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Almas que tienden las manos
La Santa Misa es fuente de todas las gracias, y durante todo el día sentí en mi interior una especie de luz muy dulce que abría los ojos de mi alma a las realidades invisibles del mundo sobrenatural. Por donde fuera veía multitudes de almas del Purgatorio: venían en silencio y la mayoría se cubrían con una especie de bruma cenicienta, tendiendo las manos, como si mendigaran otras oraciones. ¡Qué emocionante simbolismo! Ofrecí por ellas todo cuanto había hecho durante el día.
En el Vía Crucis dedicado especialmente a las almas del Purgatorio, ellas estaban detrás de mí, y veía como un haz de gotitas de rocío luminoso que brotaban de mi plegaria y caían sobre ellas como una refrescante lluvia ligera. Invoqué al Señor, y le pedí que renovase sobre estas almas la abundante y vivificante efusión de su preciosísima Sangre; varias veces vi como una doble marea de sangre que brotaba de las llagas y del Corazón ardiente de Jesús crucificado, o más bien que toda su Sangre se reunía en un solo río, para derramarse en dos olas ardientes; la primera regaba en la tierra a la Iglesia militante, y la otra reposaba como una nube sobre el Purgatorio. Cuando presenté al Padre esta Sangre redentora, un diluvio de luz caía sobre las benditas ánimas del Purgatorio, que lo recibían como una lluvia bienhechora, como personas sedientas y perdidas en el desierto, que de pronto recibiesen una copiosa lluvia de agua clara y fresca.
Al final de la tarde, entré en una iglesia, tomé agua bendita y la derramé sobre las losas, siguiendo la costumbre de otros países, y le dije al Señor: «Dios mío, un poco de agua bendita para las almas que sufren»; y allí todavía volvió a brotar la luz, que mitigaba la sed de una multitud de almas del Purgatorio. Todo esto pasaba en silencio, dentro de una gran paz. Comprendí que todo cuanto hacemos en un día, ofreciéndolo, puede servirles como sufragio: oraciones, también obras buenas, actos de piedad y de devoción, jaculatorias hacia el Señor, la Santísima Virgen y los santos, actos de humildad, todos los sufrimientos, las pequeñas mortificaciones voluntarias, la resignación ante la enfermedad y la muerte, en resumen, todo lo que podemos hacer. Y cuando pedimos por una intención particular, podemos asociar a ella a las benditas almas del Purgatorio. Esto no resta eficacia a la intención particular, que, por el contrario, se ve así enriquecida. Las almas del Purgatorio no acaparan nada, sino que enriquecen nuestras oraciones. La oración tiene entonces una gran dimensión de Iglesia desde la tierra hacia el Cielo. Al dar gracias al Señor por hacerme comprender esto, contemplaba estas cosas que me daban una gran luz, que era portadora de paz.
Duración e intensidad del Purgatorio
Al término de la oración vi que, dentro de una gran luz, apareció un alma que varias veces había venido a pedirme oraciones. Radiante me tendió las manos diciendo:
Hijo mío, gracias por tus oraciones,
por las Santas Misas ofrecidas por mi intención,
y sobre todo por las visitas a los enfermos;
has adquirido muchos méritos
y esto ha sido para mi un gran socorro.
¡Ahora me voy al Cielo!
Mi alma quedó encantada por esta visión y por sus palabras consoladoras. Se lo dije a esta persona, que siguió hablando:
Estuve trece años en el Purgatorio, trece años ardiendo de deseo de Dios en esta luz purificadora de la antesala del Paraíso. Y ahora, ¡voy hacia mi Salvador!
Le contesté a aquella alma que era mucho el tiempo que estuvo allí y que nosotros no nos lo imaginábamos; ni siquiera nos hacemos una idea. El alma respondió sonriendo:
Oh no, esto no es ni poco, ni mucho. Es lo justo;
no lo podéis entender bien,
pero aquí en el Purgatorio el tiempo
y la intensidad de las penas forman un todo.
Nuestro mayor sufrimiento
es la nostalgia de Dios.
Cuanto más se espera a alguien a quien amamos, más lentamente pasa el tiempo y más grande es nuestro sufrimiento en esta espera.
¡Esto es un poco el Purgatorio!
Conforme hablaba, vi una gran claridad radiante abrirse sobre ella. Ángeles vestidos de blanco y coronados de rosas rojas aparecieron precediendo a la Santísima Virgen, a San Francisco de Asís (cuyas llagas eran como soles ardientes), y a las dos santas amigas de esta alma: Teresa de Ávila y Teresa de Lisieux. El alma suspira y un impulso poderoso la lleva hacia la Virgen María, que le abre los brazos. La veo arrodillada a los pies de Nuestra Madre Inmaculada, se vuelve hacia mí y me habla otra vez:
Voy a decirte lo que es el Purgatorio:
es la configuración del alma
a su verdadera dimensión de eternidad,
dimensión plena en Jesús,
crucificado y glorificado,
dimensión medida por el amor
e inaugurada en el bautismo.
Esta configuración se acaba en el Purgatorio,
en una larga y dolorosa purificación.
Da gracias a cuantos han rogado por mí.
No os olvidaré en el Cielo.
Y todo desapareció a mi vista interior; quedé en el júbilo de la acción de gracias.