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10 noviembre 2024

Fernando Ocáriz. María y la Trinidad.

Hija del Padre y Madre del Hijo por el Espíritu Santo

Mediación participada «en Cristo»


Especialmente en la Encíclica Redemptoris Mater, recogiendo y explicando la correspondiente enseñanza del Concilio Vaticano II, el Papa insiste en el carácter «subordinado» y «participado» de la mediación de María respecto a la de Cristo.

Los conceptos de participación y de subordinación no se equivalen completamente: no toda subordinación supone una participación, como es evidente. En cambio, toda participación implica subordinación del participante respecto a la totalidad de la que participa (cuando se trata de participación trascendental, no predicamental; es decir, cuando lo que es participado existe y permanece en plenitud fuera de los participantes). De ahí que, para profundizar en la mediación de María, más que analizar directamente su «subordinación» a la de Cristo, sea conveniente considerarla en su carácter de «participación».

Ciertamente, hay un aspecto muy importante de la mediación de Santa María que se explica suficientemente, desde el punto de vista formal, con la noción de subordinación: la intercesión de María ante su Hijo en favor de los hombres. A este aspecto se aplica adecuadamente la famosa expresión de San Bernardo, según la cual María es mediadora ad Mediatorem. No nos detenemos en este punto, que no presenta particular dificultad de comprensión.

Recordemos, en cambio, que no pocos autores (Lépicier, Hugon, Lavaud, Garrigou-Lagrange, Roschini, Sauras, etc.), consideran que esta mediación materna de la Virgen Santísima no se limita a la intercesión, sino que se extiende también a la donación misma de la vida sobrenatural, de la gracia, a los hombres. Esta posición ha sido explicada principalmente con el concepto de causalidad eficiente instrumental: María, en la donación de la gracia, sería instrumento de Cristo, de modo análogo a como la Humanidad de Jesús es instrumento de la divinidad. Otros muchos autores han rechazado esta interpretación (Lennerz, Merkelbach, Heris, Temen, Bittremieux, De la Taille, etc.), sobre todo por considerar que una causalidad instrumental de María en la donación efectiva de la gracia —a diferencia de la causalidad instrumental de los sacramentos— oscurecería el carácter inmediato y único de la mediación de Cristo entre Dios y los hombres: sería una mediación entre Dios y María y, sólo a través de Ella, entre Dios y los hombres. De hecho, actualmente es muy común limitar la mediación mariana a la intercesión.

Sin embargo, no parece necesario adoptar la «clave» de la causalidad instrumental —que, ciertamente, presenta dificultades—, para afirmar que la mediación de María no se reduce a la sola intercesión, sino que se refiere también de algún modo a la efectiva donación de la gracia.

Como ya se ha señalado antes, para profundizar en este aspecto del misterio de la Madre, conviene tener en cuenta el concepto de participación. Además del uso frecuente de este término, para expresar la relación de la mediación de María con la mediación de Cristo, Juan Pablo II escribe que la mediación de María «es mediación en Cristo». De modo análogo a como nuestro ser hijos del Padre en Cristo, por la participación de la filiación del Verbo, no sólo no disminuye sino que tampoco multiplica la filiación divina

—Cristo sigue siendo el Unigénito del Padre, aunque sea Primogénito entre muchos hermanos—, la mediación de María no disminuye ni multiplica la única mediación entre los hombres y Dios, que es la de Jesucristo. Se trata, pues, de aquella participación significa­ da en la lengua griega, tanto clásica como neotestamentaria, con el término koinonía: comunión por participación, o participación en cuanto comunión espiritual de muchos en algo que permanece único e indiviso. Esto, en realidad, se aplica también a las demás mediaciones subordinadas, pues todas son participadas de la de Cristo: son en Cristo o, con otras palabras, son mediaciones en la mediación de Cristo,

Pero afirmar que una de esas mediaciones participadas —la de María— es mediación incluso en la donación efectiva de la gracia, supone afirmar, como su raíz, que María participa de algún modo en la capitalidad de Cristo respecto de la gracia. Esto nos remite directamente a la plenitud de gracia de la Virgen Santísima.