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16 octubre 2024

Simón Pardo. San José, un hombre corriente

SU ESPOSA, MARÍA (1 de 7)

Dedicar un libro a san José y no hablar de quien fue su compañera, partícipe de sus alegrías y sus preocupaciones, su esposa, su amor, no es posible. Si es verdad que todos participamos del amor maternal de Nuestra Señora, también lo es que el amor de la Virgen hacia san José, su esposo, y hacia Jesús, su Hijo, tiene características singulares: las propias del amor hacia el esposo y hacia el hijo.

Esta es la razón por la que dedicamos este último capítulo a hablar de la Virgen.

San José, sin dejar de ser un hombre corriente, fue grande por haber sido el esposo de María. Si es verdad el dicho de que detrás de cada hombre grande hay una mujer excelente, en el caso de san José, este aforismo alcanza su plenitud.

San José fue el hombre más extraordinario de la historia; el único elegido por Dios para cuidar de su Hijo, hecho hombre, y preservar la virginidad de la Madre, pero tuvo por compañera y esposa a la mujer más maravillosa, más bella y hermosa de cuantas han existido o puedan existir en la tierra.

No tenemos datos ciertos sobre el nacimiento y la infancia de la Virgen. Los que nos han aportado los evangelios apócrifos tienen poca garantía de veracidad.

La tradición señala que los nombres de sus padres eran Joaquín y Ana; dato reseñado por el «proto-evangelio» de Santiago, escrito en Siria a mediados del siglo n. Tampoco sabemos el lugar de su nacimiento. La mayoría de los comentaristas señalan la ciudad de Jerusalén, apoyados en el evangelio mencionado, pero no faltan quienes aseguran que fue en la ciudad de Séforis, situada a pocos kilómetros de Nazaret, capital de la provincia romana hasta que se fundó Tiberiades, y que alcanzó una gran importancia cuando, el año 180 de nuestra era, se estableció en la misma el Sanedrín, fundándose diversas academias hebreas y alguna afamada escuela rabínica.

En el siglo IV se construyó una basílica, destruida por los árabes. Los cruzados la reconstruyeron en honor de los padres de la Virgen: san Joaquín y santa Ana, difundiendo la idea de que en esa ciudad habían vivido en el momento del nacimiento de la Virgen que, por ello, la consideraban natural de Séforis y no de Jerusalén.

Ante el silencio de los evangelios canónicos y de los padres de la Iglesia sobre la vida de la Virgen antes de la Anunciación, nada seguro podemos afirmar fuera de su desposorio con el joven artesano de Nazaret.

La afirmación de que fue presentada en el Templo de Jerusalén y entregada a los sacerdotes para su educación en una especie de parvulario en él existente, y que a los dos o tres años hizo voto de perpetua virginidad, así como otras afirmaciones parecidas mencionadas en el apócrifo evangelio arriba citado, parecen poco acordes con la realidad.

Ciertamente, la liturgia ha admitido entre las fiestas de la Virgen su presentación en el Templo. En Oriente, al menos desde el siglo vi, se ha celebrado con cierta solemnidad. En Occidente, solo se generalizó a partir del siglo xiv, sin que hubiese unanimidad en el día de su celebración.

Esta fiesta, que, como acontecimiento histórico, tiene poca relevancia, sí la tiene en el plano teológico, por ser un signo de la consagración a Dios que María vivió desde sus primeros años, como inmaculada que fue y, por ello, llena de gracia y de virtudes.

El hecho de que la Virgen fuera inmaculada, exenta de toda culpa o pecado, no la eximió de la necesidad de madurar física y psíquicamente y en esa maduración empleó los años de su infancia y adolescencia hasta los quince o dieciséis que parece tenía cuando la visitó el ángel para anunciarle el designio de Dios sobre ella.

¿Cómo fue la educación de la Virgen? Nada sabemos con certeza; se supone que en nada se diferenciaría de la recibida por las niñas hebreas. Los relatos fabulosos y legendarios de los evangelios apócrifos no dicen nada a una persona del siglo xxi, inmerso en la era de la información donde la imagen confirma o desmiente la noticia hablada o escrita.

En Galilea, y lo mismo ocurría en Judea, la familia tenía un arraigado sentimiento religioso y no podemos dudar de que san Joaquín y santa Ana impregnarían de esos sentimientos la educación de su hija.

El temor de Dios y el amor a sus preceptos, concretados en la ley de Moisés, marcaba la vida de los buenos israelitas.

La Virgen viviría inmersa en la cultura popular del momento, eminentemente religiosa, presidida por la idea de un Dios todopoderoso, cumplidor de sus promesas y custodio fiel del pueblo al que perdonaba una y otra vez sus frecuentes infidelidades y pecados.

¿Cómo sería físicamente la Virgen? El corazón nos dice que la más hermosa y bella de cuantas mujeres han existido o puedan existir en la historia de la humanidad, pero ningún retrato, ninguna foto poseemos de ella. La razón nos enseña que Dios, que pudo escoger a su Madre, se luciría con ella.

Los artistas han puesto a su servicio lo mejor de su arte y han plasmado en el lienzo o en el mármol rostros maravillosos, paisajes de ensueño para resaltar la figura de la protagonista: la Virgen María. Pero siempre el corazón nos pide más y nos parece menguada la belleza, con ser tanta, ante lo que pensamos sería el rostro de nuestra Madre. Si es verdad que la cara es el espejo del alma, ¿qué artista será capaz de plasmar el rostro de quien tiene un alma inmaculada?

Si los artistas plásticos se han lucido con la Virgen, no les han ido a la zaga los escritores. Toda una mariología poética han escrito los poetas españoles y unos y otros: poetas y narradores, han puesto su inspiración a los pies de la Señora para intentar describimos un retrato que, si bello y hermoso, siempre nos parece corto.

Sirva de ejemplo este soneto de Lope de Vega:

Poco más que mediana de estatura;
como el trigo el color; rubios cabellos;
vivos los ojos, y la niñas de ellos
de verde y rojo con igual dulzura.

Las cejas de color negra y oscura,
aguileña nariz, los labios bellos,
tan hermosos que hablaba el cielo en ellos
por celosías de su rosa pura.

La mano larga para siempre dalla;
Saliendo de los pliegues al encuentro
De quien para vivir fuera a buscarla.

Esta es María, sin llegar al centro;
Que el alma solo puede retratalla
Pintor que tuvo nueve meses dentro.

¿Cómo sería el rostro de nuestra Madre? Si el corazón nos pide más y nos parece corta la belleza plasmada en lienzos y mármoles, ese más lo puso Dios.

El que escogió a su madre llenando el alma de hermosura, haciéndola inmaculada, tuvo que lucirse al modelar su rostro. No sabemos si sus ojos eran verdes, azules o zarcos, pero sí sabemos que eran y son misericordiosos, con una mirada dulce y acogedora, engendradora de paz y alegría; no sabemos cómo eran sus manos, pero sí sabemos que eran y siguen siendo acogedoras.

¡Cuántas veces hemos repetido los cristianos al recitar la «salve»: vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos!