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26 octubre 2024

Santa Ana Catalina Emmerick. La vida oculta de la Virgen María.

Sigue JOSÉ BUSCA ALOJAMIENTO EN BELÉN

Al principio María estaba de pie, apoyada en el árbol; su amplio vestido de lana blanca no tenía ceñidor y la colgaba suelto en amplios pliegues. Cubría su cabeza con un velo blanco. Mucha gente pasaba por delante, la miraba y no sabía que el Salvador estaba muy cerca.

La Santísima Virgen era muy paciente, muy humilde y estaba muy llena de esperanza pero ¡ay! tuvo que esperar mucho tiempo, y se sentó en la manta con las piernas cruzadas. Así sentada, tenía la cabeza gacha y las manos sobre el pecho.

José volvió afligido a su lado: no había encontrado alojamiento. Los amigos de los que había hablado a la Santísima Virgen, casi no querían ni reconocerle. José lloraba y María lo consoló. Volvió a buscar de casa en casa pero en todas partes aún lo rechazaban más cuando alegaba el próximo parto de su mujer como motivo principal de sus ruegos. El paraje era solitario pero al final se quedaron allí unos transeúntes que la miraban desde lejos con curiosidad, tal como suele hacerse cuando se ve a alguien parado mucho rato en la oscuridad. Me parece que algunos incluso les hablaron y les preguntaron quiénes eran.

Finalmente regresó José, tan afligido que venía temblando. Dijo que todo había sido en vano, pero que él sabía un sitio cerca de la ciudad donde podrían quedarse, que era de unos pastores que muchas veces solían instalarse allí cuando traían ganado a la ciudad; en cualquier caso allí encontrarían techo. Él lo conocía desde su juventud, pues cuando sus hermanos le atormentaban se retiraba a rezar allí a esconderse de ellos. Si acaso vinieran los pastores se arreglaría fácilmente con ellos, pero no iban mucho por allí en esta época del año. En cuanto la Santísima Virgen descansara, quería ir a dar un vistazo.

Entonces salieron de Belén por su parte oriental, por un sendero solitario que doblaba a la izquierda. El camino era como cuando se va a lo largo de las murallas en ruinas, tapias y fosos de una ciudad pequeña. Al principio el camino subía un poco; luego bajaron una colina y llegaron a una loma o muralla antigua a unos minutos a oriente de Belén. La loma tenía delante un sitio agradable con distintos árboles, coníferas, cedros o terebintos, y otros árboles no tenían hojas, como entre nosotros el boj. El paraje era de esos que hay al final de las murallas en ruinas de una pequeña ciudad.

[A fin de no estar interrumpiendo la narración más adelante, se describirán ahora en la medida de lo posible el entorno de esta colina y la disposición interior de la Cueva del Pesebre según los datos que Ana Catalina dio en varias ocasiones:]

DESCRIPCIÓN DE LA CUEVA DEL PESEBRE Y DE SU ENTORNO

El abrigo donde José buscó albergue a la Santísima Virgen se encontraba junto a otras simas y cuevas en el extremo meridional de aquella colina en torno a la cual tuerce el camino del Valle de los Pastores.

Entrando desde el lado de Poniente, la puerta de la cueva llevaba por un estrecho pasadizo a un ensanchamiento medio redondo, medio triangular, que está a Oriente dentro de la colina. La cueva era de roca natural, y solo tiene un rústico muro que la completa un poco por su parte meridional, por donde pasa junto a ella el camino al Valle de los Pastores.

Por este lado de Mediodía había otra entrada a la cueva que normalmente estaba cerrada, pero que José volvió a poner en uso. Saliendo por esta puerta y volviéndose a la izquierda se encontraba la ancha entrada a una bóveda estrecha e incómoda que se internaba bajo la Cueva del Pesebre.

Desde la entrada normal de la cueva, que es la que mira a Poniente, solo podían verse algunos tejados y torres de Belén. Si uno tuerce a la derecha saliendo por esta puerta, se llega a la entrada de una cueva oscura que está más abajo, donde una vez estuvo escondida la Santísima Virgen.

Delante de la entrada oriental [sic; debe ser errata por «occidental»] había un porche ligero de cañizo sostenido por postes que se extendía junto a la parte meridional de la cueva y por encima de la entrada que hay allí, para poder estar a la sombra delante de la cueva. En su lado meridional, la cueva tiene tres lumbreras y respiraderos, revestidos de muro y enrejados, y en el techo de roca que, cubierto de césped, forma el final de la loma en la que está situada Belén, había otra abertura parecida.

Según las reiteradas descripciones de la narradora, el interior de la cueva tenía aproximadamente la siguiente disposición: Entrando por su parte occidental por una puerta ligera de zarzo, se llegaba a un pasadizo de regular anchura que terminaba en una bóveda irregular medio redonda, medio esquinada, que se ensanchaba especialmente por su parte Sur, de modo que el plano de conjunto de la cueva podía compararse a una cabeza que descansara sobre su cuello.

