 7)
Dice Enrique Llamas en su obra El libro de la Virgen que los años de Nazaret son decisivos para conocer la imagen espiritual de María, la Madre de Jesús, esa otra cara de su vida, distinta y diferente de lo que son las manifestaciones y prácticas exteriores; decisivas para conocer los aspectos más importantes que constituyen el entramado de su vida: las vivencias de su espíritu.
La vida de la Virgen, como la de cualquier otra persona, no se reduce a su participación en unos acontecimientos, en unos hechos históricos más o menos relevantes, en una sucesión cronológica de fechas. Si la vida de cualquier persona se calibra por sus vivencias íntimas, esto mismo ocurrió en la Santísima Virgen. Sus vivencias interiores, su relación con su Hijo y con su esposo, la práctica de las virtudes, su conocimiento y amor a Dios, su vida espiritual, en una palabra, es lo que expresa con mayor autenticidad su verdadera imagen.
Si la Virgen es en todo momento modelo para nuestra vida de cristianos, lo es preferentemente durante sus años callados y silenciosos, sencillos y corrientes, ocultos, de Nazaret.
El Papa Juan Pablo II aprovechaba todas las ocasiones que se le presentaban, y procuraba que fuesen muchas, para proponer a la Sagrada Familia de Nazaret como modelo a imitar por los individuos y las familias cristianas.
Del hogar de Nazaret deberemos aprender todas las virtudes familiares: el amor, la sencillez y modestia de vida, la paz, el orden, el respeto mutuo, el cumplimiento del deber, la paciencia, la laboriosidad, la alegría...
Allí aprendió Jesús tantos detalles que adornarían más tarde su predicación. Podemos decir que gran parte de esa predicación la teje Cristo sobre el bastidor de la vida hogareña: las parábolas del Hijo pródigo, la dracma perdida, la levadura en la masa, las diez vírgenes, etc., son ejemplos que podrían ampliarse.
¡Cuántos ratos de felicidad pasaría la Virgen charlando con Jesús, acompañada de su esposo, en la casa de Nazaret! Y ¡cómo debemos nosotros pedir a la Virgen que nos enseñe a tratar a su Hijo como ella lo trató, a cuidarlo como ella lo cuidó, a acompañarle como ella lo acompañó! También nosotros tenemos a Jesús presente en el Sagrario; está de distinta manera, pero es el mismo: aquel niño juguetón que correteaba por las calles de Nazaret, aquel adolescente aplicado a las lecciones que le daba san José sobre los secretos del oficio, aquel joven alegre y juicioso que charlaba en los atardeceres de Nazaret con su Madre, es el mismo que está en el Sagrario oculto bajo las especies sacramentales. Nosotros también le podemos visitar, le podemos acompañar, podemos hablar con Él en la seguridad de que nos escucha, nos comprende y nos atiende, porque nos ama.
Más arriba hemos mencionado la partida de este mundo de su esposo san José y el desgarro que hubo de suponer para la Virgen la separación del esposo amado, pero sabría ver en ello la voluntad de Dios que aceptaría de buen grado siendo ejemplo, también en esto, para tantas mujeres que, en circunstancias semejantes, les cuesta ver la mano providente de Dios.
Es verdad que a la Virgen le quedó el consuelo de Jesús, que se volcaría en ella con mil detalles de cariño y delicadeza.
También aquí tenemos un modelo a imitar por tantos hijos que, llevados de su egoísmo o su superficialidad, abandonan a sus padres mayores o los condenan a la soledad en el momento de enviudar.