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La justicia... y la misericordia.
Bienaventurados los misericordiosos.
A muchos les cuesta horrores meterse en la miseria ajena; la misericordia es atributo divino: Dios, que se inclina sobre la miseria humana. Por eso, bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.
Misericordia es amor, es comprensión, es volcarse sobre las necesidades del prójimo es un magnífico despliegue de las llamadas catorce obras de misericordia: espirituales unas, corporales otras: necesarias todas.
El tercer grupo de bienaventuranzas pertinent ad contemplativam felicitatem: pertenecen a la felicidad contemplativa: la mirada limpia y la paz.
Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.
Sólo se ve bien cuando se tiene limpio el corazón. Y esta limpieza interior requiere lucha. Dice el autor de Camino: «Si tu ojo derecho te escandalizare... ¡arráncalo y tíralo lejos! —¡Pobre corazón, que es el que te escandaliza! Apriétalo, estrújalo entre tus manos: no le des consuelos.— Y, lleno de una noble compasión, cuando los pida, dile despacio, como en confidencia: "Corazón, ¡corazón en la Cruz!, ¡corazón en la Cruz!"» (Camino, 163).
Dios es Deus unitatis et pacis, Dios de unidad y de paz. Por eso, los pacíficos imitan a Dios, como buenos hijos que son. Bienaventurados los pacíficos porque serán llamados hijos de Dios: partícipes de su misma naturaleza, poseedores de sus mismos sentimientos.
La paz de Cristo supera todo sentido —dice san Pablo. Y ésta es la paz que debemos llevar a todos: Cum intraveritis, dicite PAX: Cuando entréis, decid «PAX» (6), y si allá hay alguien de paz, conectará con vosotros. Esto —dice santo Tomás— est quaedam inchoatio futurae beatitudinis: es como un preludio de la futura bienaventuranza del cielo.
IV. La octava bienaventuranza es un resumen de todas las anteriores y manifestación de las mismas: pues de estar uno confirmado en la pobreza de espíritu, en la mansedumbre, y en todas las demás, proviene que no se aparte de estos bienes por ninguna persecución.
Bienaventurados los que sufren persecución... Son las pruebas de la santidad heroica, cuando se ha asimilado plenamente a Jesucristo crucificado: continuar siendo humildes, mansos, misericordiosos, buenos, con los mismos perseguidores; conservar inalterable la paz y darla a los demás; mantener el corazón perfectamente limpio y suave, sin resentimiento ni escozor contra nadie, entregar conscientemente la vida en holocausto..., ésta es la total perfección cristiana.
Pero, ¿es esto para todos los bautizados, o camino nada más para algunos elegidos? Para todos: es el desarrollo normal de la gracia y los dones del Espíritu Santo en el alma del que no pone obstáculos de ningún género. Por eso, Monseñor Escrivá de Balaguer, poniendo la meta en lo más alto, solía decir: «Tienes obligación de santificarte. —Tú también.— ¿Quién piensa que ésta es labor exclusiva de sacerdotes y religiosos? A todos, sin excepción, dijo el Señor: "Sed perfectos como mi Padre Celestial es perfecto"» (Camino, 291).
Santísima Virgen María —beata quae credidisti—, bienaventurada por tu fe de entrega total, ora pro nobis:
para que no nos asustemos al oír a Jesús praedicans praeceptum en Sión: a todos los fieles;
para que no nos paremos a mitad de carrera en la meditación del Salmo 2, sino que lleguemos hasta el final: bati qui confidunt: dichosos los que se fían de Dios;
para que nunca digamos «basta» a las exigencias del Amor.