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Agenda

3 octubre 2024

La Eucaristía

San Alfonso María de Ligorio

Visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima.

VISITA XX
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Tiempo vendrá en que ha de haber una fuente patente en la casa de David, y para los moradores de Jerusalén, en la cual se lave el pecador (Zach 13, 1). Jesús en el Sacramento es esta fuente abierta a todos, donde siempre que quisiéramos podemos lavar nuestras almas de todas las manchas de los pecados que cada día cometemos. Cuando cualquiera de nosotros cae en algún defecto, ¡ah!, ¡y qué bello remedio es recurrir luego al Santísimo Sacramento! Sí, Jesús mío, así propongo hacerlo siempre y mucho más sabiendo que las aguas de esta fuente no sólo me lavan, sino que también me dan luz, y me dan fuerzas para no caer, y para sufrir alegremente las contradicciones de mi genio y de mi propia voluntad, y me inflaman y excitan a amaros. Sé que a este fin Vos esperáis que yo os visite, y que recompensáis las visitas de vuestros amantes con sobreabundantes gracias. ¡Ay Jesús mío! Compadeceos de este grande pecador, lavadme de todos los defectos que he cometido en el día de hoy, me pesa entrañablemente de haberos con ellos disgustado; dadme fuerzas para no volver a caer y excitad en mi alma un vivo deseo de amaros muy mucho. ¡Oh quién pudiera estar siempre vecino a Vos! Como lo hacía aquella fidelísima sierva vuestra, María Díaz, que vivió en tiempo de Santa Teresa y alcanzó licencia del obispo de Ávila para habitar siempre en la tribuna de una iglesia, donde continuamente asistía delante del Santísimo Sacramento, a quien llamaba su vecino, y no se retiraba de allí sino para ir a confesarse y comulgar. El venerable fray Francisco del Niño Jesús, carmelita descalzo, pasando por las iglesias donde estaba el Santísimo Sacramento, no podía dejar de entrar a visitarle diciendo que era incivilidad pasar un amigo por la puerta de su amigo y no entrar en su casa al menos para saludarle y decirle una palabra; mas él no se contentaba con eso, sino que se estaba, siempre que le era permitido, en la presencia de su amado Señor Sacramentado.

¡ Ah mi único e infinito bien! No ignoro que instituisteis ese divino Sacramento y que estáis en ese altar para que os ame; a este fin me habéis dado un corazón capaz de amaros. Mas yo ingrato, ¿por qué no os amo? o ¿por qué os amo tan poco? No, no es justo que sea tibiamente amada una bondad tan amable. Siendo Vos un Dios infinito y yo un miserable gusanillo de la tierra, poco sería morir ahora por Vos, que moristeis por mí, que os quedasteis en ese Sacramento por mí, y que todos los días os sacrificáis sobre nuestros altares por amor de mí. Vos merecéis ser muy mucho amado, y yo os quiero amar mucho también. Ayudadme, mi Jesús, a cumplir este buen deseo; ayudadme a amaros y a ejecutar todo lo que sea de vuestro agrado y que Vos queréis que yo haga.

La comunión espiritual, etcétera.

A María Santísima

¡Oh dulcísima Virgen! Vos hallasteis gracia delante de Dios, porque fuisteis preservada de la mancha original, llena del Espíritu Santo, y por obra del mismo Espíritu Santo concebisteis al mismo Hijo de Dios. Vos recibisteis todas estas gracias, no sólo para Vos, sino también para nosotros, a fin de ampararnos en todas nuestras aflicciones. Verdad es. Señora, que así lo hacéis, vos socorréis a los buenos conservándolos en la gracia, y a los malos reduciéndolos a pedir y recibir la divina misericordia. Vos ayudáis a los moribundos protegiéndolos en aquel triste lance contra los engaños del demonio, y los ayudáis aun después de la muerte recibiendo sus almas y conduciéndolas a la bienaventuranza. ¡Oh piadosísima María! Bienaventurado el que os sirve y el que en Vos confía.

VISITA XXI

En el principio del mundo creó Dios en medio del paraíso terrenal un caudaloso río, o fuente de agua pura y cristalina, para regar las plantas y yerbas de aquel huerto (Gen 2, 10). Así también en el paraíso de la Iglesia católica, dice San Juan Crisóstomo, ha puesto la fuente del divinísimo Sacramento para regar y fertilizar nuestras almas, a fin de que produjesen flores de virtudes y frutos de santidad (Horn. 45). Por esta razón los santos, en este valle de lágrimas, corrieron siempre como ciervos sedientos a esta fuente del Divino Sacramento, donde hallaron toda suavidad, consolación y dulzura. El padre Baltasar Álvarez, en cualquier ocupación en que se hallase, no podía dejar de levantar los ojos y mirar por aquella parte donde sabía que estaba el Santísimo Sacramento; visitábale muchas veces y empleaba algunas noches enteras en estas visitas. Lloraba de ver los palacios de los grandes llenos de gente a obsequiar a un hombre, del cual apenas esperan un miserable bien, un bien terreno y caduco, que en breves días se acaba, al mismo tiempo que los iglesias donde habita el Rey de los reyes, que está con nosotros en la tierra en un trono de amor, rico de bienes inmensos y eternos, se hallaban casi despobladas y desiertas; y decía que era muy grande la dicha de los religiosos, los cuales sin salir fuera de sus conventos, a cualquier hora que quisiesen, de día y de noche, podían visitar a este gran Señor en el Santísimo Sacramento.

¡Ah mi amantísimo Señor! Ya que con tanta bondad me llamáis, aun cuando me veis tan indigno y tan ingrato a vuestro amor, no quiero desanimarme ahora con la consideración de mi flaqueza y de la multitud de los pecados que he cometido, sabiendo que Vos podéis convertir cualquier pecador. Convertidme, pues, a mí que soy el mayor; arrancad de mí cualquier amor que no sea dirigido a vuestro honor, cualquier deseo que no sea de vuestro agrado y cualquier pensamiento que no sea de vuestro mayor servicio. Mi Jesús, mi amor, mi tesoro, todo mío, sólo a Vos quiero contentar; sólo Vos merecéis mi amor y a Vos sólo quiero amar con todo mi corazón. Separadme de todo lo que no sois Vos y uníos conmigo, pero de suerte que jamás me separe de Vos ni en esta ni en la otra vida.

La comunión espiritual, etcétera.

A María Santísima

A Vos recurro. Madre de Dios, a quien toda la Iglesia llama Madre de misericordia. ¿Por ventura podéis negar a los pecadores vuestra intercesión, la cual siempre es agradable a Dios y nunca sufre de El la menor repulsa? No se hable más, dice San Bernardo de vuestra misericordia, oh Virgen sagrada, si se halla alguno que habiéndoos invocado en sus necesidades y aflicciones no haya sido oído ni favorecido. No me negaréis, pues, a mí, que os invoco con viva confianza, vuestra piedad; sí, confío que rogaréis por mí con más eficacia que yo mismo y que me alcanzaréis mayores bienes de los que me atreví a pediros. ¡Oh Madre de misericordia! Aquella gran bondad que todos en Vos experimentan ¿podrá negarme su asistencia en el peligro en que me veo de ser condenado? ¡Oh dulce María! Yo soy todo vuestro, ayudadme a salvar mi pobre alma.