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29 octubre 2024

Ignacio Domínguez. El Salmo 2. Ed. Palabra, Madrid, 1977

Vente al Padre

El Hijo en el seno del Padre;

el Hijo de Dios encarnado;

el Hijo sentado a la derecha de Dios.

Tres momentos en el hoy de la Segunda Perso­na divina: la eternidad del Verbo, su encarnación, su glorificación.

Con el comentario a unas palabras de san Juan, vamos a cerrar esta meditación fundamental:

A Patre exivi: Salí del Padre;

et veni in mundum; y vine al mundo;

iterum relinquo mundum et vado ad Patrem: de nuevo dejo el mundo y vuelvo al Padre.

A Patre: Este es el principio del que parte o la procedencia:

El Hijo procede del Padre por vía de genera­ción intelectual;

Todo lo que es el Hijo lo es por el Padre, de quien lo recibe todo.

In mundum: El Hijo se hizo carne y habitó en­tre nosotros:

Nació de la Virgen María en Belén de Judá.

Trabajó la madera durante muchos años; re­corrió después todos los caminos de Palesti­na, predicando sin descanso la Buena No­ticia de que era portador; pasó hambre y sed, cayó rendido de pura fatiga, jugó con los ni­ños y encandiló con su palabras a los mayo­res;

murió en la Cruz.

Una carta apócrifa, atribuida a Léntulo, lo des­cribe así:

«Es un hombre de gran poder y majestad. Se llama Jesús.

Resucita a los muertos y sana a los enfermos.

Llámase a sí mismo profeta de la Verdad, y tie­ne discípulos que le llaman Hijo de Dios.

En efecto, es un hombre de prestancia admira­ble; su figura despierta gran respeto e inspira amor y estima a cuantos se le acercan sin prejui­cios.

Sus cabellos tienen el color de las avellanas ma­duras; le bajan compactos hasta las orejas y lue­go ondean libremente por la espalda; en medio de la frente se dividen con una raya, al estilo naza­reno.

Su rostro no tiene mancha ni arruga alguna, y es de color tostado; la nariz y la boca son también sin defecto; los ojos parecen, a veces, azules como el cielo, otras gris verde; y su mirada, penetrante, a todos conquista.

Su estatura es elevada y erguida, las manos y los pies bien proporcionados.

Predicando, inspira temor mezclado de admira­ción; cuando amonesta es suave y bueno. Nadie recuerda haberlo visto reír a carcajadas; muchos le han visto llorar.

Es, en verdad, el más hermoso entre los hijos de los hombres».

«Ad Patrem»

San Ignacio de Antioquía sentía en su pecho el rumor de muchas aguas, en las que venía, em­papado, rezumando amor, un grito divino: Ignacio, veni ad Patrem: ven hacia el Padre.

Cristo abrió el camino del cielo. Por él han ca­minado los santos.

Y así hasta la consumación final: entonces Cris­to entregará el reino a su Padre, y Dios será to­do en todos, por toda la eternidad.

Alma Redemptoris Mater, —Virgen, limpia Ma­dre del Redentor—,

succurre cadenti surgere qui curat populo, —¡Ven en nuestra ayuda!

Tu, quae genuisti tuum sanctum Genitorem, —Tú que engendraste a su Señor—,

peccatorum miserere —¡Ven en nuestra ayuda! Ven en nuestra ayuda. Virgen María, a fin de que «no me falte la fe, ni la valentía, ni la audacia, para cumplir la voluntad de nuestro Jesús» (Camino, 497).