Si se entraba por el cuello de la cueva, que no era tan alto, la gruta era más alta y estaba abovedada en forma de caverna por la Naturaleza y se podía estar de pie; el suelo iba bajando gradualmente en escalones. Todo alrededor de las paredes, el suelo estaba más alto y circundado por un banco bajo de piedra de anchura variable.

Allí donde las paredes de la cueva eran naturales, eran agradables y limpias aunque no fueran lisas y para mí tenían algo acogedor que me gustaba más que los rústicos y bastos añadidos de mampostería, como por ejemplo la parte superior de la pared meridional de la entrada, donde habían hecho tres respiraderos o lumbreras y, si mal no recuerdo, donde también he visto tres agujeros inclinados a media altura de la bóveda que venían desde el costado meridional al oriental.

En el lado norte del pasadizo se abría la entrada a una cuevecita lateral y pasando junto a ella estaba el sitio donde José encendió la lumbre. Luego esta pared torcía al noreste en la cueva más alta y ancha, y aquí estaba el sitio donde después estuvo la acémila de José, encima de la parte más ancha del banco de piedra que rodeaba por dentro a la cueva.

Detrás de esto, entrando en la roca hacia el norte, todavía había una cueva en un rincón, poco más o menos lo bastante grande para que cupiese el burro, en la que había pienso. Luego la pared de la gruta torcía al sureste y contorneaba el interior ensanchándola hacia el Sur para volver finalmente al norte en la entrada de la cueva.

La Santísima Virgen se encontraba en el extremo oriental de la cueva, justo enfrente de la entrada, cuando la luz del mundo salió de ella.

En el costado occidental del ensanchamiento meridional de la gruta estaba el pesebre donde fue adorado el Niño Jesús; consistía en un abrevadero en el suelo, que era una piedra ahuecada en forma de artesa que servía para abrevar a los animales, y sobre ella un receptáculo cuadrangular y alargado, hecho de palos entrelazados y más ancho por arriba que por abajo, levantado sobre cuatro patas lo bastante altas para que el ganado pudiera comer cómodamente la hierba o heno que hubiese en él o, agachando la cabeza, beber el agua que hubiera en el abrevadero de debajo.

Cuando los Reyes Magos ofrecieron sus dones, la Santísima Virgen se sentó con el Niño Jesús frente al pesebre en el lado oriental de esta parte de la gruta.

Si uno dobla a Poniente desde el sitio del pesebre hacia lo que he llamado cuello de la cueva, primero se pasa junto a la puerta que ya dije antes que José volvió a abrir, y luego se entra en la cámara de San José, que él separó más adelante con algunos mamparos en el lado meridional de este pasadizo. En este lado había un entrante en la pared donde apartó todos los trastos.

El camino al Valle de los Pastores discurría junto al costado meridional de la Cueva del Pesebre. Por allí están diseminadas algunas casitas en las colinas y por los campos también hay cobertizos rodeados con paredes de zarzo y cubierta de cañizo apoyada en cuatro, seis u ocho postes.

A Oriente de la cueva, la colina se hunde en un valle que está cerrado por el norte y que tenía un cuarto de hora de ancho. Aquí en la ladera había árboles, arbustos y huertos, y si uno se internaba por la alta y abundante hierba del prado donde manaba una fuente, atravesaba los árboles plantados en hileras y se alejaba hacia la altura oriental de este valle, se llegaba por este agradabilísimo camino al sureste de la Cueva del Pesebre, a un espolón de la loma, donde estaba la Cueva de Maraha, la nodriza de Abraham, también llamada Cueva de la Leche o de los Lactantes, en la que la Santísima Virgen a veces estuvo con el Niño.

Encima de esta cueva había un árbol grande que tenía asientos adosados, desde el que se podía contemplar Belén mejor que desde la Cueva del Pesebre.

Varias veces he oído los presagios ocurridos en el Viejo Testamento en la Cueva del Pesebre, de los que todavía recuerdo que fue allí donde al cabo de siete años de penitencia Eva engendró y dio a luz a Set, el hijo de la Promesa.

Aquí la dijo un ángel que Dios la había dado esta semilla a cambio de Abel. Aquí, y en la cueva sepulcral de Maraha, estuvo escondido y fue amamantado Set, a quien perseguían sus hermanos como a José los hijos de Jacob.

En las cuevas en que vivían los hombres en los primeros tiempo, muchas veces he visto que hacían hoyos en las rocas para descansar cómodamente ellos y sus hijos encima de hierbas o pieles de animales; así que quizá el hoyo que hay en el banco de piedra que está debajo del pesebre pudo haber sido el lecho de Set o de un habitante posterior, pero en este momento ya no estoy segura.

De mis contemplaciones de los años de enseñanza de Jesús, recuerdo también que el 6 de octubre después de su bautismo, el Señor pasó el sabbat aquí en la Cueva del Pesebre que los pastores ya habían convertido en oratorio, y en aquella ocasión dijo a los pastores que cuando María fue concebida, su Padre Celestial ya había predestinado este lugar.