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30 octubre 2024

Simón Pardo. San José, un hombre corriente

SU ESPOSA, MARÍA (3 de 7)

También la Virgen y san José sentirían la contrariedad pero, pasada la primera impresión de desconcierto, pronto se dieron cuenta de que Dios se servía de aquel edicto para dar cumplimento a la profecía de Miqueas según la cual, el Mesías de Dios debería nacer en la ciudad de Belén y no en Nazaret, donde entonces residían.

El viaje no duraría menos de tres o cuatro días y lo harían confundidos con alguna de las caravanas frecuentes que descendían del norte del país hasta la ciudad de Jerusalén, en cuyas cercanías se encontraba Belén.

No sabemos si el nacimiento de Jesús tuvo lugar el mismo día de su llegada o, como parece más natural, llevarían algunos días ya en Belén cuando tuvo lugar el acontecimiento. El Evangelio solo nos dice que, no habiendo encontrado sitio en el mesón, se acomodaron en una cueva de animales y que allí vino al mundo el Salvador de la humanidad, teniendo que colocarlo en un pesebre.

El nacimiento de Jesús no fue tan solo un acontecimiento histórico, sino fundamentalmente un misterio de salvación. Es la aparición de la gracia, de la benignidad de Dios en medio de los hombres, la aparición visible del Amor, la instauración del reino de Dios en el mundo.

San José y la Virgen fueron muy felices con el Niño en Belén. Los pastores fueron los primeros en acercarse a la cueva para adorar al Niño y felicitar a los padres por el feliz alumbramiento.

Parece que, desde el principio, tenían intención de permanecer en Belén al menos por algún tiempo. Pasada la aglomeración de gente ocasionada por lo del censo, debieron de alquilar alguna casa a donde trasladaron su residencia.

No sabemos si la circuncisión, que tendría lugar a los ocho días, se realizaría ya en la nueva residencia o estarían todavía en la pequeña cueva del nacimiento. Pero, tuviese lugar en uno o en el otro sitio, sí podemos estar seguros de que la Virgen se sentiría feliz con su niño en brazos y que san José participaría de esta felicidad.

A los cuarenta días como establecía la ley, se llegaron hasta Jerusalén para presentar al Niño en el Templo, pues al ser el primogénito era propiedad de Dios, y someterse la Virgen al rito de la purificación.

El encuentro con el anciano Simeón y con la profetisa Ana debió de llenarlos de gozo al comprobar que Dios no solo había manifestado el nacimiento a los pastores, sino que también estos dos piadosos ancianos habían tenido conocimiento por medios nada naturales de la misión de aquel Niño que llevaban en brazos.

No sabemos cuánto tiempo residieron en Belén. Los comentaristas suelen calcular alrededor de dos años y tal vez unos meses. San José, artesano experto y mañoso, no tendría dificultad en encontrar trabajo. Tal vez alguno de sus antepasados había ya ejercido en el pueblo el mismo oficio y no es difícil admitir que existiese un taller propiedad de la municipalidad y que esta lo pusiese a disposición del joven artesano llegado para el empadronamiento y que había decidido quedarse en la aldea.

Debieron de ser unos años muy felices para la familia de san José y la Virgen. Pronto harían amistades y conectarían con parientes más o menos lejanos, posiblemente, hasta entonces desconocidos. El Niño pasaría de bebé a infante y todos gozarían con sus gracias y simpatía.

A los dos años, más o menos, apareció el cortejo de los Magos y tras la alegría, aumentada por la sorpresa y los valiosos regalos, vino la urgencia de partir hacia Egipto para salvar al Niño de las garras de Herodes.

Solo unos meses pasaron en Egipto y a la vuelta decidieron establecerse de nuevo en Nazaret, de donde habían partido tres años antes.