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28 octubre 2024

El Purgatorio. Una revelación particular. Anónimo.

Almas que tienden las manos

La Santa Misa es fuente de todas las gracias, y du­rante todo el día sentí en mi interior una especie de luz muy dulce que abría los ojos de mi alma a las realida­des invisibles del mundo sobrenatural. Por donde fuera veía multitudes de almas del Purgatorio: venían en si­lencio y la mayoría se cubrían con una especie de bruma cenicienta, tendiendo las manos, como si men­digaran otras oraciones. ¡Qué emocionante simbo­lismo! Ofrecí por ellas todo cuanto había hecho du­rante el día.

En el Vía Crucis dedicado especialmente a las al­mas del Purgatorio, ellas estaban detrás de mí, y veía como un haz de gotitas de rocío luminoso que brota­ban de mi plegaria y caían sobre ellas como una re­frescante lluvia ligera. Invoqué al Señor, y le pedí que renovase sobre estas almas la abundante y vivifi­cante efusión de su preciosísima Sangre; varias veces vi como una doble marea de sangre que brotaba de las llagas y del Corazón ardiente de Jesús crucifi­cado, o más bien que toda su Sangre se reunía en un solo río, para derramarse en dos olas ardientes; la pri­mera regaba en la tierra a la Iglesia militante, y la otra reposaba como una nube sobre el Purgatorio. Cuando presenté al Padre esta Sangre redentora, un diluvio de luz caía sobre las benditas ánimas del Pur­gatorio, que lo recibían como una lluvia bienhechora, como personas sedientas y perdidas en el desierto, que de pronto recibiesen una copiosa lluvia de agua clara y fresca.

Al final de la tarde, entré en una iglesia, tomé agua bendita y la derramé sobre las losas, siguiendo la cos­tumbre de otros países, y le dije al Señor: «Dios mío, un poco de agua bendita para las almas que sufren»; y allí todavía volvió a brotar la luz, que mitigaba la sed de una multitud de almas del Purgatorio. Todo esto pa­saba en silencio, dentro de una gran paz. Comprendí que todo cuanto hacemos en un día, ofreciéndolo, puede servirles como sufragio: oraciones, también obras buenas, actos de piedad y de devoción, jaculato­rias hacia el Señor, la Santísima Virgen y los santos, actos de humildad, todos los sufrimientos, las peque­ñas mortificaciones voluntarias, la resignación ante la enfermedad y la muerte, en resumen, todo lo que po­demos hacer. Y cuando pedimos por una intención particular, podemos asociar a ella a las benditas almas del Purgatorio. Esto no resta eficacia a la intención particular, que, por el contrario, se ve así enriquecida. Las almas del Purgatorio no acaparan nada, sino que enriquecen nuestras oraciones. La oración tiene enton­ces una gran dimensión de Iglesia desde la tierra hacia el Cielo. Al dar gracias al Señor por hacerme com­prender esto, contemplaba estas cosas que me daban una gran luz, que era portadora de paz.

Duración e intensidad del Purgatorio

Al término de la oración vi que, dentro de una gran luz, apareció un alma que varias veces había venido a pedirme oraciones. Radiante me tendió las manos di­ciendo:

Hijo mío, gracias por tus oraciones,
por las Santas Misas ofrecidas por mi intención,
y sobre todo por las visitas a los enfermos;
has adquirido muchos méritos
y esto ha sido para mi un gran socorro.
¡Ahora me voy al Cielo!


Mi alma quedó encantada por esta visión y por sus palabras consoladoras. Se lo dije a esta persona, que siguió hablando:

Estuve trece años en el Purgatorio, trece años ardiendo de deseo de Dios en esta luz purificadora de la antesala del Paraíso. Y ahora, ¡voy hacia mi Salvador!

Le contesté a aquella alma que era mucho el tiempo que estuvo allí y que nosotros no nos lo imaginába­mos; ni siquiera nos hacemos una idea. El alma res­pondió sonriendo:

Oh no, esto no es ni poco, ni mucho. Es lo justo;
no lo podéis entender bien,
pero aquí en el Purgatorio el tiempo
y la intensidad de las penas forman un todo.
Nuestro mayor sufrimiento
es la nostalgia de Dios.
Cuanto más se espera a alguien a quien amamos, más lentamente pasa el tiempo y más grande es nuestro sufrimiento en esta espera.
¡Esto es un poco el Purgatorio!


Conforme hablaba, vi una gran claridad radiante abrirse sobre ella. Ángeles vestidos de blanco y coro­nados de rosas rojas aparecieron precediendo a la San­tísima Virgen, a San Francisco de Asís (cuyas llagas eran como soles ardientes), y a las dos santas amigas de esta alma: Teresa de Ávila y Teresa de Lisieux. El alma suspira y un impulso poderoso la lleva hacia la Virgen María, que le abre los brazos. La veo arrodi­llada a los pies de Nuestra Madre Inmaculada, se vuelve hacia mí y me habla otra vez:

Voy a decirte lo que es el Purgatorio:
es la configuración del alma
a su verdadera dimensión de eternidad,
dimensión plena en Jesús,
crucificado y glorificado,
dimensión medida por el amor
e inaugurada en el bautismo.
Esta configuración se acaba en el Purgatorio,
en una larga y dolorosa purificación.
Da gracias a cuantos han rogado por mí.
No os olvidaré en el Cielo
.

Y todo desapareció a mi vista interior; quedé en el júbilo de la acción de gracias.