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22 octubre 2024

Ignacio Domínguez. El Salmo 2. Ed. Palabra, Madrid, 1977

«Filius meus es tu: ego hodie genui te» (I) El Hijo Unigénito de Dios

¡Filius meus es tu: ego hodie genui te! Tú eres Hijo mío: Yo te he engendrado hoy. Estas son las palabras centrales del Salmo 2.

Dios tiene un Hijo.

Dios es Padre.

Así se comprende la risa y el escarnio que hacía de los que se opusieron a Cristo y lo llevaron a la Cruz: Dios es Padre, y tiene puestas infinitas com­placencias en el Hijo de su Amor. A los que se le oponen, a los que le resisten, Dominus loquetur in ira et in furore conturbabit eos: les hablará con ira y furor.

Jesús tiene un Padre.

Jesús es el Hijo Unigénito de Dios.

Así se comprende su celo por predicar en Sión, su monte santo, el precepto más importante de to­dos, el que más urge a todos: Perfecti estote: sed perfectos.

Generación eterna del Verbo

Tal es la primera interpretación de los Padres.

Arrancan de la Carta a los Hebreos: Dios nos habló por su Hijo... esplendor de la gloria del Padre e imagen de su sustancia... tanto más exce­lente que los ángeles cuanto que ha recibido un Nombre más grandioso. En efecto, ¿a qué ángel se le ha dicho nunca: Filius meus es tu, ego hodie genui te? (Heb 1, 1). El nombre infinitamente más gran­dioso es: ¡Filius meus!

También los ángeles son hijos de Dios, pero lo son a título de creaturas. Cristo, no. Cristo es el Hijo eterno del Padre.

Por eso, en estos versos del Salmo 2, «la fe cató­lica más acendrada predica la generación eterna del Poder y de la Sabiduría de Dios, que es el Hi­jo Unigénito» (San Agustín): sempiternam generationem Virtutis et Sapientiae Dei, qui est Unigenitus Fi­lius.

Rufino dice que el «hodie» del Salmo 2, en cuan­to que significa presente (y en la eternidad no hay pasado ni futuro sino sólo presente) «divinitus accipitur», se refiere al orden intradivino, a la generación eterna del Verbo.

También piensa así santo Tomás de Aquino, el cual valora una a una las palabras inspiradas:

Dominus dixit ad me: Con esta locución se indica el modo de la generación, es decir, por vía intelectual. El Hijo es el Verbo, la Pala­bra que, ab aeterno, desde toda la eternidad, pronuncia el Padre.

Filius meus es tu: Aquí se explica lo propio y característico de esta filiación: Filiación na­tural, en contraposición con la de las creatu­ras, a las cuales se les concedió el llegar a ser Hijos de Dios (Jn 1, 12): dedit eis potestatem filios Dei fieri: hijos, por lo tanto, de adopción.

— Ego hodie genui te: Esta expresión implica la eternidad de la generación: quia hodie praesentiam signat —porque el h oy significa presencia— et quod aeternum est semper est —y lo que es eterno siempre es presente.

Generación temporal de Cristo

Hay Padres que aplican estas palabras del Sal­mo 2 a la Encarnación del Verbo. Y la razón que dan es ésta: Hodie, nomen temporis est: Hoy, es adverbio de tiempo, y por lo tanto se refiere a la generación temporal de Cristo, propio de la pre­sente economía de la Salvación.

Y esos mismos Padres suelen poner la cita del salmista en relación con las palabras del ángel a María Santísima: El santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios.

San Juan Damasceno, en una homilía sobre la Navidad, dice textualmente:

«Dios que, sin mutación alguna, ha engendrado a su Hijo, la primera vez, según la naturaleza; sin mutación alguna lo engendra también, según la nueva economía: testigo de ello la palabra del Salmo 2: "Tú eres Hijo mío: yo te he engendrado hoy"».

Hodie —hoy— ha sido edificada la Puerta Orien­tal que es Cristo: pues Él es la Puerta de las ove­jas y su nombre es Oriente;

Hodie —hoy— han soplado brisas nuevas anun­ciadoras de una alegría universal;

Hodie —hoy— se llena de gozo la tierra entera y el mar;

Hoy el mundo se estremece de amor.

Generación gloriosa de Cristo resucitado

La referencia bíblica nos la da el Libro de los Hechos. Dice: Las promesas de Dios, hechas a nuestros antepasados, se han cumplido en la resu­rrección de Jesús, tal como aparece en el salmo se­gundo: Tú eres hijo mío; yo te he engendrado hoy. Y es que le resucitó de entre los muertos para nun­ca más volver a la caducidad (hech 13, 32-34).

La resurrección es, de alguna manera, como un nuevo nacimiento, puesto que «Cristo, al resuci­tar, no volvió a la vida de todos conocida, sino a la vida inmortal conforme a la de Dios» (Santo Tomás). No signi­fica esto que Cristo haya sufrido una transforma­ción sustancial después de su resurrección. El si­gue siendo perfecto Dios y perfecto hombre. Pero antes de la Pascua estaba sujeto a la pasibilidad, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. En este sentido, la resurrección no es un mero volver a la vida, sino a una vida nueva, in­mortal, impasible, conforme a lo que dice san Pablo a los romanos: Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él (Rom 6, 10).

El mismo Jesús, a la vida resucitada la llama «re­generación»: In regeneratione, cum sederit Filius Hominis in sede maiestatis suae, sedebitis et vos (Mt 19, 28): en la regeneración, el Hijo del Hombre se sentará en su trono de majestad.

Por lo tanto, el Hijo,

nacido del Padre antes de todos los siglos co­mo Dios de Dios y Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero,

nació de la Virgen María como hombre,

y, una vez pisoteado el aguijón de la muerte, existe en el cielo de modo nuevo: divinidad plena, humanidad glorificada: tal es la ma­nera de ser, definitiva, por eternidad de eter­nidades, de la Segunda Persona de la San­tísima Trinidad. Y esto ocurrió a partir del Hodie —hoy— de la Resurrección.