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9 enero 2024

Mercedes Eguíbar. Salmo II. Ediciones Rialp. Madrid

¡VENTUROSOS LOS QUE A EL SE CONFIAN!

Esperanza nuestra

María ha hecho una promesa, ha deci­dido guardar su virginidad y así se lo co­munica a San José cuando llega el mo­mento de los desposorios. Es verdad que no se nos explica este diálogo, lógico en­tre dos personas que se van a unir en ma­trimonio; pero tampoco nos imaginamos a la Virgen guardando el secreto sólo para ella, porque después hubiera sido más di­fícil la situación. Los dos, de mutuo acuer­do, han decidido permanecer vírgenes.

He aquí que, cuando menos lo espera, aparece el Angel para decirle que va a concebir un hijo. Lo más natural hubiera sido que la Virgen le dijera al Angel que Ella había dedicado su vida a Dios y que, por tanto, aquello que le anunciaba era imposible. La actuación es más sencilla: confía y pregunta cómo puede ser, ya que no conoce varón.

No es una situación fácil de resolver. La tradición popular cristiana nos presenta a la Virgen recogida en oración cuando llega a Ella el Angel, y por eso su reac­ción es humilde y confiada: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».

Lección de confianza. Ya sabrá el Señor cómo solucionar nuestros problemas, aquellas «preocupaciones» que invaden nuestro pensamiento y que nos parecen cordilleras infranqueables. Esperanza de que se realice lo que El desee en nosotros, según su palabra. Es necesaria la prueba para esa intimidad con Dios que quere­mos conseguir. La prueba, cuando nos toca a nosotros, nos cuesta aceptarla. Es más sencillo aconsejar, dar al amigo solu­ciones para su momento difícil. Por eso conviene «estar en oración»: saber que Cristo tiene derecho a pedir, y no preci­samente lo que nosotros queremos darle, sino aquello que escondemos porque nos parece exceso de generosidad o porque lo consideramos nuestro.

La amistad y el amor envuelven el co­razón de esperanza. Por eso hay que man­tenerlo en ese clima y no dejar paso a la desconfianza o al temor porque la prueba llegue a ser dura o quizá demasiado larga.

No somos nosotros los mejores jueces de nuestra propia vida. Dejemos que el Señor haga de nosotros lo que quiera. Abrir paso a la confianza en El. Si El nos ama, no puede enviarnos nada que sea malo para nosotros.

La esperanza de María no se ve nunca defraudada y, sin embargo, es puesta a prueba todo el tiempo que dura su vida en la tierra. Nos gusta considerar las es­cenas en las que la Virgen aparece para dar paso inmediato a su Hijo: es un ins­trumento perfecto en manos de Dios, que sabe dejarse llevar y traer y permanecer escondida cuando no es necesaria.