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21 octubre 2024

El Purgatorio. Una revelación particular. Anónimo.

Estaba en la cárcel y vinisteis a verme

«He aquí,
que paso la noche rezando
por las almas del Purgatorio,
y el día por la conversión de los pecadores.
La práctica de la oración
por la liberación del Purgatorio es,
después de haber rezado por la conversión
de los pecadores,
la más agradable a Dios.»



El Santo Cura de Ars

No seáis curiosos


Estas son las palabras que me dirigió un alma, al término del gran conocimiento que el Señor le permi­tió ofrecerme sobre el Purgatorio; esta alma expiaba allí faltas graves desde hacía mucho tiempo, y se me manifestó varias veces para que yo rezase e hiciera re­zar a los demás por su liberación. Esto es lo que me dijo:

¡No intentes escrutar nunca
el designio de la Justicia divina!
Muchos hombres se hacen preguntas
sobre el número de los elegidos,
e inciden con ello en el camino del error.
El juicio de Dios nunca es comparable
al de los hombres,
y muchos se verán sorprendidos
en el día del juicio final,
viendo salvadas almas
que una falsa idea de la Justicia divina
hubiera condenado a la perdición, y condenadas a otras a las que algunas veces se tuvo por santas.
¡No seáis curiosos!
Rogad por nosotras, que tanta necesidad tenemos de vuestra caritativa ayuda, de todas las buenas acciones, de vuestros sufragios.
Aprende bien esto y hazte una regla estricta: por la misericordia infinita de Dios hay, ciertamente,
muchas más almas salvadas que condenadas. Pero hay que rezar siempre por los difuntos, por muy brillante que haya sido su reputación de piedad, e incluso de santidad.
De lo único que podemos estar seguros
es de que un alma que ha sido beatificada
está en el Cielo.
Para todas las demás almas,
incluso los llamados «siervos de Dios»,
no hay una regla general.
Muchos están aún en el Purgatorio
dolorosamente,
¡pues nadie se ríe de la Justicia de Dios! Así, mientras el Señor te lo permita, no dejes de rezar por aquellas almas cuyo proceso de beatificación está abierto: varias están con nosotros, y esas oraciones las ayudarán y consolarán. ¡Alabado sea Jesucristo, nuestro dulce Salvador!


El alma desapareció tras esta invocación. Me quedé algo entristecido, pero me repuse pronto, meditando en lo que me había dicho. En todas estas cuestiones, lo realmente importante es rezar con confianza, sin bus­car saber más cosas, o peor aún, imaginarlas.

Durante ese mismo día, se me mostró un gran nú­mero de almas que entraban en la eternidad: en el Pur­gatorio, la mayoría, pero también muchas, desgracia­damente, ¡caían en el abismo de la condenación eterna! No digo nada sobre esto, porque el terrible misterio del infierno pertenece al secreto de Dios. He visto a todas estas almas como una lluvia abundante (eran millones), y entre todas, sólo una entró directa­mente en el Cielo; era la de un niñito resplandeciente que debió morir a los dos o tres años de edad. Su ángel de la guarda le llevaba en brazos, elevándose con él hacia el Paraíso, dejando en el Cielo sombrío una larga estela de luz irisada. Había miles de almas de niños que, a pesar de sus pocos años, debían pasar rozando el Purgatorio. Era rozarlo solamente, pero tenían que pasarlo así... y muchos bebes que iban como angelitos hacia el limbo.

Entre las almas que iban al Purgatorio, he visto a personas de toda edad y condición: niños (de 5 años o poco más), adultos, adolescentes, personas de edad, etc. Vi sacerdotes, religiosos, monjes, políticos, obre­ros, artistas, pobres, ricos, de todo. Era emocionante. Había miembros de mi propia familia. Y también toda clase de personas que conocí en otro tiempo, lo cual me causó a la vez un dolor vivo y un alivio profundo... Los juicios del Señor son insondables y se equivoca uno a menudo queriendo juzgar temerariamente la suerte eterna de personas que se han conocido mucho. Los juicios del Señor no son comparables a los nues­tros. Él juzga en su Sabiduría Infinita, y nosotros se­gún nuestra visión humana, a menudo tan limitada.

También se me mostró que santos oficialmente ca­nonizados han pasado por el Purgatorio, y tuve la ale­gría de conocer a otros que fueron derechos al Cielo. Estos son muchos menos que los que van al Purgato­rio, y se equivocan, verdaderamente, quienes se ima­ginan que la Misericordia de Dios puede ir unida a una especie de paternalismo sensiblero que para todo en­contrase excusas y justificaciones. ¡Oh no, esto no es así! Oración, oración, oración...

¡Oh Señor, ilumina mi alma y guíame en Vuestra Voluntad! ¡Oh María, enséñame a glorificar a la Trinidad Divina!


Personas de toda edad y condición

Tuve la gracia de poder dedicar un tiempo durante la mañana a rezar por las almas del Purgatorio. Estaba terminando el Rosario cuando vi una viva luz. Mi Ángel de la guarda, que se hallaba cerca de mí, tomó agua bendita y me la dio. La derramé sobre aquella ex­traña luz; ésta se abrió y comprendí que era el Purga­torio. Vi un lugar sin límites ni fronteras, solamente la Cruz. Percibí millones de almas hundidas en el dolor del fuego del Amor divino. Era como un brasero donde sólo el río de sangre del Cordero Inmaculado podía atenuar el ardor, llevando consuelo y suavidad a las almas. El Ángel me dijo:

El ofrecimiento de misas por ellas
es lo que más alivia a las almas del Purgatorio.
Por esta razón hay en la Santa Misa
el Memento de Difuntos,
que subraya la unidad
del Cuerpo Místico completo
y os llama a la oración por sus intenciones,
siendo deber del celebrante
y también de los fieles.
Las benditas ánimas del Purgatorio
tienen derecho a vuestra oración,
tanto a la oración litúrgica como a la personal.
Así lo ha establecido el Altísimo
.

Yo estaba frente a esos millones de almas; ¡era un pueblo tan grande! Había personas de toda condición, nación y época. De todas las edades. Vi grandes de este mundo y seres humildes (no por virtud, sino por condición social, pues no hay humildes en el Purgato­rio, según el sentido sobrenatural del término). Había niños y viejos, maridos y esposas, religiosos, religio­sas, adolescentes, reyes, labradores, obreros, pobres y ricos y también obispos, y asimismo papas, funciona­rios, profesores, etc. Esta visión me causó cierto pa­vor, pero también un asombro inaudito; y sobre todo, inflamó en mi miseria el deseo de rezar por estas al­mas. Comprendí que es así como el Señor quisiera que recordase estas visiones, y para este fin: que se rece por estas almas benditas para apresurar su liberación. Después todo se borró.