Página inicio

-

Agenda

31 octubre 2024

La Eucaristía

San Alfonso María de Ligorio

Visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima.

VISITA XXII
.

Andaba la esposa de los Cantares buscando a su amado, y no hallándole preguntaba solícita a todos los que encontraba: ¿Por ventura visteis al que ama mi alma? (Cant 3, 3). Entonces no estaba Jesús en la tierra, mas ahora si un alma amante busca solícita a Jesús, siempre le halla en el Santísimo Sacramento. Decía el venerable Padre Maestro Ávila, que entre todos los santuarios ninguno hallaba más amable que una iglesia donde está el Santísimo Sacramento.

¡Oh amor infinito de mi Dios, digno de infinito amor! ¿Cómo llegasteis a abatiros tanto, que para morar con los hombres y para uniros a sus corazones os habéis humillado hasta esconderos debajo de las especies de pan? ¡Oh verbo encarnado! Vos fuisteis excesivo en humillaros porque sois extremado en amarnos. ¿Cómo podré yo dejar de amaros con todo el corazón y con toda el alma sabiendo los excesos que habéis hecho para cautivar mi amor? Os amo con todas mis fuerzas, y por esto antepongo vuestro agrado a todos mis intereses y a toda mi satisfacción; mi gusto es daros gusto, mi Jesús, mi Dios, mi amor y todo mi bien. Encended, mi Señor, un deseo grande de estar continuamente delante de Vos sacramentado, de recibiros muchas veces y haceros compañía. Vos, Señor, desde ese sagrario me estáis convidando y sería un ingrato abominable si no aceptase un convite tan dulce y suave. ¡Ay Jesús mío! Destruid en mí todo el afecto a las cosas creadas, pues sólo Vos, mi Creador, debéis ser el objeto de todos mis suspiros, de todo mi amor; os amo, bondad amabilísima de mi Dios; fuera de Vos nada quiero. De hoy en adelante despreciaré todos mis gustos y satisfacciones, porque sólo quiero hacer en todo vuestra santísima voluntad. Aceptad, oh Jesús mío, este buen deseo de un pecador que quiere amar; ayudadme con vuestra gracia; haced. Señor, que habiendo sido tanto tiempo por mi desgracia esclavo del infierno, sea, de hoy, en adelante, un siervo fiel de vuestro amor.

La comunión espiritual, etcétera.

A María Santísima

¡Oh Madre de Dios! Vuestra bondad nunca despreció a ningún pecador que recurriese a Vos, arrepentido. Mas ¿qué? ¿Acaso se engañará la Santa Iglesia cuando os llama su abogada y el refugio de los pecadores? ¡Ah! No suceda jamás que mis pecados pongan embarazo a vuestra piedad, en la cual tenéis constituido un asilo segurísimo para los miserables. No suceda jamás que la Madre de Dios, de la cual nació para beneficio de todo el mundo la fuente de la misericordia, niegue su piedad a un pecador que recurre a Ella. Vuestro oficio es ser medianera entre Dios y los hombres, muévaos, pues, a socorrerme vuestra gran piedad, que no puede ser vencida de todos mis pecados, cuando estoy de ellos arrepentido.

VISITA XXIII

Muchos cristianos, exponiéndose a grandes peligros y padeciendo muchas fatigas, emprenden largas jomadas sólo con el fin de visitar los lugares de la Tierra Santa en que nuestro Salvador nació, padeció y murió. ¡Ah, y cómo estos santos excesos acusan nuestros descuidos y nuestra ingratitud! Pues dejamos muchas veces de visitar al mismo Señor que habita en las iglesias pocos pasos distante de nuestras cosas. Los peregrinos, dice San Paulino, estiman mucho traer de aquellos santos lugares un poco de tierra del pesebre o del sepulcro donde fue sepultado el buen Jesús. Pues, ¿con qué ardor y con qué deseo debemos nosotros ir a visitar al Santísimo Sacramento, donde está el mismo Jesús en persona, sin ser preciso para hallarle pasar por tantas fatigas y peligros? Una persona religiosa a quien Dios dio grande amor al Santísimo Sacramento, escribe en una carta suya, entre otros: estos sentimientos: «Yo tengo visto —dice—que todo mi bien me viene del Santísimo Sacramento, yo me he dado y consagrado todo a Jesús Sacramentado. Veo un número innumerable de gracias que no se dan porque no se van a buscar en este divino Sacramento. Conozco el gran deseo que tiene nuestro Señor de distribuir sus gracias en el Sacramento. ¡Oh santo misterio! ¡Oh sagrada hostia! ¿Qué cosa hay fuera de esta hostia en que Dios haga conocer más su poder? Porque en esta hostia está todo cuanto Dios obró por nosotros. No envidiemos a los bienaventurados, porque tenemos en la tierra el mismo Señor con tantas maravillas de su amor. Haced que aquellos a quienes hablareis se dediquen todos al Santísimo Sacramento. Yo hablo así, porque este Sacramento me hace salir fuera de mí; ni puedo dejar de hablar del Santísimo Sacramento que tanto merece ser amado. Yo no sé qué hacer por amor de mi Jesús Sacramentado.» Así acaba la carta.

¡Oh serafines! Vosotros estáis dulcemente ardiendo de amor alrededor de nuestro Señor; y con todo, no por vosotros, sino por mí, este Rey del cielo se quiso quedar en ese Sacramento. Dejadme, pues, oh ángeles amantes, abrasar de amor, o bien inflamadme vosotros en este fuego sagrado en que ardéis, para que ardamos juntamente. ¡ Oh Jesús mío! Hacedme reconocer la grandeza del amor que tenéis a los hombres, para que a vista de tanto amor se aumente cada vez más en mí el deseo de amaros. Os amo. Señor amabilísimo, y sólo por agradaros quiero siempre amaros.

La comunión espiritual, etc.

A María Santísima

Acordaos, oh piadosísima María, que nunca se ha oído en el mundo que alguno recurriese a vuestra protección y fuese de Vos despreciado. ¡Oh María! Rogad por todos y rogad también por mí, pues siendo mayor pecador que los otros tengo mayor necesidad de vuestra intercesión.